Covid-19
La organización, contra el médico
Hace mucho, pero que mucho tiempo, que soy un crítico del modelo de Atención Primaria en España, establecido en las reformas consecuentes a la Ley General de Sanidad de 1986. Y no es porque esa reforma viniera a destruir un modelo exitoso, porque en España la Seguridad Social, desde sus orígenes creó un modelo de médico y enfermero de Primaria que era la aberración vocacional del mejor y más emblemático de los quehaceres médicos en la historia y cada día más trascendente.
Mi ilusión fue modificar el modelo de Atención Primaria en la Comisión Abril Martorell. Pero lo único que conseguí, iluso de mí, fue convertir al secretario de la misma, el recordado Enrique Costas, en un fervoroso crítico del modelo.
En la ola de la epidemia he dado y sigo manteniendo algunas opiniones en las que manifiesto mis criterios sobre la organización de la Atención Primaria en España en esta primera oleada de la epidemia, achacándole la responsabilidad del alejamiento de los profesionales del lugar en la primera línea de la enfermedad, liderando las acciones imprescindibles que emergen del contacto real con el enfermo y su entorno. Algunos héroes han estado, pero la organización está en otra cosa, poniendo medios y procedimientos donde debían estar los médicos y enfermeros.
La crítica a la organización supone en nuestro país una crítica al profesional. Nada más lejos de mi intención. Es al médico al que pretendo defender a ultranza y en su más sublime de sus misiones, el encuentro con su enfermo en su cama, en su casa o en la consulta. Esta relación que nos ha traído a muchos a la medicina, ha sido imposible en el sistema sanitario que se ha creado en España.
El 8 de julio, en «The New England Journal of Medicine», se publicaba el artículo de una apasionada médico de primaria, la doctora Susan R. Hata, titulado «The ritual of the table». Ella, que hace un canto sobre su lucha contra la tecnología que aproxime al médico y al enfermo y por contra su defensa de la relación que titula «pro-presence», ha llegado a albergar alguna duda sobre si el procedimiento de unirse mediante la pantalla con su enfermo podrá superar la relación presencial en su casa o en su consulta.
La organización de la Atención Primaria de España nunca consideró la relevancia que tiene en el sistema sanitario preservar, potenciar y apoyar esta visión trascendental de la medicina, para la satisfacción del enfermo y para el profesional entregado a su vocación, que presta la seguridad a su enfermo. Así se vive esta función en la historia de «Un doctor en la campiña», en la que Jean-Pierre (François Cluzet), secuestra a su enfermo mayor de una habitación del hospital, para cuidarlo en su casa, después de haberlo ingresado su ayudante, en una ausencia de su consulta.
El inadecuado concepto del médico y del enfermero en el esquema del «equipo» de Atención Primaria; la falta de elección real del profesional; la falta de incentivos a la atención correcta del enfermo; la rigidez administrativa y sus consecuencias en la dedicación del tiempo nuclear del médico; su formación excesivamente hospitalaria junto al desprecio a su capacidad de prescribir pruebas diagnósticas; la falta de entender la medicina en el domicilio del enfermo junto al enfermero y con el apoyo logístico adecuado y moderno; la rígida distribución de los lugares de trabajo, y la falta de entendimiento de su función en las personas de las residencias son una serie de capítulos a revisar en su ejercicio de una forma urgente.
La mención en la Comisión Parlamentaria para la Reconstrucción, de tan sublime función, junto a las propuesta huecas, de quienes no viven la Atención Primaria nada más que desde los despachos de los directivos del sistema, de los sindicatos y de los colegios que no han tenido jamás la suerte de ser médicos de cabecera de un enfermo, desde que nace hasta que muere. No hay mejor dedicación de un médico que esta y debería estar pagada mejor que ninguna otra. Esta es la versión que necesita el país en la pandemia y en el día a día de la medicina. Y no acordarse de ellos cuando hacen falta «rastreadores» en la historia actual del Covid.
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