Familia

Luis de Lezama: «Más de una vez las lágrimas se me han mezclado con la tinta»

Luis de Lezama: «Más de una vez las lágrimas se me han mezclado con la tinta»
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Rinde homenaje a su abuelo en «El capitán del Arriluze», libro que saca a la luz una historia familiar 80 años después

El capitán Poli Barañano no llegó a conocer a su primer nieto. De vuelta a Bilbao fue fusilado en El Ferrol pocos días después del 18 de julio de 1936, tras ser cañoneado en su barco y hecho prisionero. Lo acusaron de traición. Su delito: ser un hombre leal a sus principios y a su palabra. Hoy, Luis de Lezama, ese nieto que no conoció, le rinde homenaje con «El capitán del Arriluze» (Plaza & Janés), una historia familiar que, casi 80 años después, al fin ve la luz. Es la tercera novela de este vasco (Amurrio, Álava, 1936), pero su faceta de escritor es sólo una de su poliédrica personalidad: sacerdote, empresario hostelero, periodista, educador... Recién aterrizado de Washington, de su taberna del Alabardero, nos recibe en el Café de Oriente, otra de sus creaciones.

–¿Por qué tardó en contar la historia del abuelo?

–Me la contaron de pequeño. Luego se iba completando, pero siempre faltaba algo, qué llevaba el barco, cómo fueron sus últimos días. Nosotros éramos perdedores, rojos -decían los vecinos–, pero luego nos veíamos en misa los domingos. En el 85, Vicente Talón publicó en «El Correo» el hundimiento del Arriluze. Descubrí que la fuente de sus crónicas era mi madre. Le dije, guárdame la historia porque algún día la escribiré yo. He tardado seis años.

–¿Quién fue Poli Barañano?

–Un hombre honesto, fiel a sus ideas, que practicaba la lealtad y la legalidad como lo lógico. No por estar de acuerdo, sino como demócrata que aceptaba lo que le mandaba un Gobierno salido de las urnas.

–Se echan de menos ahora valores como los suyos .

–Sí, se echan en falta, no se llevan: la fidelidad, la lealtad a unos principios y a una palabra dada, a su gente, a su fe, la capacidad de perdonar a sus verdugos... Este tipo de gente ya no existe.

–¿Cuántas veces se le han caído las lágrimas?

–Más de una vez he tenido que dejarlo porque las lágrimas se mezclaban con la tinta. Se me hacía duro seguir. Hay un contenido emocional por la parte que me toca que dejaba destrozado. Es pasional, descarnada, cargada de romanticismo...

–Localizó a tripulantes que se salvaron...

–A Benito, su amigo, que llevó la noticia a mi abuela. En Asturias encontré a supervivientes en el lugar donde estrelló el barco en torno al cabo de Peñas ya muy ancianos, o descendientes suyos en la aldea de San Martín de Podes, donde sigue hundido el Arriluze.

–Y encontró al padre Fermín, que lo asistió espiritualmente en su final.

–Casualmente en Madrid. Era un viejito esperando cruzar la calle. Lo acompañé y le pregunté de dónde era. Al decirme que era un mercedario de El Ferrol le hablé de mis malos recuerdos de allí y me reconoció. Me dijo: «Tú eres el nieto de Poli. Me habló mucho de ti». No dormí en toda la noche. Había sido su confidente y confesor. Al día siguiente me contó cómo fueron aquellos últimos días desde que lo cogen hasta que lo fusilan. Era la pieza que faltaba y es impresionante. Fue algo providencial.

–¿Qué le ha supuesto personal y familiarmente?

–Una deuda con mi madre, Ebi Barañano. Se lo había prometido. Ella quería, pero mi tía Asun, la última hija del capitán, me decía: «Luis no lo publiques».

–Era usted el cura de los «maletillas».

–Abrimos un albergue para jóvenes marginales en Chinchón –donde empecé como sacerdote– y Vallecas. Chavales sin estudios que soñaban con ser toreros. Íbamos a la rebusca de chatarra y cartones viejos por los estercoleros de Madrid.

–Fue secretario de Tarancón. ¿El tiempo le ha dado la razón?

–Sí, hoy más que nunca. Abrió caminos inéditos que son los que hoy transita el Papa Francisco, que está enganchando con la Iglesia del Vaticano II. Ha cambiado el estilo de evangelización, aunque algunos no lo entienden. Si sopla el Espíritu Santo, hay que aceptarlo y corregir lo que sea necesario.

–¿Se puede hablar de Dios con el estómago vacío?

–Hay que predicar siempre, pero es más fácil a los pobres que a los ricos, porque los limpios de corazón ven a Dios.

–¿Cómo empezó su aventura como tabernero?

–Como anzuelo para pescar a jóvenes de la calle. En 1974 pedí licencia e inauguramos la taberna del Alabardero. Nuestro lema es «Enseñar a pescar, no dar peces». Y sin subvenciones, sin donativos y sin patrimonio, crecimos. Queremos transformar la taberna como escuela de formación humana, de valores. Desarrollar el capital humano.

–Por allí pasó toda la Transición.

–Intelectuales, toreros, periodistas, políticos, artistas... Bergamín, Alberti, Mingote, Suárez, Felipe González... La España que se transformaba en democracia.

–¿Quién da más trabajo, usted o el INEM?

–Yo doy más trabajo. Somos 22 restaurantes y cuatro escuelas de hostelería, además de una on-line con 16.000 alumnos. Nuestros alumnos están diseminados por los mejores restaurantes. Yo no pido dinero, pido trabajo.

–Es amigo de Julio Iglesias y Plácido Domingo.

–Muy amigo. A Julio lo conocí joven, cuando el accidente. Lo casé con Miranda y he bautizado a sus hijos. Con Plácido igual, he casado a su hijo, bautizado a su nieto y celebramos sus bodas de oro.

–Su último proyecto es educativo.

–En mi parroquia de Santa María la Blanca de Montecarmelo. Tratamos de cambiar el sistema educativo con una experiencia piloto con Microsoft. Los jóvenes están cambiando, ya no son los pijos de antes con todo pagado por papá. Ahora quieren trabajar para pagarse sus gastos, tienen otra conciencia social.

–¿Está preocupado?

–Mucho, me quita el sueño. La educación es un desastre. Hay que cambiar el sistema, no las leyes. Siguen basándose en la memoria, no en el conocimiento. Creen que innovar es regalar tabletas. Lo que hay que hacer es ayudar al alumno y no se puede encargar un libro sin escuchar a los profesionales. Necesitamos una escuela pública fuerte y hecha por los maestros.