Salud

Medicina preventiva

Entre los epidemiólogos que admiro figura muy alto John Snow, a quien podríamos considerar uno de los padres de la actual epidemiología

El lector que haya ido siguiendo esta serie bocacciana sobre el coronavirus sabrá ya de mi simpatía por los epidemiólogos. Son gente concienzuda y previsora, con el añadido para caerme bien de que no basan sus previsiones en la astrología sino en las fiables matemáticas.

Entre los epidemiólogos que admiro figura muy alto John Snow, a quien podríamos considerar uno de los padres de la actual epidemiología. Snow me cae doblemente simpático no solo por su mente bien amueblada y su forma de pensar organizada, sino porque además tuvo que contradecir a toda la opinión general de su época, lo cual requiere un valor moral remarcable.

En el siglo XIX, Snow llegó a la conclusión de que el cólera se contagiaba por el agua. Se creía entonces, ya desde hacía siglos, que esa enfermedad se transmitía por el aire fétido y maloliente (lo que se daba en llamar miasmas). Se pensaba así por asociación e instinto, a pesar de que no existía ni una evidencia científica de que tal cosa sucediera. Snow informó de sus conclusiones y nadie con responsabilidad en la materia le hizo caso.

Como consecuencia de ese ninguneo, el año 1848 una epidemia de cólera mató a 14.137 personas en Londres. Casi tantas víctimas en una sola ciudad como las que lleva cobradas el coronavirus hasta ahora en todo un país como el nuestro. Si atendemos a la población que tenía entonces la capital inglesa, el porcentaje es todavía más hiriente. Los datos que había ido recogiendo John Snow se acabaron imponiendo por la propia evidencia de la realidad.

Con eso y con todo, a pesar de la gran contribución que supuso Snow para la medicina preventiva del futuro, el primer puesto en mi podio de admiración por los San Jorge de las epidemias no lo ocupa él, sino Sir Joseph Bazalgette. Bazalgette ostenta además, para mi gusto, el mérito añadido de no haber sido médico sino ingeniero, lo cual le obligaba a una flexibilidad mental mayor para hacerse con las conclusiones de la medicina. Bazalgette propuso en 1856 un sistema de alcantarillado para la ciudad que evacuara las aguas residuales a muchos quilómetros basándose en las conclusiones de Snow. El parlamento británico no quiso ni oír hablar de ello porque era un proyecto carísimo.

Pero se dio la suerte de que, justo en la siguiente temporada, las condiciones climáticas de un verano desusado extendieron por todo Londres un olor fétido insoportable. Los parlamentarios, muchos de los cuales todavía creían en la teoría de las miasmas, y acordándose de la peste de 1848 (y de otra subsiguiente que se había dado en 1852 matando a diez mil personas) decidieron, alarmados por lo que se les podía estar viniendo encima, buscar los fondos necesarios y aprobar a toda prisa el proyecto de Bazalgette.

Se dio la suerte complementaria de que, en ese momento, estaba él mismo en la Junta Municipal de Obras Públicas. Fue bueno técnicamente, pero además fue previsor y, como guinda, fue además un tío listo. Calculó el diámetro de los quilómetros de túneles de ladrillo que se necesitaban tomando como base los emplazamientos de población más densa, otorgó a cada teórico ciudadano la proporción más generosa de producción de aguas residuales y, cuando tuvo todo eso calculado, por si acaso, duplicó el tamaño de los túneles.

Eso encarecía la obra, pero sabía que el parlamento estaba tan asustado por el hedor que no le iba a decir que no. Calculó además el grado de inclinación exacto que debían tener los túneles para que se deslizaran correctamente las aguas residuales y también la forma ovalada que les permitiría absorber grandes riadas en el peor de los casos.

A mí, que soy incapaz de calcular el montaje de un mueble de Ikea, esta clase de tipos me provocan una admiración enorme. Sabida es por mis más cercanos, la veneración que también profeso a García Faria, el ingeniero que hizo una labor similar en la ciudad en la que yo nací. Esa es la verdadera medicina preventiva (estilos sanos de vida, buena alimentación, previsión, etc.) y no gastar en campañas públicas de diagnósticos precoces.

Quizá me he hecho mayor y menos romántico pero admiro a Bazalgette y a García Faria y no al Che Guevara. Y creo que mis conciudadanos son gente razonable y les podría suceder lo mismo. ¿Por qué no suele pasar así? Bueno, sencillamente porque no los conocen y no se puede admirar a aquello que no tienes noticia que ha existido.

¿Y por qué no lo saben? Pues porque el mundo moderno está lleno de camisetas con la efigie del Che Guevara y ninguna de Bazalgette o García Faria. Es una anomalía que siempre recuerdo cuando alguien me viene con la famosa cantinela de «las cloacas del estado». Como si la existencia del alcantarillado tuviera la culpa de la corrupción. Las cloacas no son malas. Al contrario, son medicina preventiva. Son feas, pero no hay que confundir lo feo con lo malo. Lo malo es la mierda que discurre por ellas, hombre.