Roma
No ambicionó la púrpura
«He leído algunos de sus libros que me han interesado mucho», le dijo el Papa Francisco a Monseñor Fernando Sebastián en la larga conversación que mantuvieron en Roma a principios del pasado mes de septiembre. El ayer anunciado nuevo cardenal, en efecto, es autor de excelentes monografías sobre temas muy varios; el último «La fe que nos salva» está en la línea de otros anteriores entre los que destaca «Evangelizar», que es todo un programa de esa «nueva evangelización» en la que la Iglesia está metida.
No sé si en esa conversación Bergoglio fraguó su decisión de dar la dignidad cardenalicia a un hombre cuya hoja de servicios a la Iglesia es impecable y no me refiero sólo a la española sino a la universal porque hay que recordar el papel fundamental que Monseñor Sebastián desempeñó en el Sínodo de los Obispos sobre la vida religiosa; la suya fue una inteligente mediación que en su día reconoció el Cardenal Eduardo Martínez Somalo por entonces Prefecto de la Congregación para la Vida Religiosa.
Pero a nosotros nos interesa más, por supuesto, lo que Fernando Sebastián ha aportado a la historia reciente de la Iglesia española. Para nadie es un secreto que el entonces Rector de la Pontificia Universidad de Salamanca se convirtió en uno de los consejeros más escuchados por el Cardenal Vicente Enrique y Tarancón. La famosa homilía de los Jerónimos tuvo en él a uno de sus redactores más fundamentales y desde la secretaría de la Conferencia Episcopal Española estimuló la presencia de la Iglesia en el proceso de la transición política con documentos de importancia hoy indiscutible. Sus reflexiones sobre fe cristiana y política , sobre el laicismo, sobre las aportaciones cristianas a la vida social y a la construcción de la paz , sobre la posición de la Iglesia española frente al terrorismo, la enseñanza de la religión en la escuela y otros muchos temas candentes no pueden ser ignoradas. León, Granada, Málaga y Pamplona fueron las sedes episcopales que le confiaron los Papas y su paso por ellas dejó huellas que aún hoy perduran.
Creo, sin embargo, que sus seis años como secretario de sede de la calle Añastro fueron los que más impacto han tenido en la evolución de nuestra Iglesia. Las típicas emboscadas del mundillo eclesiástico y las zancadillas de algunos de sus hermanos obispos le apartaron del liderazgo efectivo de la Conferencia Episcopal Española a la que estaba llamado por su prestigio intelectual y la firmeza con que defendió siempre el sentido colegial de acuerdo con la doctrina del Concilio Vaticano II.
Su último título episcopal fue el de Arzobispo de Pamplona; para su retiro eligió Málaga diócesis de la que fue Administrador Apostólico. Un retiro muy relativo porque Don Fernando ha seguido dando conferencias y retiros por toda España, impartía clases de teología en el seminario diocesano y su firma se hacía presente en numerosas publicaciones y al pie de libros frutos de profunda reflexión teológica y espiritual. No ambicionaba la púrpura como no ambicionó nunca ninguna dignidad; como buen claretiano no ha buscado los honores ni eclesiásticos ni civiles. Los que le conocemos y admiramos sentimos alegría porque ha llegado por fin el reconocimiento que merecía. ¿Demasiado tarde? Eso sólo depende de la Providencia, cuyos parámetros son diferentes de los nuestros.
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