M. Hernández Sánchez-Barba
Occidente y modernidad
El concepto de modernidad, se ha dicho, es «resbaladizo». Es, ante todo, un mundo histórico de desarrollo creador, con una referencia muy fuerte al problema de la libertad que alcanzó su máxima expresión en el campo de la convivencia política.
Al final del mundo antiguo, Occidente ya había vivido una larga existencia en el transcurso de la cual el concepto transcurrió del paganismo al cristianismo redentor, con otras muchas innovaciones de menor calado. Occidente se identificó con Cristiandad latina y la definición y constitución de Europa. A partir de 1492 la expansión atlántica produjo el conocimiento de un nuevo continente, la Quarta Orbis Pars, integrada al Occidente cristiano por España. En 1590 el jesuita José de Acosta (1540-1600) publicó en Sevilla su «Historia Natural y Moral de las Indias», de clara intención ordenadora al otorgar al continente americano unidad, no sólo geo-histórica sino también espiritual y cristiana. Reflexiónese sobre la afirmación de José de Acosta en el proemio al lector: «Así que aunque el mundo nuevo ya no es nuevo, sino viejo, según lo mucho dicho y escrito de él, todavía me parece que, en alguna manera, se podrá tener esta Historia por nueva, por ser juntamente Historia y en parte Filosofía, y por no ser solo de las obras de naturaleza, sino también de las del libre albedrío, que son los hechos y costumbres de los hombres».
Centra en consecuencia, el sabio jesuita la occidentalización de América en la cuestión de la libertad como competencia entre distintos motivos. La decisión dependerá de dos cosas: que un motivo refuerce su importancia, de modo que su realización sea independiente y prioritaria sobre los otros; la segunda consiste en que la voluntad decida como juez superior entre los motivos en competencia y otorgue preferencia a uno sobre los demás. La opción se señala claramente; es el modo real de ser libre, sentirse libre y poder ser libre en la medida que no se sienta sujeto por determinadas coacciones, impulsos o rutinas y, radicalmente, en cuanto liberación para ser sí mismo: una forma de realidad frente a toda otra realidad.
El libre albedrío ofrece un panorama muy rico de contrastes, según el campo específico en que opere y, por supuesto, una específica racionalidad, sea cual sea el campo específico en que se explore: teológico, religioso, filosófico, didáctico, político, educativo, sociológico. Se es libre para algo, pues la libertad no es la independencia respecto a las leyes de la naturaleza, sino su conocimiento, de modo que cuanto mayor sea éste, más libre será el acto del hombre. Montesquieu afirmó respecto a la libertad política, que es el derecho de hacer todo lo que las leyes permiten; si un ciudadano pudiese hacer lo que prohíben no existiría la libertad, porque los demás tendrían el mismo poder.
¿Desde cuándo existe el deseo de establecer el orden político? Desde el mismo origen de la convivencia; desde los milenios IV a III (a.C.) con el nacimiento de las altas culturas aparece la fijación y la jerarquización de fines comunitarios; así como la fijación de medios para conseguirlo. Financieramente, la sustracción al consumo de una parte de la producción para destinarla a obras comunitarias. Ciertamente ello implica una pugna entre «institución» (permanencia) y «revolución» (cambio). La cuestión fundamental para todo sistema de convivencia política, social, económica, religiosa, cultural, se convierte en tensión para hacerse con el «poder», pues de él deriva el control y orientación de la sociedad.
Como persona, el hombre tiene que vivir simultáneamente en la excepción y en la regla, lo cual supone uno de los más radicales dramas de la existencia. El pensamiento histórico ha establecido en lo universal tres procesos antropológicos válidos para cualquier situación de conflicto político: uno, considera al hombre en la dialéctica sujeto-objeto en compensación humanista, o bien estructuralista; otro, otorga a la biología la palabra final; el tercero, retrotrae a la física y reduce el alma al dato psicológico de la mente; ésta, finalmente, la rebaja al cerebro. Ello supone un desistimiento de la vida real. Pero la conciencia contemporánea se resiste y pugna por recuperar el mundo como tierra del hombre.
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