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«No me disgustaría dirigir una orquesta, pero no me veo de Papa»

Carlos Amigo- Cardenal Arzobispo Emérito de Sevilla

«No me disgustaría dirigir una orquesta, pero no me veo de Papa»
«No me disgustaría dirigir una orquesta, pero no me veo de Papa»larazon

«Benedicto XVI es de tal exquisitez en el trato que no se puede pensar siquiera el mínimo atisbo de que pueda incomodar en el Cónclave»

–Estamos ante un momento realmente novedoso...

–La Iglesia vive en una novedad permanente, porque el Espíritu de Dios se mueve siempre entre los acontecimientos humanos. Y no sólo da matices nuevos, sino también situaciones en las que hay que responder con la fe de siempre a las preguntas que te hacen unos hombres y mujeres distintos. Que un Papa presente de la noche a la mañana su renuncia sorprende en un primer momento. Conociendo la ejecutoria de Benedicto XVI, así como la lealtad y consecuencia de todos sus actos, la sorpresa se queda muy diluida. Estoy completamente convencido de que alguna razón habrá que en este momento no sabemos, porque los que conocemos de cerca y de hace muchos años a Benedicto XVI, sabemos que nunca ha improvisado. Esta noticia de su renuncia ha llegado en el momento oportuno que él ha considerado.

–¿Qué aporta España a este Cónclave?

–No sólo cinco cardenales que vamos a ser electores del Papa, que es un número significativo. La Iglesia española aporta su realidad, una Iglesia viva abierta a todas estas situaciones con una visión universal, como demuestran los 14.000 misioneros y misioneras extendidos por todo el mundo, una Iglesia que está dando un testimonio de caridad admirable en este encuentro con esta realidad social tan preocupante y tan difícil.

–¿Qué sensaciones le genera saber que tiene que entrar a la Capilla Sixtina?

–En cuanto oí la noticia, me comenzaron a temblar las manos, las piernas... Todo. Es la experiencia que tengo del Cónclave en el que he participado. Dentro de la paz que uno siente fruto de la fuerza del Espíritu y de la oración de la gente que está fuera de esos muros que nosotros no vemos ni oímos, los electores somos personas con nuestras limitaciones, que son grandes. Siempre uno piensa si el nombre que pone sobre el papel será el mejor, si no me habré dejado llevar por ninguna otra motivación que no sea buscar lo mejor para la Iglesia... Se trata de una preocupación positiva, no angustiosa que a uno le lleve a una situación casi deprimente. Al contrario, es una preocupación gozosa, activa, responsable y libre para hacerlo lo mejor posible. En definitiva, se trata de ser sincero con Dios y con uno mismo.

–¿Tampoco llegaría a sentir esa angustia si ve su nombre en los votos de los cardenales?

– Esa angustia no me preocupa en absoluto.

–A pesar de que aparezca en alguna que otra quiniela....

–Esos son los amiguetes que uno tiene por ahí...

–Vamos, que no se ve como Papa...

–En absoluto. Además, son de estas cosas que pueden parecer una humildad un poco tonta. Estoy convencido de que la humildad no es hacer juicios de valor sobre uno mismo, sino valorar a las personas, a los otros. Está dentro de la esfera de los intereses. Si usted me dijera: ¿Le gustaría ser director de una gran orquesta? A lo mejor no decía que no. Desde pequeño mi padre, como apasionado de la música, me inculcó la pasión, cuando una sinfonía de Müller te resulta tentador... No me disgustaría dirigir una orquesta, pero no me veo en la otra circunstancia.

–¿Qué Papa necesita la gran orquesta de la Iglesia hoy?

