Dos papas santos
Un santo que trabaja
La canonización de Juan Pablo II junto al otro gran papa del siglo XX, Juan XXIII, pone una vez más de manifiesto la calidad humana, religiosa y espiritual de quienes Dios ha querido que gobiernen a su Iglesia. En Juan Pablo II, su largo ministerio en la sede de Pedro vino precedido de una no menos ingente labor al servicio de la Iglesia en su Polonia natal y la relación es manifiesta: lo que Juan Pablo II enseña es lo que él mismo ha vivido y experimentado, muchas veces en su propia vida. Para cuando Karol Wojtyla pensó en ser sacerdote, con apenas 22 años, había sido ya estudiante en su Wadowice natal, en la universidad Jagelloniana de Cracovia y obrero en la fábrica Solvay durante la ocupación nazi de su país. Entonces, quienes no podían trabajar eran conducidos a los campos de exterminio. En sus estudios, desde niño, en la Universidad y en el Seminario obtuvo las mejores calificaciones y venció las dificultades que imponía la ocupación y la falta de libertad. Después, ya sacerdote, unirá a su labor como pastor de almas, durante el régimen comunista, la de docente en Lublin, el único centro universitario católico al otro lado del telón de acero. Sus años en la Solvay, de especial dureza por la situación social y por las condiciones laborales, le marcaron profundamente.
En contacto con aquellos compañeros aprendió lo que luego recogería la encíclica «Laborem Exercens» sobre el trabajo, que el hombre se hace hombre, se humaniza, trabajando. El trabajo humano es, al mismo tiempo, el cauce para obtener el sustento, el modo de contribuir al progreso del conocimiento y de la ciencia, y el camino para dominar la tierra y alcanzar el cielo. De hecho, para Juan Pablo II, el trabajo es el ámbito en que se desarrolla la dignidad humana y se eleva la categoría moral del hombre, creando una cultura que posibilita ese desarrollo. Por tanto, se puede decir que está más en el ámbito de la realización personal que en el ámbito económico, y por eso mismo cualquier trabajo humano dignifica igualmente, en la medida en que ayuda al hombre a ser hombre. Desde la perspectiva de quien trabaja, sostiene Juan Pablo II, tiene igual importancia cualquier profesión: panaderos, zapateros, agricultores, deportistas, gobernantes, políticos... contribuyen con su trabajo, de igual manera, a su propio desarrollo personal. En Juan Pablo II encontramos pues una vida de trabajo y una enseñanza valiosa sobre el trabajo humano. Cabe así preguntarse en qué trabaja ahora desde el Cielo, porqué podemos hablar en presente de su trabajo. La misión que se confía a los santos es la de interceder por los que están todavía de camino. A ello se dedica ahora Juan Pablo II y, a juzgar por los resultados de pequeños y grandes favores obtenidos, con bastante éxito.
*Director del Secretariado de Medios de Comunicación Social de la Conferencia Episcopal
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