Apuntes

Yolanda es buena. Irene es muy mala

Para revolución, Montero y Belarra al frente de los ministerios económicos.

Si Yolanda Díaz nos parece una política estupenda, dialogante y tal, es porque no ha hecho lo que Irene Montero, llevar hasta sus últimas consecuencias, caiga quien caiga, sus convicciones políticas e ideológicas. Vaya por delante, que tratándose de la extrema izquierda es mucho mejor una Yolanda que una Irene, no te digo ya una «Pam», pero, al menos, las últimas no te invitan a jugar a los triles, lo que, en llegando a una edad, es de agradecer, porque el 90 por ciento del temario de Igualdad y sus obsesiones sexuales ya no te afectan, con lo que te ahorras el cursillo jurídico del consentimiento, los delitos de odio ginecológicos y las cosas de la nueva matriz. Eso queda para los varones jóvenes, que tendrán que apechugar con la tarea, lo mismo que nosotros apechugamos con la mili. Bastante tenemos los viejos con evitar que te pille una eutanasia a destiempo o que nos dejen sin coche para ir a la casa de la playa, como para ocuparnos de la entrepierna de los demás.

De ahí, que para explicar el tirón mediático de Yolanda baste imaginar lo que hubiera ocurrido de haber sido esas mujeres de rompe y rasga de Montero y Belarra las encargadas de los ministerios económicos, con el BOE abierto sobre la mesa del despacho y el ahí me las den todas, que yo tengo la razón y los demás son chusma fascista. Hay que reconocer que Sánchez anduvo listo tirando del manual socialdemócrata –lo tienen publicado en fascículos diarios por el «El país»– que divide la gestión política en dos partes simétricas.

De cintura para abajo, las montero. De cintura para arriba, las yolandas, que el pacto con la oligarquía que firmó el PSOE en la Transición es sagrado y no se puede romper, bajo pena del infierno. Y ya puede cabrearse Rufián con lo de los salarios de tramitación y añorar las leyes de trabajo franquistas que le va a dar lo mismo. Yolanda, en la reforma laboral, hizo lo que tenía que hacer, freno y marcha atrás, pero el resultado no ha quedado muy brillante. No tiene ella toda la culpa, cierto, porque el problema principal estriba en una gestión a trompicones en la que la coordinación de la política económica es manifiestamente mejorable. No se puede pegar el mayor hachazo fiscal de la historia al mercado laboral, empresas y trabajadores, y pretender que los paganinis no traten de buscarse la vida en el alambre legal. Y, claro, se nos multiplican los contratos fijos-discontinuos, el contrato indefinido deja de ser sinónimo de trabajo estable y duradero, como explica el sindicato USO; hay fulanos que despiden un viernes y recontratan el lunes, para que el finde lo pague la Seguridad Social, y los salarios, comidos por los impuestos y la inflación, no dan para nada. La solución, creativa, no les quepa duda, es tirar de semántica y que los fijos-discontinuos no computen como parados en las listas del SEPE cuando están inactivos. Sin entrar en detalles, la oficina de estadística de la UE considera que hay que sumar un millón de parados más a las listas oficiales del desempleo que presenta el gobierno español, lo que en cualquier otro país hubiera supuesto o la dimisión del ministro de Trabajo, o un reto en duelo a primera sangre con el responsable europeo del ramo.

Pero, a lo que vamos, que Yolanda es muy buena y tiene en sus manos la felicidad de los españoles, mientras que Irene es muy mala por hacer lo que dijo que iba a hacer cuando se presentó a las elecciones.