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El Papa pide perdón por los abusos a menores por parte del clero chileno
El Papa se reunió con un grupo de víctimas que le pudieron contar sus sentimientos y con las que lloró. En su primer discurso en Chile, pidió perdón «ante el daño irreparable causado a niños por parte de ministros de la Iglesia».
El Papa se reunió con un grupo de víctimas que le pudieron contar sus sentimientos y con las que lloró. En su primer discurso en Chile, pidió perdón «ante el daño irreparable causado a niños por parte de ministros de la Iglesia».
Francisco aterrizó ayer en Chile después de un vuelo de casi 16 horas. En esta nueva gira latinoamericana –tras dos días en Chile, el jueves se trasladará a Perú– el Pontífice dio todo un «golpe de efecto» ya en su primer discurso. El primer día de su estancia en Chile y ante las autoridades del país, no dudó en entonar el «mea culpa» por los casos de abusos sexuales a menores por parte de miembros del clero chileno, que han menoscabado la imagen de la Iglesia.
El Santo Padre se reunió en privado durante unos 30 minutos con víctimas de abusos sexuales cometidos por sacerdotes, informó a última hora de ayer el director de la Sala de Prensa de la Santa Sede, Greg Burke. «El Santo Padre se ha reunido hoy [por ayer] en la Nunciatura Apostólica de Santiago de Chile, después del almuerzo, con un pequeño grupo de víctimas de abusos sexuales por parte de sacerdotes. El encuentro ha tenido lugar de forma estrictamente privada y no había nadie más presente: solamente el Papa y las víctimas. De este modo, han podido contar sus sufrimientos al Papa Francisco, que les ha escuchado, y ha rezado y llorado con ellos», dijo el portavoz del Vaticano
El asunto está muy candente en la sociedad chilena, tanto que la visita del Pontífice no es bien vista por todo el pueblo, puesto que muchos creen que la Iglesia chilena no ha respondió con contundencia. De hecho, en el primer día de la visita del Papa a Chile, se produjeron ataques contra varias iglesias.
La crisis estalló cuando se destapó el escándalo de abusos a niños protagonizado por el sacerdote Fernando Karadima. Este cura fue declarado culpable por la Santa Sede en febrero de 2011, pero eso no bastó para amainar tempestades. El nombramiento de Monseñor Juan Barros como obispo de la diócesis chilena de Osorno, quien fue párroco a las órdenes de Karadima y a quien se le considera encubridor de los abusos, contribuyó al decrédito de la Iglesia chilena.
Ahora, el Papa, bajo el lema de la visita «Mi paz les doy», trata de sanar esas heridas y dar un renovado impulso a los cristianos del país, así como cambiar la percepción que la población tiene de la institución religiosa. Durante su discurso a las autoridades en el Palacio de la Moneda, fue totalmente rotundo: «No puedo dejar de manifestar el dolor y la vergüenza que siento ante el daño irreparable causado a niños por parte de ministros de la Iglesia». «Me quiero unir a mis hermanos en el episcopado –continuó en un tono serio–, ya que es justo pedir perdón y apoyar con todas las fuerzas a las víctimas, al mismo tiempo que hemos de empeñarnos para que no se vuelva a repetir».
Pese a que el Papa trató en su discurso otros asuntos, como el inmenso ejercicio de regeneración democrática del país, la parte en la que condenó con rotundidad los abusos a niños en el seno de la Iglesia fue la que arrancó más aplausos.
Pero no fue el único momento en el que habló de este tema. Lo volvió a abordar durante el encuentro con los sacerdotes, religiosos, así como consagrados y seminaristas en la catedral de Santiago. Fue un discurso breve en el que puso el foco en la llamada que Dios hace de cada uno, denunciando que «no existe el ‘‘selfie’’ vocacional» puesto que «la vocación exige que la foto te la saque otro».
Francisco calificó de «momentos turbulentos» los que vive la Iglesia en la actualidad. Dijo conocer «el dolor que han significado los casos de abusos ocurridos a menores de edad» y aseguró «seguir con atención cuanto hacen para superar ese grave y doloroso mal». «Dolor por el daño y sufrimiento de las víctimas y sus familias, que han visto traicionada la confianza que habían puesto en los ministros de la Iglesia». Pero también «por las comunidades eclesiales» y por todos los que han vivido «el daño que provoca la sospecha y el cuestionamiento, que en algunos o muchos pudo haber introducido la duda, el miedo y la desconfianza».
Además, aseguró conocer el que «a veces han sufrido insultos en el metro o caminando por la calle» porque ir «vestido de cura en muchos lados se está pagando caro», y cerró el tema invitando a «pedir a Dios que nos dé la lucidez de llamar a la realidad por su nombre, la valentía de pedir perdón y la capacidad de aprender a escuchar lo que Él nos está diciendo».
En la mañana de ayer, el Pontífice celebró una misa en el llamado Parque O’Higgins, tras bajarse del avión papal.
A pie del «Pastor Uno» fue recibido por la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, y autoridades de la Conferencia Episcopal, así como por el nuncio apostólico, Ivo Scapolo, y el ministro de Exteriores chileno, Heraldo Muñoz, entre otras personalidades. «¡Bienvenido a Chile, Papa Francisco! Lo recibe un país que ha cambiado desde la visita de Juan Pablo II. Somos una sociedad más justa, libre y tolerante, pero con desigualdades que requieren del mensaje de esperanza de un hermano espiritual de Alberto Hurtado», tuiteó la presidenta Bachelet tras recibir a Jorge Mario Bergoglio. También aguardaba al pontífice la Orquesta Sinfónica Infantil Metropolitana, que interpretó una pieza musical para darle la bienvenida, y una representación de los más de 15.000 jóvenes voluntarios.
Ya desde el día anterior, muchos chilenos llegaron para coger sitio, alcanzándose, según las autoridades, el número de 400.000 fieles. Muchos de ellos llegados también desde la tierra natal del Papa, Argentina, pero también de Bolivia o Perú. Allí alentó a los chilenos que asistieron a la celebración bajo un sol intenso, a «¡sembrar la paz a golpe de vecindad!».
En un encuentro con los obispos, el Papa denunció que en las sociedades modernas existe un «sentimiento de orfandad», de «sentir que no pertenecen a nadie» y alertó sobre la posibilidad de que también afecte al clero.
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