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Psicología

¿Cómo funciona nuestro reloj interno en situaciones de aislamiento?

No saber en qué día de la semana estamos o qué hora es; este “despiste” temporal ha sido algo muy común durante el periodo de confinamiento. La cronobiología puede explicarnos el por qué, analizando cómo se adaptan los ritmos internos de una persona cuando deja de recibir señales cíclicas ambientales y contactos sociales.

Días y noches largas, en un estado de semi-confusión que hemos tratado de modular con rutinas semejantes a las que teníamos antes. De pronto, nuestra percepción del tiempo parecía estar dando error. Gracias a la cronobiología, podemos entender que esta sensación se denomina crono-disrupción, y es muy común, por ejemplo, en personas que hacen turnos de trabajo extenuantes. Según los expertos, mantener nuestros procesos fisiológicos y conductuales temporalmente organizados es esencial para asegurarnos un buen estado de salud y bienestar, ya que, esta alteración del orden temporal de los procesos fisiológicos, se ha asociado con una mayor prevalencia de enfermedades cardiovasculares y metabólicas, deterioro cognitivo o diferentes tipos de cáncer, a largo plazo.

¿Cómo percibimos el tiempo?

Científicos del laboratorio de Cronobiología de la Universidad de Murcia (UMU) y del Instituto Murciano de Investigación Biosanitaria (IMIB), en colaboración con el grupo de Cronobiología de la Universidad de Surrey (UK), han analizado cómo se adaptan los ritmos internos de una persona cuando deja de recibir señales cíclicas ambientales y contactos sociales. Para ello, durante diez días, un voluntario de 40 años permaneció en un búnker sin contacto humano directo y sin conocimiento de la hora real. Este estudio, además, describe por primera vez la variación en la percepción del tiempo durante períodos largos, por ejemplo, a lo largo de un día. Junto a la percepción del tiempo, el equipo estudió otras variables como el rendimiento psicomotor, el estado de ánimo, la temperatura periférica o el sueño.

Durante el día funcionamos mejor

¿Y qué fue lo que averiguaron? Ante la falta de señales cíclicas, el voluntario tendía a pensar que era más temprano de lo que realmente marcaba el reloj, un efecto que fue prolongándose conforme avanzaban las jornadas y que también mostró un ritmo circadiano. Durante el día, mostraba unos patrones de actividad más altos, lo que hacía que mejoraba su rendimiento psicomotor, memoria y concentración, que además tendieron a aumentar a lo largo del estudio. También el estado de ánimo siguió un patrón diurno, con tendencias más depresivas al llegar la noche. Sin embargo, todos estos ritmos tendieron a retrasarse cada día durante la fase de ausencia de ciclo de luz y oscuridad, resaltando la importancia del mismo para mantener una correcta sincronización de nuestros ritmos. El estudio se dividió en tres fases: la primera, de 2.4 días, con ciclos de luz y oscuridad seleccionados por el voluntario; la segunda, de 4.5 días en la que el nivel de luz tenue fue constante y, una última etapa, con un ciclo de luz y oscuridad marcado por un despertar a las 6 de la mañana, que simularía un turno de trabajo.

Alteraciones en el sueño

Con respecto al sueño, la persona analizada sufrió diferentes retrasos en la hora de dormir en ausencia de sincronizadores. Este resultado resalta la importancia de mantener un ciclo regular de luz-oscuridad y una exposición a la luz brillante durante el día para regular las variables internas. "Al comienzo del experimento, el voluntario mostró una duración relativamente larga del sueño, que refleja la deuda de horas típica de las condiciones normales de vida que se recupera cuando no hay compromisos u obligaciones”, declara la investigadora María Ángeles Bonmatí. Esto es algo que podemos comparar con los días iniciales del confinamiento, en el que muchas personas que venían de situaciones de mucho estrés en el trabajo, disfrutaron de una cierta “paz” al poder dormir y descansar durante más horas. Pero después tocó la adaptación a la nueva rutina (teletrabajo y/o organización de la casa, comidas, etc), y el sueño se vio afectado. “El sistema circadiano debe “resetearse” todos los días, ya que su período no es exactamente de 24 horas. El reloj interno humano utiliza señales ambientales cíclicas, como el ciclo diario de luz y oscuridad, para sincronizarse; de la estabilidad de ese sincronizador dependerá, en gran medida, la correcta organización temporal de nuestros procesos fisiológicos y psicológicos”, añade Bonmatí.

El proyecto, publicado en la revista Frontiers in Physiology, se concibió originalmente como un documental para la BBC ‘Body Clock: ¿Qué nos hace funcionar?’, emitido en noviembre de 2018, con el objetivo de difundir los conocimientos de la cronobiología al público.

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