Joaquín Marco
Tirar del carro
El recién nombrado ministro de Asuntos Exteriores, Alfonso Dastis, aseguró en una reciente entrevista que «tanto el Consejo (de Europa) como desde la Comisión nos han pedido que España, que ahora mismo tiene una situación de estabilidad y de menos incertidumbre, tire del carro». Es posible que dada la problemática situación en la que se encuentra la UE, entre Brexit y elecciones previstas en el permanente eje franco-alemán, las «instituciones» europeas le hayan dado al nuevo ministro una palmadita en la espalda para conferirle confianza, siempre necesaria si te inicias en el cargo en labor tan compleja como representar al país en situaciones difíciles, aunque Dastis debería tomarse la sugerencia con escepticismo, reservas y el mínimo triunfalismo. Este país, a mi juicio, no se encuentra ni mucho menos en situación de tirar de ningún carro, salvo el propio. Suponer que España, con sus parados, sus innegables desigualdades sociales, su fabulosa deuda externa, el problema catalán en carne viva, sus universidades en decadencia así como la enseñanza en general y la sanidad, con los pensionistas con el «ay» en el corazón puede llegar a tirar de una Europa anémica, que en buena parte nos supera en bienestar social, no deja de ser utópico. Alfonso Dastis no puede ofrecernos la sensación de un imprudente triunfalismo en el que colabora también una buena parte del Ejecutivo. Diseñamos una Transición como pudimos o nos dejaron y estamos viviendo un momento muy difícil de adaptación al multipartidismo, en parte iconoclasta y de propuestas que en el futuro podrían como mucho consolidarnos como un país medio, de escasos recursos naturales, en una Europa que está replegándose en la retaguardia del concierto mundial.
Nuestros jóvenes escapan en todas direcciones, dadas las escasas oportunidades que se les ofrecen. Pocos regresarán, aunque mejoraran las perspectivas. La principal industria del país sigue siendo un turismo de temporada: sol y playa (y que no falten). No se precisan estudios muy especializados para ser contratado como camarero o limpiadora. Nuestra clase media se está viniendo a menos y tan sólo el viento de cola del combustible barato y la compra de deuda del Banco Central Europeo han permitido un crecimiento que no acaba de llegar al conjunto de la población, acostumbrada ya a la compra a crédito y a no llegar a fin de mes, aunque cabe admitir que se han incrementado el número de millonarios en activo, los sueldos de los ejecutivos de las compañías globalizadas y de las estrellas del fútbol. Este panorama poco ilusionante no creo que sea fruto del pesimismo. Pero conviene no hacerse ilusiones en un mundo lleno de crueldades, desde las condiciones de la emigración, de la que la Unión Europea debería sentirse también responsable, a las de un terrorismo fruto, en parte, de errores del pasado basados en la mala información y valoración de los países occidentales. De entender la UE como un carro de antaño, ¿con qué bueyes propios podríamos llevarlo a un próspero destino? Asegura el nuevo ministro que España «tiene la obligación de dar un paso adelante», aunque no precisa en qué dirección y si este paso ha de estar en la senda de una desconcertada Unión que teme hasta las próximas elecciones. Contemple, además, el señor ministro nuestra situación interna con partidos políticos de nuevo cuño que andan ya divididos ante sus próximos congresos. El PP gobierna, porque el mismo PSOE de la Transición transigió para salvar el bipartidismo, pese al riesgo de perder su identidad por el camino. Fue un golpe de timón que dividió sus votantes y habrá que ver en el futuro su coste electoral. Ciudadanos ha quedado relegado a monaguillo de un PP que tuvo el acierto de calcular que el tiempo y las presiones internas y externas jugaban a su favor. Rajoy ha sabido mantener a raya cualquier disensión (el gesto de Cristina Cifuentes es un mero disparo al aire) y hasta ha logrado que la controvertida sombra de Aznar, su patrocinador, se evaporara.
Queda en el aire el programa independentista catalán, aquejado de todos los males posibles, pese a su capacidad de congregar masivamente a sus fieles en las calles. Pero Puigdemont asegura que en enero del próximo año no será ya presidente de la Generalitat, porque su proyecto es referéndum o referéndum. No se observa en el nordeste de España mucha estabilidad que, en teoría, podría ayudar a tirar del carro. Y no he aludido a los episodios de la corrupción que irán desfilando por los tribunales ante los ojos incrédulos de muchos europeos que no entenderían que nuestro país se propusiera como modelo. Nuestra obligación es superar y resolver estos problemas propios si es posible, dejar de mirarnos el ombligo e intentar lograr una nación sólida, con una Constitución a gusto de todos, con perspectivas de futuro y algunas esperanzas que destierren la resignación, una actitud generalizada y perversa. No se trata de alentar populismos, sino de resolver a coro los problemas que, aunque cerremos los ojos, siguen estando allí, a la espera de una solución. Nadie, se supone, confía en que desaparezcan por arte de birlibirloque, sino con medidas oportunas que superen el desengaño, la frustración o el pesimismo que anidan en nuestro seno. No, señor Dastis, debe reiterar a las instituciones europeas que no estamos en condiciones de tirar del carro. Todavía debemos solicitar que tiren de nosotros.
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