–El perfil está muy claro: el que tiene en su mente Dios. Los perfiles los hacemos siempre con notas y elementos que tenemos en la esfera de nuestro conocimiento ante un problema. Pero las situaciones son tan cambiantes y, en un segundo, una noticia que era de primera página pasa al capítulo de sucesos. Fíjese, Pío XII era un Papa espectacular que tuvo afrontar situaciones tremendamente difíciles por la Guerra Mundial. Después, llegó Juan XIII. ¿Alguien pensó que el perfil del futuro Papa iba a ser el que tenía él o se esperaba de nuevo a un Pío XII? Y se entregó con una desbordada simpatía. Dio paso a Pablo VI que llevó adelante nada menos que todo el Concilio Vaticano II. Así, el perfil que podemos dibujar pasa por un hombre con una apertura muy grande a las distintas situaciones culturales y religiosas, con una gran capacidad de relación con distintas confesiones religiosas, un Papa que sepa estimular a la juventud para responder a los retos actuales y un Papa fundamentalmente santo, porque es nuestro maestro en la fe y es quien tiene que fortalecer nuestra esperanza.

–¿Resulta banal quedarnos en el debate Papa negro Papa americano?

–No buscamos banderas, buscamos personas. Y por tanto, buscamos a la persona que mejor pueda servir a la Iglesia como la Iglesia necesita ser servida en estos momentos.

–¿Qué Iglesia nos deja Benedicto XVI?

–Nos deja una Iglesia inquieta, que es la mejor herencia que nos pueden dejar. Una Iglesia que está preocupada, por ejemplo, por la caridad. Pensemos en España y en ese desbordarse para ayudar a los necesitados. No hay dificultad donde la Iglesia no esté presente y en cuanto lo descubre, inmediatamente llega hasta él. También una Iglesia inquieta por la formación porque tenemos que dar razón de nuestra fe. Esa inquietud de la Iglesia por los jóvenes también es palpable. Se suele decir que se marchan de la Iglesia. El gran problema hoy es que no están ni han estado nunca o sólo de forma ocasional. Otra inquietud a la que responde la Iglesia es su presencia en el mundo de la enseñanza, desde la guardería a la Universidad. De esto último sabe mucho Benedicto XVI. La Sapienza de Roma le invitó a visitarla, un grupo minoritario grita que no es persona grata y toda la universidad claudica. Y dicen al Papa que mejor, que no venga. ¡Cómo no va a ser una inquietud para la Iglesia que tenga estas limitaciones en su libertad! También tenemos una Iglesia inquieta en su relación con los musulmanes. Y no los tenemos como enemigos, sino como hermanos que tenemos que convivir con una fe diferente por el bienestar de todos, además de una Iglesia preocupada porque los gobernantes busquen sinceramente el bien común.

–¿Qué palabra nos va a quedar de él?

–La sinceridad de la verdad.

–¿Por qué?

–Por su coherencia entre su pensamiento y su vida. Por la lealtad a la fe, asumiendo las responsabilidades que en cada momento pensaba que debía asumir.

–¿Es un Papa grande?

–Es un Papa en el que brilla la grandeza de la humildad, de respetar profundamente a los demás y servirlos en aquello que podía hacer. Y prueba de esto son los viajes a Turquía, a Oriente Medio y a Líbano después de aquellos problemas tremendos que hubo con los musulmanes por el discurso malísimamente interpretado de Ratisbona. El viaje a Reino Unido y su encuentro con la reina de Inglaterra cuando bastaron unas pocas palabras y unos gestos para olvidar desavenencias de siglos. Es un Papa de gestos muy sencillos y de acciones muy grandes. Hasta en su forma de hacer. Si puede saludar con unos simples gestos de los dedos, no moverá las manos.

–¿Genera inquietud pensar que, aún desde su retiro en Castel Gandolfo, Benedicto XVI está presente o influya en el Cónclave?

–Ninguna. Y más, cuando tienes oportunidad de conocerle. He tenido un trato cercano con él durante 16 años porque pertenecíamos a una misma comisión para América Latina. Estos encuentros dan para algo más que para tratar el orden del día, como tomar un café, hablar del tiempo o charlar sobre los equipos alemanes que juegan con los españoles... Al tratar con el entonces cardenal Ratzinger descubrí que es de tal exquisitez en el trato que no se puede pensar siquiera el mínimo atisbo de que pueda incomodar a nadie.

–Es inevitable pensar que el Papa podría dejarlo todo bien atado y señalando quién tiene que venir detrás...

–Un hombre libre deja siempre libertad al que llega.