El buen salvaje
«Viva la libertad, carajo»: el mamarrachista Milei
No hace falta llegar a los extremos de Vox, pero un poco de sangre en las venas no le vendría mal a las aceras españolas
Mamarrachismo no está en el diccionario. Empezamos mal con una palabra inventada. Aunque venía bien para hilar con kischnerismo o trumpismo. Mamarrachista sí. Milei es, pues, en puridad lingüística, un mamarrachista o directamente un mamarracho. Un señor al que uno pondría en el karaoke de una boda a cantar los grandes éxitos de Nino Bravo. Tiene un rollo setentero pasado de copas, como si quisiese ser mod pero hubiese tenido mala noche. Su pelo y sus patillas nos conducen al clímax de un concierto macarra en el que el candidato baila haciendo el gesto de tocar una guitarra invisible. El pelo de Milei es su firma y será su icónico legado. El flequillo de Donald Trump es «woke» comparado con el armamento capilar del señor Milei. Es un señor para llevar en una camiseta punki.
¿Y qué hace un tipo así a las puertas, según rezan los sondeos, de gobernar Argentina? La respuesta debe ser complicada así que les doy una de fácil digestión, para un domingo por la mañana: Milei no es más que el mamarrachista que cada país va engendrando desde que el populismo planetario decidió aquello de acabar con las élites y escuchar al pueblo. Milei, no digamos ya su política, cargarse el Banco Central, dolarizar la economía, está ahí porque los demás, los «sensatos», digamos, no han hecho su trabajo. Occidente, también Argentina, abona políticas para minorías, chorradas buenistas que dejan a una mayoría de pibes empobrecidos y estupefactos. Medidas al estilo de las de Pam en España. La motosierra de Milei es el envés de la Kirchner acusada de llevarse el dinero y operarse la cara, de Pablo Iglesias, cuando intentó asaltar los cielos metiendo miedo en el cuerpo a las viejecitas. El sueño de esa razón produce estos monstruos. La «gente», viva la gente para Yolanda Díaz, se hartó de ellos.
Digamos que Milei es el monolito. Milei Lama, ay Milei, es la gran reencarnación, o el gran parto, «The Big Birth», porque ha superado a todos los experimentos anteriores. Mostremos al mundo, pues, de lo que ha sido capaz la política basada en parecerse a Greta Tunberg o a Puigdemont. Milei es la gran pataleta y el gran faro.
Con todo, Argentina da muestras de ser una sociedad viva que puede elegir sentarse ante el abismo. ¡Ya quisiera Buxadé en España! No hace falta llegar a los extremos de Vox, pero un poco de sangre en las venas no le vendría mal a las aceras españolas. Milei, al cabo, no es el coco. El coco son los padres.
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