San Francisco
Un fraile vestido de cardenal
El cardenal Carlos Amigo Vallejo es hermano menor, aunque físicamente no lo parezca por su elevada estatura a todas luces visible. Me atrevería a decir que es uno de los purpurados más altos, si no el que más, de los miembros del colegio cardenalicio, con o sin derecho a voto en el próximo Cónclave.
Habría que añadir que, además de ser alto, habla claro: pese a su altura, no se anda por las ramas cuando se trata de hablar de lo humano y de lo divino, de lo social y de lo pastoral. La prueba de que esta afirmación es cierta está en su magisterio de púlpito y de calle a uno y otro lado del Estrecho, en Tánger y Sevilla. Digamos, pues, que es tal su altura y tanta su claridad que se le ve venir.
Para su gente, andaluza o no, el cardenal Amigo es don Carlos o fray Carlos, porque este «fraile vestido de cardenal», como a él le gusta definirse, no ha colgado el hábito de vivir ni de vestir (sólo a veces lo cambia por el sayal de puntilla), no ha dejado de ser franciscano, es decir, hermano menor, hijo de San Francisco en una Iglesia que hoy, como en tiempos del pobre de Asís, necesita de pastores amigos de Dios y amados por su pueblo.
Si hablamos de romper moldes, fray Carlos fue elegido ministro provincial siendo fraile «raso», es decir, sin haber sido antes superior o guardián de una comunidad franciscana, y fue nombrado arzobispo sin antes haber pasado por obispo. Este año se cumple el 40 aniversario de su designación como arzobispo de Tánger y una década de su creación como cardenal. Una buena manera de celebrar ambas efemérides sería su elección como Papa, pero, según sus palabras, el Espíritu Santo le ha soplado que él no sucederá a Benedicto XVI. ¡Una pena espiritual!
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