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Dos papas santos

El párroco del mundo

Juan XXIII, a su entrada oficial a Venecia en la procesión de góndolas y lanchas sobre el gran Canal
Juan XXIII, a su entrada oficial a Venecia en la procesión de góndolas y lanchas sobre el gran Canallarazon

Qué equivocados están los que piensan que las personas mayores tienen –o tenemos– una concepción de la vida caduca, pasada de moda. Ancianos muchas veces nos dan valiosísimas y sorprendentes lecciones de modernidad, de sentido práctico, de visión de futuro. También se equivocan los que consideran que en la gente sencilla y campechana no cabe la hondura intelectual. Hace más de 50 años un hombre, a partir de hoy santo oficialmente, demostró al mundo que la capacidad de renovación no es cuestión de edad, ni la finura de pensamiento cuestión de palacios.

Juan XXIII nunca quiso prescindir de la cercanía ni el afecto, y jamás abandonó los ademanes de párroco de pueblo, afable y cariñoso, amante de las largas charlas en torno a una buena mesa. No obstante –o quizá por eso mismo– fue quien, gracias al Concilio Vaticano II, puso a la Iglesia en el siglo XX, llevándola como en volandas –igual que los ángeles harían– desde casi la Edad Media a la luz del siglo XX. Quizá por eso también fue un gran hombre, un extraordinario diplomático y un grandísimo Papa.

Su bondad tampoco eclipsó su inteligencia. En los complicadísimos tiempos de la Guerra Fría, se erigió en el mayor defensor de la Paz. Tal vez pasen muchos años hasta que el mundo llegue a conocer los fuegos que la diplomacia vaticana apagó en aquella época y el efecto directo que en los gobernantes del momento tuvo su encíclica «Pacem in terris». Como el Buen Pastor, Juan XXIII supo ganarse en la misma medida el respeto de los poderosos y el amor de su rebaño; un amor devoto y filial que se ha mantenido e incrementado pasado medio siglo, y después del pontificado de cuatro Papas excepcionales, cada uno a su manera.

El Papa Bueno fue el Papa de la unidad, el primer y principal promotor del ecumenismo, y el que sembró los campos para la Iglesia que los fieles necesitan y que Dios quiere. Una Iglesia cercana a los que sufren, preocupada por los dolores de los hombres, que no sólo está para prometer la gloria futura, sino también para luchar por la justicia presente.

Mensajeros de la Paz nació en 1962 imbuida de ese aire de futuro, de compromiso social y de nueva espiritualidad que se abría con el Concilio. Sin él no hubiéramos podido ser lo que somos ahora, al igual que otras organizaciones que tan importante papel han desarrollado –y lo seguirán haciendo– en la ayuda a los necesitados en todo el mundo. Una organización laica de espíritu cristiano, fundada por un sacerdote, pero independiente de la Iglesia, de los obispos, o las órdenes religiosas, hubiera sido impensable antes de Juan XXIII. Otra lección de aquel Papa anciano y sencillo que fue una bendición para la Iglesia y para el mundo.

San Juan XXIII, desde el Cielo, ruega por todos los hombres y mujeres que necesitan pan, paz y justicia. AMÉN.

*Presidente y fundador de Mensajeros de la Paz