Religion
Darle una vuelta
Textos de oración ofrecidos por Christian Díaz Yepes, sacerdote de la archidiócesis de Madrid
Lectio divina del IV domingo del tiempo ordinario
¡Cómo nos despiertan las palabras de Cristo! Son siempre desconcertantes, renovadoras. Nos cuestionan y hacen asumir la vida más allá de lo que buscaríamos superficialmente. Él proclama en sus bienaventuranzas todo lo que no quisiéramos experimentar, pero que paradójicamente esconden un tesoro: la pobreza, la pérdida, las lágrimas, el rechazo y la persecución. Es decir, todo eso de lo que tratamos de escapar cuando nos sale al paso, perdiendo la oportunidad que encierran. Si en cambio asumimos esto desde el amor y la fe, nos hacen mirar hacia lo alto, buscar a Dios y así descubrir lo que más vale en la vida. Leamos y meditemos:
«Al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo: “Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, que de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros”» (Mateo 5, 1-12).
Las bienaventuranzas de Cristo, con las que se inicia su sermón de la montaña que empezamos a meditar desde este domingo, proclaman que el camino hacia la plenitud de lo que se anhela parte de las sombras de lo adverso y hasta negativo. Per aspera ad astra, sentenciaron los clásicos, “por lo duro se alcanzan los astros”, por lo adverso se llega hasta el cielo. Efectivamente, la belleza de una obra de arte se sostiene en ese revés del tapiz que no suele expresar la armonía ni el atractivo de lo que se va tejiendo. La virtuosidad de una armonía se perfecciona en esas horas de fatigosos ensayos y perfeccionamiento de los músicos. Así también la vida humana cobra sentido cuando se forja en el esfuerzo esperanzado, el trabajo con fe y el sacrificio que pone a prueba el amor. Solo así se entiende que el Salvador pueda proclamar bienaventurados a los pobres, a los que lloran y pasan hambre. Por eso un corazón purificado obtiene como recompensa la contemplación de Dios y quien edifica la paz puede ser considerado hijo suyo. «Con repetidos golpes de saludable escalpelo y con cuidadosa limpieza quiere el artista divino preparar las piedras que deberán componer el edificio eterno», explicaba san Pío de Pietrelcina a las almas que se confiaban a su dirección (Carta del 19/V/1914). Este centro del misterio cristiano sigue siendo tan vigente hoy como en todos los tiempos.
La palabra de hoy nos descubre el sentido cristiano ante lo que aparece como negativo en la vida. El dolor, la pobreza e incluso la injusticia pueden ser la ocasión para elevar la mirada más allá de la complacencia a los propios gustos. Son ocasiones para pasar del aquí y ahora inmediatos al más allá de lo eterno. Es decir, no conformarnos solo con el bienestar, sino construir el «bienser». Y cuando no somos nosotros mismos los que sufrimos algunas de esas situaciones, sino que las encontramos en la vida de los demás, ellas son la ocasión para practicar nuestra caridad, acercarnos al que sufre y ofrecerle nuestra ayuda moral o material. Démonos cuenta de que esta es la dinámica del amor asumida por el mismo Cristo, quien, siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos. Pero su pobreza no es negativa, sino que es signo de desasimiento y libertad, de fuerza interior y confianza en la asistencia divina. Su dolor y su muerte, asumidos hasta el grado más crudo, no le aniquilan, sino que se hacen fuente de vida y abren horizontes impensables. Este es el sentido de toda mortificación y de las renuncias que forman parte de toda vida espiritual sana y comprometida. Son esos hilos que a diario vamos entretejiendo, por encima de complacencias y gustos personales, para hacer que destaque la obra de arte que merece ser nuestra vida.
La Palabra de hoy nos hace preguntarnos dónde estamos poniendo nuestra esperanza, si en Dios que saca bien del mal y no permite que pasemos una prueba sin darnos la fuerza para superarla o en nuestros medios, siempre insuficientes. Él nos hace descubrir que toda sombra tiene su revés bendito, toda dificultad es una oportunidad, toda cruz, camino hacia la luz. Las riquezas nos pueden esclavizar en un horizonte muy pequeño, la saciedad nos embota, la diversión nos atonta y los halagos nos adormecen y condicionan. Tanto de lo que el mundo considera felicidad termina mostrándose como mera ilusión, tan distinto a una vida con los ojos y el corazón abiertos; tan diferente a elevarnos hacia cimas más valiosas, como superar nuestros mismos límites. Por eso, asumamos lo negativo con esperanza y abiertos a la gracia de Dios, con la mente despierta para ver lo que está esperando por revelarnos el verdadero sentido de la vida. Que nada nos obstaculice ni embote en este camino.
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