Con su permiso
El verano del regreso
Volvemos al bipartidismo pero con dos partidos a los que les tiemblan las piernas. Les falla tanto la autoestima que miran a sus flancos con miedo a depender de ellos y lanzan estrategias tan débiles que pueden terminar favoreciendo al adversario
Ala lumbre de un julio abrasador se van a fundir los últimos remaches que sujetaban lo que un día surgió como la gran alternativa al bipartidismo. Casilda, que se sumó entonces a la esperanza, asiste cansada –ya se resignó hace tiempo a la derrota– al entierro de quienes prometieron devorar a la vieja partitocracia y acabaron engullidos por su ambición o comiéndose a sus hijos como Saturnos temerosos de sus dentelladas. El 23 de julio sonarán las trompetas de la resurrección del bipartidismo gracias a la notable disposición a contradecirse de una izquierda que se autodefine hasta el hartazgo como dialogante y abierta, pero que en los hechos sigue siendo incapaz de entenderse con el compañero y pone vetos hasta a los que llama amigos, y un centro que se fue desintegrando como arcilla al confundir la piedra angular con el cimiento y ahora ya no es ni un borrón en la historia de los grandes naufragios. En la memoria de las decepciones de país estima Casilda que estará la descomunal ambición de un tal Rivera, que nació a la política desnudo en un cartel y se fue de ella dejando desnudo y sin norte a un partido que debió ser bisagra y él, borracho de megalomanía, estrelló con la vana pretensión de que fuera el sustituto del que estaba a su derecha.
Podemos y Ciudadanos llevaban tan cerca como en el nombre su propósito y compromisos, pero apuntaron demasiado lejos. Ahora ven desde el infierno político de la extinción o la irrelevancia, cómo gracias a sus méritos el bipartidismo no sólo resucita sino vuelve más brioso y con muchas más papeletas de futuro.
A Casilda le parece además que tanto el PSOE como el PP están en recuperar esas posiciones tan ventajosas, tan similares en el fondo a aquellas alternancias decimonónicas en las que todo cambiaba para que todo siguiera igual.
No quieren los populares que haya nada a su derecha, y probablemente practiquen, supone Casilda, el juego de señalar los riesgos de que Sánchez no se vaya si se divide el voto, de modo que lo mejor es que se vote a sus candidatos en lugar de diluir la fuerza apostando por Vox. Algo a lo que también contribuirá el PSOE que no sólo ha empezado ya a desmarcase clarísimamente de Podemos, o sus restos, sino que además repite –supone Casilda que por error– la estrategia que le dio al PP mayoría absoluta en Andalucía: cuidado, que viene la extrema derecha. Claro, ante la insistencia del Partido Socialista mucho voto moderado del PP sale de sus dudas y opta por reforzar a ese partido, para evitar que tenga que apoyarse en VOX. Es lo que pasó en Andalucía y podría suceder este verano en las generales.
Diferentes caminos, para un mismo resultado. Si no se dan cuenta pronto los diseñadores de la estrategia sanchista, le van a hacer la campaña al PP.
Solo tendrán un consuelo, que a su izquierda hay un circo de gladiadores hipervitaminados de ego, cuyo evidente ardor guerracivilista trasvasará cientos de miles de votos al PSOE por mucho que se maquillen de unidad tras un nombre como Sumar –que responde a cualquier realidad menos la propia–. Si se trata de votarles para mantener un gobierno progresista presidido por el PSOE, mejor votar a la marca original, ¿no?
En un mundo complejo que ni la tecnología termina de simplificar, la política sigue navegando con cartas de papel y mapas obsoletos con los cuales sólo se puede avanzar en el corto plazo, y no siempre.
Porque volvemos al bipartidismo pero con dos partidos a los que les tiemblan las piernas. Les falla tanto la autoestima que miran a sus flancos con miedo a depender de ellos y lanzan estrategias tan débiles que pueden terminar favoreciendo al adversario.
Lo tiene mejor el PP porque parte del sonoro desapego que se ha trabajado Sánchez con tanto vaivén y digodiego propio, y silencio ante los errores de bulto de sus socios, pese a ser él el jefe. Al menos en teoría. Todo lo cual, debidamente digerido ha venido construyendo una imagen de indigesta debilidad. Y ahí estamos.
Pero los populares transitan también por un territorio pantanoso en el que las únicas arenas movedizas no son las incertidumbres que dentro y fuera –España y Europa– despierta un posible pacto con la extrema derecha, sino su incapacidad también para ofrecer, hasta ahora, signo alguno, a modo de prólogo de confianza, de lo que en positivo harán si gobiernan. Derogar el sanchismo es un propósito que queda muy bien en twitter o en una entrevista, pero pone a los de Feijóo en el filo, porque disparar a bulto en una dirección desde la que se puede responder con datos económicos favorables y algunas buenas medidas, es darle munición al adversario. Y además es una estrategia que no caerá de pie en una ciudadanía que no quiere avanzar a la contra y está cansada de que le tomen por idiota.
El sueño del multipartidismo se abrasará en el julio electoral, pero de sus cenizas no parece que vaya a surgir una alternativa solvente y esperanzadora de cambio que de verdad cambie.
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