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Textos de oración ofrecidos por el sacerdote – vicario parroquial de la parroquia de La Asunción de Torrelodones, Madrid

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AutoridadJosé Javier Míguez RegoJosé Javier Míguez Rego

Lectio Divina de este IV domingo del tiempo ordinario

El domingo pasado Cristo anunciaba que su reino se ha acercado; ahora lo demuestra a través de uno de sus signos más fehacientes: la expulsión del mal del interior del hombre. Así nos muestra cómo vence al demonio liberando sus dominios a través del amor que transforma la muerte en vida, la tiniebla en luz. Leamos con atención:

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaún y, al sábado siguiente, entra en la sinagoga a enseñar;  estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas. Había precisamente en su sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo y se puso a gritar: «¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios». Jesús lo increpó: «¡Cállate y sal de él!». El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un grito muy fuerte, salió de él. Todos se preguntaron estupefactos: «¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundos y lo obedecen». Su fama se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.

Cristo revela la cercanía del reino de Dios no solo con palabras, sino también con señales que verifican lo que anuncia. Porque sus palabras no son hueras, un mero decir, como tantas de las que corren por el mundo, sino que son eficaces y determinantes. Recordemos que él mismo es la Palabra por la que todo fue hecho y que sostiene el universo con su poder. Es decir, tiene autoridad porque es el autor de cuanto existe, sin ambigüedad ni contradicción. Esta autoridad veraz es la que le hace capaz de vencer al demonio, “padre de la mentira y mentiroso por naturaleza” (Juan 8, 44). ¿El demonio? Sí, no el mal como entidad abstracta, sino como ser personal; no como la mera deficiencia de cuando falta el bien, sino como la eficiencia de un ser vivo perverso y pervertidor, tal como enseñó san Pablo VI. Efectivamente, su existencia es tan cierta que aparece recurrentemente en el evangelio, muy particularmente en el de Marcos que leemos este año, de tal manera que quien lo niegue está negando la revelación de Dios y se pone del lado de las mentiras y opacidades del mismo demonio. Porque así como este estuvo al inicio de la gran tragedia humana, el pecado original, con su engaño y seducción a nuestros primeros padres, continúa acechando a cada hombre y mujer a través del tiempo para someterlos y destruirlos.

Pero lo importante de este texto, como de todos los evangelios, es cómo actúa Cristo contra el demonio y el resto de los espíritus malignos. Lo hace con autoridad, “parresia”, que en el original griego significa “decirlo todo”. Es decir, no callar por miedo ni compromiso, sino llamar las cosas por su nombre, con valentía y sin doblez, propios del que gozosa y pacíficamente sabe quién es en sí mismo y por eso puede definir con justicia las demás cosas. Por eso su sola presencia hace manifestarse a los espíritus del mal como lo que son: seres alevosos, dañinos y cobardes. Con ellos no hay diálogo posible, por lo cual Cristo se limita a ordenarles que callen y salgan del hombre. Pero esta acción suya no se queda en exorcismos puntuales. Él derrota definitivamente el poder del demonio con su cruz y su resurrección. Por su Pascua le desarma en sus propios dominios, que son la des-esperanza y la muerte, haciendo brillar su amor hasta el extremo. Así consuma toda su existencia terrena, desde la Anunciación del Ángel a su Madre hasta su encomendarse a las manos del Padre en la cruz. Así da cuenta de que no solo está al inicio de todo, sino que todo lo completa y restaura por el poder de su amor. Ante esto no hay fuerza maligna que pueda oponer resistencia; el demonio se retuerce y se rinde en su opresión al hombre.

Cuando vemos el mundo sometido al demonio, con sus idolatrías materialistas, hedonistas o de opresión sobre los otros, es hora de volver a tomar parte en el reinado de Cristo, que es el de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, la caridad y la paz. Esto comienza en nosotros mismos cuando rechazamos con humildad y realismo todas las formas en que el demonio nos seduce y volvemos a afirmarnos en la fuerza de la fe, la audacia de la esperanza y la discreta omnipotencia del amor. Date cuenta que hoy tienes esa oportunidad; vuelve dentro de ti y busca esos criterios y actitudes que aún quedan bajo el dominio del mal, especialmente esos pecados que originan muchos más, así como los que tanto te cuesta vencer. Ponlos al pie de la cruz de Cristo, desde donde él ejerce su definitiva autoridad, y pídele que el poder de su resurrección impere donde no llega tu buena voluntad. Presenta todo esto con el pan y vino en el altar y abre allí las puertas de tu libertad.