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Periodismo partisano
El prestigioso diario «The New York Times» publicaba la pasada semana un artículo de opinión en el que Bill Keller, director del periódico entre 2003 y 2011, se preguntaba si Glenn Greenwald, el periodista que ha destapado el caso del espionaje masivo de EE UU gracias a la documentación de Edward Snowden, es el futuro del periodismo. Pero lo más interesante del artículo era que estaba concebido como una carta de Keller a Greenwald y que éste, después, respondía, dentro del mismo espacio.
Estábamos ante dos periodistas de generaciones diferentes –Keller tiene 64 años y Greenwald 46–, de medios diferentes –«The New York Times» y «The Guardian», respectivamente –y de estilos diferentes: el de un profesional que trabaja en un gran medio dentro de un gran grupo y que trata de mantener cierta objetividad e imparcialidad, frente a alguien que realiza un periodismo activista, más opinativo y que busca la independencia del «establishment», como él mismo define a ese sistema mediático de grandes corporaciones.
El ex director del diario se refería a las informaciones de su compañero como «periodismo partisano» y aseguraba sentir admiración por este estilo que va «desde los panfleteros hasta los muckrakers –periodistas que empezaron a denunciar las desigualdades sociales a comienzos del siglo XX–, pasando por el Nuevo Periodismo de los años sesenta o los actuales blogueros». Aseguraba, además, que el periodismo tradicional que representa «The New York Times» también ha destapado escándalos, desde el Watergate a los escándalos de la industria financiera u otros temas relacionados con el espionaje.
Gleen Greenwald, que recientemente abandonaba «The Guardian», el diario británico, para incorporarse a un nuevo proyecto, contestaba a Keller a continuación. Comenzaba reconociendo los méritos de medios como «The New York Times» y que también se puede hacer buen periodismo «ocultando los propios puntos de vista y escondiendo las opiniones subjetivas».
Asegura Greenwald, «este modelo también ha llevado a un periodismo atroz y a hábitos tóxicos que están debilitando la profesión» y critica ese modelo de periodista que, según él, «se ha petrificado, se abstiene de expresar cualquier opinión [...], optando en su lugar por un cobarde e inútil tono neutro, premia la deshonestidad de las autoridades políticas y organizaciones que saben que pueden confiar en los periodistas ''objetivos'' para amplificar sus falsedades».
Y añade que esta «restricción asfixiante» a la hora de expresar opiniones produce una forma de «autocastración periodística que llega a ser tan ineficaz como aburrida». El hecho de no llamar a la tortura tortura porque los funcionarios gubernamentales exigen que se utilice un eufemismo más agradable drena el periodismo de pasión, vitalidad y alma».
Por eso, ante su deseo de hacer ese tipo de periodismo «subjetivo», concluye: «Los seres humanos no son máquinas objetivas. Todos percibimos y procesamos intrínsecamente el mundo a través de prismas subjetivos».
El cruce de misivas continuaba en la edición digital a lo largo de siete páginas en las que salían a la luz temas como el nacionalismo, el patriotismo o la propia figura de Pierre Omidyar, fundador de eBay y nuevo empleador de Greenwald, que se considera algo así como un iluminado del nuevo periodismo. Sin duda, un debate apasionante y de obligada lectura para los periodistas.
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