Estados Unidos
¿Qué puedo hacer yo por Europa?
El debate sobre el futuro de Europa está cargado de retórica equivocada y sentimental, en la que el discurso vago sobre «más Europa» impide las discusiones sobre los verdaderos problemas de los países europeos. En efecto, más allá del lenguaje espeso existen asuntos fundamentales que deben abordarse de forma convincente. ¿Qué es exactamente lo que supondría «una Europa federal»? ¿Acaso «solidaridad europea» es un eufemismo de unión de transferencias al que Alemania se opone, o de los rescates masivos del Banco Central Europeo?
Dicha retórica muestra usualmente un sesgo centralista, en el que la búsqueda de «más Europa» se presenta como la única manera en que la Unión Europea puede competir en el ámbito económico con países políticamente centralizados como Estados Unidos o China. Sin embargo, se confunde competitividad económica con poder militar. Para obtener los beneficios de la integración europea, ésta debe alcanzarse mediante interacciones individuales, económicas y de otro tipo, apoyadas con la eliminación de barreras reglamentarias.
El enfoque centralista no considera las amplias diferencias en el desempeño económico de países de la Unión Europea (UE) –e ignora el hecho de que son más claras las historias de éxito económico en los países más pequeños de Europa que en los grandes–. Dentro de la eurozona el crecimiento acumulativo del PIB desde 2008 ha variado de -23,6% en Grecia a 5,2% en Eslovaquia; fuera de la eurozona ha ido de -4,1% en Reino Unido a 12,5% en Polonia. Las economías de Polonia, Eslovaquia, los países Bálticos, Bulgaria, Suecia y Alemania han crecido más rápidamente que la de Estados Unidos, mientras que Hungría, Dinamarca y gran parte de los países de la eurozona han tenido un crecimiento negativo.
Estas variaciones se derivan de las diferencias entre las políticas nacionales, lo que pone de manifiesto la falla fundamental de la idea de que las soluciones a los problemas de los países europeos residen principalmente en el nivel de la Unión Europea. En Estados Unidos, el Gobierno federal no asume la responsabilidad de solucionar los problemas de los estados individuales; en efecto, los estados que se han visto más golpeados por la crisis han emprendido sus propias reformas.
De igual manera, no hay soluciones «europeas» a, por ejemplo, los problemas de Italia. Italia necesita soluciones italianas, así como Grecia necesita soluciones griegas; Portugal, soluciones portuguesas, y así sucesivamente. Los acuerdos europeos no deben debilitar los incentivos de los países para abordar los desafíos que enfrentan, y esto significa ser muy cautelosos cuando se trata de rescatar a las economías de la eurozona.
Las discusiones actuales también tienden a ignorar –e incluso distorsionar– los valores que los acuerdos europeos institucionales supuestamente deben servir. «Más Europa» no es un objetivo en sí mismo. Para cualquier partidario de los valores europeos tradicionales, las libertades individuales –incluida la libertad económica– y sus responsabilidades asociadas constituyen los criterios más importantes para desarrollar y evaluar instituciones, del nivel local al nivel europeo.
En el centro del proyecto europeo reside un compromiso con el mercado único, el principio de subsidiariedad y las «cuatro libertades», así como otras libertades tradicionales como la libertad de expresión y religión. Estos valores son universales; no tienen algo específicamente «anglosajón» o «alemán». Además, integrar estos valores en acuerdos europeos institucionales no demanda sacrificios en términos del crecimiento de largo plazo del PIB y el empleo. Al contrario, la experiencia ha demostrado que la liberalización económica y la despolitización (incluida la reducción de la parte del gasto público) es fundamental para una recuperación duradera.
Sin embargo, no hay manera de prever si los líderes europeos adoptarán esta estrategia. Después de todo, el futuro de la UE depende de las políticas de sus miembros, los que a su vez dependen de las diversas y fluctuantes situaciones políticas en que se encuentran.
Lo que es cierto es que postergar las reformas tan necesarias sería mucho más que peligroso. Para la eurozona sería fatal. En efecto, dada la rápida acumulación de la deuda pública europea y su población, que envejece a paso veloz, mantener el statu quo sólo servirá para intensificar la crisis económica, lo que pondría en riesgo la existencia del euro. Aunque instituciones europeas como el BCE sigan concediendo operaciones de rescate, no pueden compensar la falta de reformas. Sin embargo, empeorarán la agitación política y social en la eurozona, y los europeos cuestionarán cada vez más la legitimidad de dichas operaciones.
Éste es el contexto en el que deben evaluarse los riesgos inherentes a los distintos tipos de reformas. Pese a las voces que condenan la austeridad, la flexibilidad del mercado laboral y demás medidas, hay una probabilidad razonable de que éstas sean las reformas que se aplicarán. Es la dirección que han tomado los países con problemas en la UE, y el éxito de sus reformas es proporcional en gran medida a la velocidad con la que se han introducido. Los casos de Polonia, Estonia, Suecia y Alemania, entre otros, muestran que las reformas tempranas pueden dar ganancias sociales enormes.
El futuro de Europa se decidirá a fin de cuentas por el equilibrio entre presiones políticas opuestas, sobre todo a nivel nacional. Como están las cosas, hay mucha resistencia a las reformas orientadas a la libertad y fuertes presiones para aplicar políticas estatistas. Si los partidarios de los valores europeos tradicionales no dejan que su voz también sea escuchada, la retórica vaga seguirá oscureciendo el debate constructivo de los problemas de la UE, y las políticas equivocadas seguirán socavando las perspectivas de Europa.
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