Religion

La Madre de Dios, modelo de caridad

Textos de oración ofrecidos por Christian Díaz Yepes, sacerdote de la archidiócesis de Madrid

"La Inmaculada Concepción de los Venerables", de Bartolomé E. Murillo, en el Museo del Prado.
"La Inmaculada Concepción de los Venerables", de Bartolomé E. Murillo, en el Museo del Prado.MurilloMurillo

Lectio divina para el 1 de enero, Santa María Madre de Dios

Al inaugurar un nuevo año nos preguntamos dónde encontrar un modelo de caridad, pues muchos piensan que seguir al mismo Jesús es una aspiración demasiado elevada. Afortunadamente, encontramos junto a Jesús el modelo de quien le ha seguido y participado estrechamente en su misterio de amor: su propia madre, quien con razón es reconocida como la primera entre todos los cristianos.

Es común que a María se le admire y se le venere. Mucho más común que se acuda a ella para pedirle una gracia material o espiritual. Todo eso está muy bien. Sin embargo, es mucho menos común que nos preguntemos cómo nos enseña María a amar a Dios y a los hermanos, cómo nos enseña la caridad.

María es modelo del creyente. Por eso piensa en la fe con el pensamiento de Dios y quiere con la voluntad de Dios. Por tanto, no puede ser más que una mujer que ama. Así lo podemos intuir en los gestos sencillos y determinados que nos narran los evangelios de la infancia en Mateo (1-2) y Lucas (1-2): Su amor a Dios le hace presentarse como “su esclava” (Lc 1, 38). También su solicitud se muestra a favor de la pareja de las bodas de Caná y en la delicadeza con la que se ocupa de sus necesidades (Jn 2, 1ss). Lo comprobamos con estupor en la manera como acepta ser “olvidada” por Jesús durante su vida pública (Lc 8, 19ss). Nos impacta en su mantenerse firme al pie de la cruz, acogiendo al discípulo que le es ofrecido como hijo por parte de Jesús (Jn 19, 27). Nos llena de gozo cuando vemos cómo a su alrededor se mantiene unida la comunidad de los discípulos a la espera del Espíritu Santo en Pentecostés (cf. Hch 1, 14ss).

En el pasaje de la visita a Isabel, María nos recuerda que amar a Dios implica también amar a los hermanos. Además, nos enseña algunas cualidades de la caridad, como la prontitud, el servicio y la humildad. Para María lo más importante es vivir la caridad, es servir y vivir la humildad. Su actitud en los evangelios es de donación, de entrega, de servicio (ver: Lc 1, 39-46).

Pero no es esto lo más importante en la práctica de la caridad por parte de María. Ante todo, debemos reconocer que su mayor acto de amor ha sido el de darnos a Dios. Ella no solo ha dado algo de sí a Dios: un poco de tiempo, un trabajo, la atención a alguien. Ella se ha dado toda a Dios y por eso ha podido darnos a Dios.

Por todo esto, nos enseñó Benedicto XVI: «Cuando María proclama el Magníficat dice: “mi alma engrandece al Señor”, es decir, proclama que el Señor es grande. María desea que Dios sea grande en el mundo, que sea grande en su vida, que esté presente en todos nosotros».

Nos podemos preguntar: ¿Cómo es posible que una criatura haga que Dios sea más grande de lo que Él ya es? María puede hacerlo porque le hace espacio allí donde Él nos había dejado espacio a nosotros: en nuestra propia libertad. Cuando ella responde con generosidad a la voluntad de Dios, permite que Él entre allí donde quedaba al margen. Así engrandece al Señor y engrandece también a la misma humanidad.

En el camino de María hubo mucho de sacrificio, de incertidumbre, de perplejidad y de dolor intenso, pero esto no es lo que sobresale en ella: Sobresale el amor. El mundo continúa siendo hoy el ámbito donde Dios parece estar ausente, pues las libertades de muchos no responden a Él. Experimentamos tantas veces el dolor y la angustia ante la “ausencia de Dios”, ante la dificultad de reconocer su gracia entre nosotros. Es porque también hoy hacen falta personas auténticamente marianas, es decir, personas que verdaderamente amen a Dios haciéndole espacio en su propia vida y en su propia voluntad.

El apóstol Pablo ofrece una descripción magistral de qué es la caridad en el famoso cántico de la carta a los Corintios (13, 1ss). Hagamos el intento de sustituir en él la palabra “caridad” por el nombre de “María” y veremos cómo nuestro sentido de fe nos hace reconocer en ello una perfecta adecuación:

María es paciente, es servicial; María no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe;

María es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal;

María no se alegra de la injusticia;

María se alegra con la verdad.

María todo lo excusa.

María todo lo cree.

María todo lo espera.

María todo lo soporta.

Sí, ciertamente en todo lo que es María resalta la caridad. ¿También podemos sustituir en este himno de san Pablo la palabra “caridad” por nuestro propio nombre”? ¿Somos tan marianos como para llegar a ese punto?

Tomemos un momento para hacer el intento: Sustituyamos ahora el nombre de María y pongamos el nuestro. Repitamos el himno de San Pablo y preguntémonos si puede aplicarse a nuestra propia vida.

No nos desanimemos si comprobamos que aún nos falta tanto. Propongámonos acciones concretas para recomenzar y dispongámonos para hacerlo así ahora mismo…

Vemos también la caridad de María en las letanías, que son los saludos de amor que como una corona de flores los cristianos de todos los tiempos vamos ofreciendo a María. Cantemos tratando de reflejarnos en ellas. Pensemos en algunas para que nos ayuden como un examen espiritual de nuestra vida:

Madre de misericordia”: ¿Soy misericordia para con quienes vienen a mí?

“Vaso espiritual”: ¿Cultivo mi espiritualidad para que se conserven en mí los tesoros de Dios?

“Auxilio de los cristianos”: ¿Los demás pueden contar con mi ayuda sin mezquindad?

“Consoladora de los afligidos”: ¿Doy consuelo a quien lo necesita?

“Causa de nuestra alegría”: ¿Soy motivo de alegría para el triste, para el abatido?

“Reina de la paz”: ¿Construyo la paz a mi alrededor para ofrecerla como mi mayor obra de caridad?

Como vemos, la caridad de María no hay que buscarla solamente en su vida histórica. La grandeza de los santos se muestra sobre todo en el bien que ellos continúan haciendo desde su vida glorificada junto a Dios. María ha sido reconocida siempre por los cristianos como la primera a la cual deben dirigir sus súplicas para avanzar hacia Dios, como lo muestra el mismo Avemaría, que tiene un origen antiquísimo: “Santa