Siria

Libia vuelve a ser la lanzadera de la emigración ilegal africana

En sólo tres días, la Marina italiana ha interceptado a 4.000 inmigrantes ilegales en aguas de Sicilia. Un centenar más, a bordo de un barco viejo con una vía de agua, fueron rescatados el jueves por patrulleras de Malta y desembarcados en La Valetta. Al mismo tiempo, una docena de embarcaciones con casi un millar de inmigrantes habían sido detectadas en el canal de siciliano con rumbo norte. Desde comienzos de año, más de 10.000 irregulares han alcanzado suelo italiano, pese a que las condiciones meteorológicas de este crudo invierno que acabamos de dejar han limitado el número de las expediciones. En las ciudades costeras de Libia aguardan para cruzar cerca de 8.000 personas. La mayoría, familias enteras, proceden de Mali, Eritrea, Somalia y Siria, pero cada vez se apuntan más voluntarios del occidente africano, que atraviesan en largos convoyes el desierto del Sáhara. Llegan desde Ghana, Guinea Bisau, Senegal y Nigeria, y pueden pagar hasta 3.000 euros por el pasaje. El tráfico no es mayor porque faltan barcos. Pero un auténtico torrente de dinero está cayendo sobre las mafias de Bengasi que, a su vez, «engrasan» a las distintas milicias que controlan los principales puertos de embarque. Libia, envuelta en el caos, vuelve a ser una de las lanzaderas más activas de la emigración hacia la rica Europa y no parece que las cosas vayan a ir a mejor, ni mucho menos. Ayer mismo, las milicias del rebelde Ibrahim Jathran, las mismas que han ocupado tres puertos petroleros de la Cirenaica, llevaron a cabo un ataque preventivo contra una base del Ejército en la ciudad de Ajdabiya. Los testimonios dan cuenta de un nutrido intercambio de artillería y ametralladoras pesadas, pero no se habían facilitado datos sobre el número de bajas. Parece ser que el Gobierno de Trípoli estaba concentrando a sus tropas en Ajdabiya para ejecutar el ultimátum dado al jefe rebelde, que tiene de plazo hasta el próximo 26 de marzo para desbloquear los puertos, cuando las milicias se le adelantaron. Es dudoso que las fuerzas gubernamentales sean capaces de cumplir su misión, pese a que el país deja de exportar cien mil barriles de crudo por cada día que pasa. Lo cierto es que Libia está a punto de hacer implosión en medio del fuego cruzado de las milicias islamistas, las tensiones regionales entre Trípoli y Bengasi, la secesión de hecho de las tribus del sur y unas mafias con intereses en todos los bandos. Si la situación no ha degenerado ya en guerra abierta, pese al largo millar de muertos producidos en los distintos enfrentamientos y los centenares de asesinatos, se debe a que, hasta ahora, el Gobierno carece de fuerza para imponerse y ha optado por mirar hacia otro lado. La única salida es que los mismos países que colaboraron en la caída del régimen de Gadafi se impliquen a fondo. Con tres o cuatro mil soldados franceses, por ejemplo, y algunos escuadrones de cazabombarderos se puede dejar instalado en el poder a otro dictador que nos mantenga el patio trasero en orden. Candidatos al puesto, desde luego, no han de faltar.