Religion

Ser útil es ser feliz

Casi cinco siglos después, los miembros de la Compañía de Jesús continúan con su acción misionera, educadora y evangelizadora. Su labor en la América Hispánica es ejemplar con la entrega de sus energías a la formación educativa de las personas y a la propagación de la fe

Ser útil es ser feliz
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Cuando todavía no había sido aprobada por el Pontífice, la orden fundada por Ignacio de Loyola ya se denominaba «Compañía de Jesús» y tenía un claro designio: expandir la palabra de Jesucristo en un mundo ya entonces planetario. Ignacio había convocado en París, en 1534, a los seis compañeros que, junto a él, estaban dispuestos a emprender semejante tarea: Francisco Javier, Pedro Fabro, Diego Laínez, Alfonso Salmerón, Nicolás de Bobadilla y Simão Rodrigues. Juntos, resolvieron peregrinar a Jerusalén y ofrecer sus servicios al Papa siguiendo su mandato en cuanto dispusiese su ordenación.

También convinieron que su sociedad debía de trabajar por la unidad de la Iglesia. Así, a los votos de pobreza, castidad y subordinación añadieron un cuarto de obediencia especial al Papa. Además, se comprometieron a crear rentas universitarias para la subsistencia de quienes estudiasen en ellas. El Papa Paulo III aprobó la Compañía de Jesús por Bula de 27 de noviembre de 1540. Ignacio fue elegido jefe y todos formularon sus votos solemnes en la basílica de San Pedro el 27 de abril de 1541.

Rápidos fueron los progresos de la «Societas Iesu». Reinos y ciudades de Europa pidieron pronto su auxilio y «Los Ejercicios Espirituales», que compuso Ignacio de Loyola, fueron explicados en muchos centros de educación. Uno de los primeros, fue el de Gandía creado por Francisco de Borja, antes de profesar él mismo en la Compañía de Jesús. Para 1564, la orden contaba con 130 casas divididas en 18 Provincias ejerciendo su acción en un amplio campo misionero. Esta vertiginosa expansión fue debida al énfasis que puso San Ignacio en la educación, sobre la base del respeto absoluto a la autoridad y preeminencia del Pontífice dentro de la cristiandad en tiempos en que las corrientes protestantes entonces en boga la ponían en entredicho. Antes de que concluyera el siglo XVI, la Compañía de Jesús estaba universalizada: la enseñanza y la educación tenían presencia en las cuatro partes del mundo. Como advierte el historiador Jaime Vicens Vives, la religiosidad se mueve en la bipolaridad de la acción y de la mística y a España «le cupo el honor y la gloria de reunir ambos: Santa Teresa, máximo exponente de la mística, y la Compañía de Jesús, ápice del activismo católico».

Casi cinco siglos después, los miembros de la Compañía de Jesús continúan con su acción misionera, educadora y evangelizadora. Su labor en la América Hispánica es ejemplar con la entrega de sus energías a la formación educativa de las personas y a la propagación de la fe. Uno de estos casos es el del padre Javier Colino, que lleva casi 50 años dedicado incansablemente a este quehacer. Natural del Valle de Araiz, al noroeste de Navarra, este jesuita se licenció en Filosofía y en Teología por la Universidad de Salamanca y ha dedicado su vida a la enseñanza, antes en España y ahora en América. En el Nuevo Mundo ha transcurrido la mitad de su vida, habiendo sido catedrático en diversas instituciones de El Salvador, Guatemala, Texas (Estados Unidos) y la República Dominicana.

Desde hace 22 años, ejerce la docencia en el Seminario Mayor Pontificio de Santo Domingo donde enseña las lenguas clásicas. En la Dominicana, completa su misión formativa en otros frentes: el «Centro-Hogar Rosa Duarte» de niñas abandonadas por sus padres y como capellán de la Sociedad Benéfica Española, residencia de los ancianos de origen español que, un día ya lejano en sus vidas, tomaron la decisión de emigrar a América. Por último, Javier Colino es colaborador de la directiva de la Casa de España, institución cuyo principal objetivo es acoger y ser centro de reuniones de la emigración española y de sus descendientes. Su dedicación a los necesitados, su vocación por la enseñanza son muestra de esa generosidad y entrega de la que sólo son capaces los hijos de la Iglesia Católica, como observamos en todos los rincones de la Tierra. Allá donde hay mayor miseria y enfermedades, allá donde las condiciones vitales de las gentes son más espinosas y hasta peligrosas no es fácil toparse con una ONG, pero siempre encontraremos curas y monjas. Ayudar es su felicidad.

Javier Colino pasa sus vacaciones veraniegas junto a sus hermanos en un delicioso pueblo palentino ribereño del Canal de Castilla. Pablo, uno de ellos, es canónigo de la Basílica de San Pedro, donde ejerce como Maestro de Capilla del Vaticano. Ambos son conscientes, como muchos de nosotros, de que sin la Escolástica, obra en buena parte de esas dos grandes órdenes españolas que son dominicos y jesuitas, hubiese sido imposible la intelectualidad cristiana a partir del Renacimiento, ni tampoco su gran acción educadora y evangelizadora en nuestro planeta, pero muy en particular en América. Como siempre suele decir Javier Colino, «ser útil es ser feliz». Él lo pone en práctica.

* Catedrático de Historia de América. Universidad Francisco de Vitoria