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Misiones internacionales

Misioneros en el fin del mundo: «Si crees en Dios, te la juegas por él»

Tras el asesinato de un joven por una tribu de la India a la que pretendía evangelizar, varios misioneros españoles que trabajan con indígenas explican las dificultades de su tarea

El joven estadounidense John Allen Chau se obsesionó con adentrarse en territorio prohibido para predicar el Evangelio
El joven estadounidense John Allen Chau se obsesionó con adentrarse en territorio prohibido para predicar el Evangeliolarazon

Tras el asesinato de un joven por una tribu de la India a la que pretendía evangelizar, varios misioneros españoles que trabajan con indígenas explican las dificultades de su tarea.

«Alguien dijo que los tres momentos claves en la vida se podrían concretar en el día en que nacemos, el día en que descubrimos para qué hemos nacido, y el día en que marchamos de este mundo», reflexiona el obispo de San Sebastián José Ignacio Munilla en el prólogo del libro «Se buscan rebeldes». La segunda pregunta, continúa, es la más importante porque determina el sentido de nuestra existencia. Tanto, que hay quienes están dispuestos a dar su vida por una vocación. Hay mil ejemplos de ello, pero el que quizá lo ilustra con más claridad es el misionero. Aunque todo católico está llamado a predicar el Evangelio, algunos, solo los más valientes, lo dejan todo para llevar la palabra de Dios hasta el último rincón del mundo.

Si bien coger la maleta para descubrir lugares remotos y conocer a las gentes que los habitan pueda tener algo de idílico, incluso de romántico, es un sacrificio que solo los que sienten la llamada más profunda pueden ofrecer. Pese a los peligros, que son infinitos. Porque son muy pocas las historias que trascienden de todos los misioneros que fallecen en sitios inóspitos asolados por guerras, hambrunas, enfermedades, regímenes totalitarios y desastres naturales. Entonces, ¿dónde debería estar el límite de la labor misionera? «Si crees en Dios, te la juegas por él», responde Javier Olivera, misionero del Camino Neocatecumenal. Sabe de lo que habla. Aunque ahora está establecido en Mongolia, pasó más de 16 años en la China comunista predicando la palabra de Dios a escondidas. Pese a los riesgos,no dudaba en celebrar Eucaristías en fábricas e, incluso, oficiar matrimonios. Por eso, cuando se le pregunta por John Allen Chau, el joven estadounidense asesinado por la tribu aislada de Setinel del Norte –una isla al este de la India que durante mucho tiempo fue área restringida– para hablarles de Jésus, se niega a juzgarle. Aún sabiendo que actuó más como un Robinson Crusoe atraído por leyendas, que como un misionero de la Iglesia.

De la misma forma que, hoy día, ser misionero no es evangelizar con la cruz y la espada, tampoco es adentrarse en solitario en una comunidad sin preveer las consecuencias. La actividad misionera en los pueblos que aún no conocen a Dios está regulada por el decreto «Ad Gentes» promulgado por el Vaticano y a él deben responder todo laico o religioso que por vocación, carácter y capacidades está llamado a crear nuevas iglesias locales.

Javier es uno de los elegidos. Desde 2014 sirve a esta causa en Mongolia, un país del que «me enamoré cuando vine por primera vez a visitar la misión establecida». La Iglesia entró en 1990, cuando cayó el comunismo, invitada por el Gobierno como signo de aperturismo. «Allí estaba todo por hacer. Pese a que Juan Pablo II envió tres misioneros para ayudar a estructurar la sociedad, no fueron bien recibidos», rememora de las conversaciones mantenidas con el obispo Wenceslao Padilla, iniciador de la misión en el territorio mongol. «No era tanto rechazo a la religión católica, sino al extranjero, pues debe tenerse en cuenta que ha sido un país asediado durante décadas por China y Rusia». A ello debe sumarse que su población practica una religión chamanista, y que una cuarta parte de ella es nómada. «Hoy en día el contacto con ellos es algo más fácil, aunque atraer su atención hablándoles de un solo Dios sigue siendo complicado».

¿Cómo consigue entonces hablarles de Jesús? Javier cuenta que, como es «un país muy frío con condiciones de vida muy duras, muchos nómadas se están estableciendo en pequeñas chabolas en la capital, en Ulan Bator». Allí, la ayuda al pobre es casi inexistente, así que los misioneros aprovechan ese vacío para atenderles y hablarles de Jesús. Si se le pregunta por las situaciones de peligro vividas, Javier relativiza. Admite que le han robado «en alguna ocasión», pero que ha sufrido más por los fenómenos meterorológicos que por los riesgos que conlleva predicar en tierras remotas.

Pueblos indígenas

Tras 44 años trabajando con los pueblos indígenas de la selva boliviana, la monja navarra Adelina Gurpergui asegura que «he aprendido más de ellos que lo que les he enseñado». A sus 74 años se ha convertido en una más de la comunidad, y es «la madrecita». Lo mismo atiende enfermos, que ayuda a toxicómanos o acoge indígenas. Se conoce al dedillo el Parque Nacional Isiboro Secure gracias a sus pobladores. Ellos han sido su guía en la selva y en los ríos para que pueda llegar a todas las comunidades. Insiste en que todas son «muy acogedoras», y que en algunas tribus, incluso, está la semilla cristiana implantada por los primeros jesuitas. «Es cierto que en el norte, los aimaras son más cerrados. Me adentré con naturalidad, empecé a cantar con los niños y, poco a poco, se fue acercando el resto». Adelina llama al resto del mundo a agradecer a estos pueblos «conservar la naturaleza, porque gracias a ellos podemos seguir respirando». Éste, de hecho, será uno de los temas que se tratará en el Sínodo de la Amazonía , así como los nuevos caminos de evangelización de estos pueblos. A este respecto, el misionero Ricardo Bachiller, que lleva 40 años predicando en esta zona, explica que «en el pasado se ha hecho una evangelización muy impositiva, sin respetar sus creencias, lo cual ha hecho que ellos se sientan invadidos por otra cultura». Sobre la tarea de potenciar las vocaciones nativas explica las aristas: «Son personas con una cosmovisión muy cercana a la Tierra, están muy apegados a la parte existencial y para ellos el valor de la continuidad de la estirpe es sagrado. Es difícil hablarles de celibato porque para ellos no es un valor. Tienen su propia manera de asumir la religiosidad, pero escuchan si vas con buenas intenciones».