Literatura

Literatura

Seamos héroes

La Razón
La RazónLa Razón

Según Heráclito los hombres son en su mayoría «durmientes», que no se dan cuenta de la realidad común y están entregados a las miserias cotidianas en una suerte de ensoñación. Pero también están, por otra parte, los «despiertos», aquellos que buscan la sabiduría, aunque sean escasísimos los que llegan a acercarse a ella. Además de ambas categorías, el filósofo menciona a menudo a los héroes, legendarios o como símbolo de los caídos por la ciudad, que solo buscaron ser siempre los mejores y a quienes honran en común los dioses y los hombres. La vida y la muerte del héroe funcionan como una iluminación no solo para ellos, sino para toda la comunidad, a la que proporcionan ejemplo imperecedero. Hay un tipo de figura heroica que, como dice Hölderlin de la profesión de poeta, llega «para despertar a los durmientes» y es más necesaria que nunca en momentos de crisis y pérdida de valores. Los antiguos griegos, en momentos de peligro existencial, como su enfrentamiento con los persas, no dudaron en acudir a esos modelos heroicos para salir adelante. La evacuación de Atenas y la batalla de Salamina son claros ejemplos de cómo un pueblo entero siguió un modelo heroico.

¿Dónde hallar hoy a los héroes, cuando no se deja de hablar de la falta de motivación en nuestra sociedad y en la política? Se diría que somos todos «durmientes», faltos de energía para acometer la gran empresa común. Nuestros conciudadanos han perdido orgullo e ilusión a partes iguales en la labor de construir una comunidad más justa y de la que podamos decir, con el orgullo con que lo hacían los antiguos atenienses, que es una democracia en el más pleno sentido de la palabra y que puede ser a su vez modelo para otros pueblos. Cabe preguntarse qué nos ha pasado para que esto sea así y vivamos día a día con la desesperanza y la resignación al enfrentarnos a lo cotidiano, en el trabajo o en la familia, al ver en el reflejo de unos políticos decepcionantes nuestra propia trayectoria truncada. Quizá hemos perdido un paradigma de cómo hacer de nuestras vidas algo único e irrepetible, tanto en lo individual como en las vivencias colectivas, que nos lleve a darnos cuenta de lo que tenemos y lo que hay que mejorar.

Es el modelo de los antiguos héroes el que podemos reivindicar aquí. Sin «exempla» en el arte y en la literatura, pero también en la vida política, no podremos darnos cuenta de que formamos una comunidad histórica que tiene tanto que ofrecer al mundo como lo ha hecho hasta ahora. Da lástima observar, por ejemplo, la actitud de parte importante de nuestros compatriotas ante las fiestas y símbolos nacionales. Un ejemplo es la fiesta del 12 de Octubre, de la que un número significativo de españoles parece avergonzarse. Sin embargo, es uno de los logros más indiscutibles que ha dado España al mundo y que es considerado como tal en muy diversas latitudes sin ningún tipo de prejuicio. ¿Por qué no podemos enorgullecernos al leer La Araucana e inspirarnos en aquellos héroes de nuestra épica, tal y como los griegos clásicos miraban al modelo de la Ilíada? ¿Por qué no podemos extraer lecciones profundas de nuestra historia y nuestra literatura y considerar a Don Quijote, a Santa Teresa o a San Juan de la Cruz como algunas de las aportaciones morales más importantes de España a la historia de la humanidad? Si lo hiciéramos como comunidad ganaríamos seguramente en la autoestima que parece faltarnos como colectivo.

La idea es clara. Seamos héroes. Es la lección de los antiguos: cada uno de los miembros de una comunidad histórico-política está llamada a sentir ese afán de heroísmo, individual y colectivo, que es la base del patriotismo constructivo y que funda, cohesiona y mejora una sociedad. Pero ¿cómo recuperar ese heroísmo cívico, un orgullo de cultura y de los modelos que nos reclaman esfuerzo denodado e ideales claros para el porvenir? Nada mejor que volver a lo que nos enseñan los clásicos griegos. Es a la vez educación, sociedad y política. Nuestros políticos actuales ya han demostrado que no son héroes, que han perdido esa inspiración. Son cortoplacistas y tácticos, carecen de grandes miras. Hemos de ser los ciudadanos los que los cambiemos, cambiando nosotros mismos, despertando de una vez. En momentos de crisis colectiva es, sin duda, la tarea pendiente. Como sostenía Platón, que emprendió el camino de la filosofía para responder a la mayor crisis de su patria, cualquier refundación de la comunidad sociopolítica en pos del ideal ha de estar basada en una reforma profunda del individuo. De cada uno de nosotros. Nuestros ancestros no hubieran sido capaces de logros tan apabullantes como consiguieron sin el recurso al ideal: ni en la Grecia o en la Roma clásicas ni en la España del Renacimiento. Hay que despertar a los durmientes. Ser conscientes de lo que hemos sido y lo que somos para un futuro mejor. Seamos héroes.