Coronavirus
¿Será capaz el sistema sanitario de sacar las enseñanzas de la pandemia?
Artículo de opinión de Ignacio Riesgo, médico, consultor sanitario y asesor de empresas
La crisis del coronavirus no fue una crisis del sistema sanitario. Fue una crisis de Salud Pública o, si se quiere, de Seguridad Nacional. El sistema sanitario reaccionó con extraordinaria agilidad a lo que fue una absoluta avalancha, y, aunque en algunas zonas de España, como Madrid, llegó al colapso, lo cierto es que fue capaz de duplicar las camas de UCI y reconvertirse por completo en sólo diez días, una proeza no menor.
Sin embargo, esta crisis tiene algunas enseñanzas para el sistema sanitario, al menos en seis ámbitos: general; de salud pública y seguridad nacional; asistencial; profesionales; ciencia, y empresas relacionadas con la sanidad.
Desde el punto de vista general, quedaron claras tres cosas. La primera, que hay que tener mucho cuidado con los recortes en sanidad. No ponemos en relación los problemas de gestión durante la crisis con los recortes que tuvieron lugar entre 2010 y 2013, pero la pandemia ha dejado claro ante la población la necesidad de contar con un sistema sanitario fuerte y bien dotado en medios y personal (público, por supuesto, pero también privado). En lo que se refiere al sistema público, la reivindicación de reforzarlo merece todo el apoyo. Pero este refuerzo no puede hacerse con la técnica de «tirar dinero desde un helicóptero», sino aprovechar la oportunidad para avanzar en las reformas pendientes. En segundo lugar, quedaron claras las dificultades de gobernanza del Sistema Nacional de Salud. Algo ya sabido, pero que la crisis se encargó de subrayar. También, en tercer lugar, las carencias en el sistema de información, que llegó en muchos momentos a tener dificultades hasta para conocer el número de muertos o de ingresos en las UCIs. La falta de modelos de datos comunes, de interoperabilidad y de estándares es un problema mayúsculo. Ya lo sabíamos. Sólo ha quedado más evidente.
En cuanto a Salud Pública y Seguridad, parece claro que Salud Pública demostró no tener un plan efectivo. Disponer de una Salud Pública robusta es una necesidad, lo que no puede hacerse con sólo el 1,1% de los gastos sanitarios dedicados a Salud Pública o sin el Centro Estatal de Salud Pública, previsto en la Ley pero nunca puesto en marcha. En cuanto a la Estrategia Nacional de Seguridad, aunque se había detectado en la misma la amenaza a la seguridad nacional de las epidemias y pandemias, se ha puesto de manifiesto la necesidad de pasar de las brillantes estrategias a los planes detallados, capaces, llegado el caso, de ser operativos. La carencia de reservas estratégicas también quedó claro. Lógicamente, no es posible ni tendría sentido tener un sistema sanitario dimensionado para cualquier pandemia, pero sí disponer de unas mínimas reservas estratégicas (tal vez respiradores, equipos de protección individual, reservas de medicamentos básicos, etc.). También seguramente habrá que plantearse el no depender de cadenas de suministros tan alejadas y la necesidad de disponer de un mínimo de capacidad de producción nacional para determinados productos.
En lo que se refiere a la asistencia, quedó claro, una vez más, la necesidad de reforzar, desde el punto de vista de capacidad diagnóstica y de personal, la Atención Primaria. El no poder hacer test en los centros de salud fue uno de los grandes problemas de esta crisis. ¿Qué decir de las residencias de mayores? Faltó una identificación de sus residentes como grupo de riesgo, de nuevo un problema de Salud Pública, y el tener unas relaciones fluidas con la asistencia sanitaria y en concreto con la Atención Primaria. En un sentido más amplio, quedó clara la necesaria relación entre los servicios sociales y los sanitarios. Un fenómeno que se dio durante la crisis es el surgimiento, casi de forma improvisada, de consultas telefónicas, tanto para pacientes Covid como no Covid. Esto es algo que tendría que quedarse y representar un impulso inicial a la telemedicina. También desde el punto de vista asistencial vimos como el sector privado colaboraba activamente con la crisis, atendiendo al 19% de los contagiados (22.000 pacientes) y realizando el 10% de los ingresos en las UCIs. Que la sanidad privada puede contribuir a resolver problemas al servicio público ha quedado claro, ¿tendrá que llegar otra pandemia para que esta facultad se desarrolle?
En relación con los profesionales, aparte de sus actos rayanos con el heroísmo, se ha visto la capacidad para constituir de manera rápida equipos multidisciplinares, lo que no debería perderse. También el destacado papel de la enfermería cuya cualificación está muy por encima de las labores que el sistema les permite, particularmente en atención primaria. Otra cosa que quedó de manifiesto es la necesidad de un liderazgo médico, casi ausente durante toda la crisis, al revés que en los sectores farmacéutico y de tecnología médica.
Por lo que respecta a la ciencia, también se puso en evidencia la necesidad de dar más madurez a las relaciones ciencia-decisores políticos, problema no exclusivamente de sanidad sino del conjunto del país. Por otra parte, la carrera del descubrimiento de un tratamiento o de una vacuna, ha puesto de manifiesto lo que ya también sabíamos: que la ciencia no es un lujo.
Por último, las empresas vinculadas a la sanidad, fundamentalmente las farmacéuticas, de tecnologías médicas y de tecnologías de la información en salud, han jugado un papel destacado. Bien directamente, o a través de Farmaindustria y Fenin, han ejercido un importante liderazgo durante toda la pandemia, en el sentido de identificar su aportación a la crisis en múltiples campos y llevar a cabo esas acciones. Con ello han demostrado lo que ya nos constaba: que no son sólo proveedores, ni sólo «partners», como a veces se ha dicho para resaltar su importancia, sino elementos claves de la cadena de valor del sistema sanitario. Otro elemento a aprovechar en el futuro.
¿Será capaz el sistema sanitario de aprender esas lecciones? No será fácil. Lo veremos.
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