Tribuna

Llegamos a la Covid-19 con unos servicios psicológicos raquíticos

«Nuestro país es uno de los mayores consumidores de psicofármacos del mundo»

La irrupción del SARS-CoV-2 en marzo de 2020 desencadenó una crisis sanitaria global sin precedentes que continúa teniendo graves efectos en la actualidad y que está suponiendo, como han señalado la OMS, el CIS y como ha venido detectando el Consejo General de la Psicología (COP) directamente, un grave impacto en la salud mental de la población.

Las características específicas de la pandemia, que ha supuesto un altísimo volumen de afectados –se han reportado más de 169 millones de casos en todo el mundo– y fallecidos –más de tres millones y medio–, la necesidad de realizar confinamientos totales y/o parciales, de imponer distanciamiento social y de adoptar medidas de protección y cuidado (uso de mascarillas y lavado frecuente de manos), el hecho de no poder acompañar a los enfermos y, en muchos casos, realizar rituales de despedida por los fallecidos o la crisis económica en la que estamos inmersos, suponen importantes factores de riesgo de cara a desarrollar diferentes síntomas psicológicos como ansiedad, depresión o relacionados con el trastorno por estrés postraumático.

De hecho, son varios los estudios que revelan que entre el 18,7% y el 41% de la población general presenta en España síntomas depresivos, entre el 19,6% y el 25% síntomas de ansiedad y entre el 15,8% y el 19,7% síntomas de estrés postraumático, siendo los colectivos en los que más directamente ha impactado la pandemia, como son los profesionales sanitarios e intervinientes en primera línea, los enfermos y los familiares de enfermos y fallecidos, quienes mayor vulnerabilidad y riesgo presentan de desarrollar estos síntomas y, a medio y largo plazo, algún tipo de psicopatología.

Además de las consecuencias que está teniendo en la salud psicológica, la pandemia ha venido a poner en evidencia la importancia del comportamiento humano en la carrera por controlar la multiplicación de contagios y evitar fallecimientos innecesarios a consecuencia de la Covid-19. En una sociedad globalizada como es la nuestra, las medidas de protección y prevención relacionadas con el comportamiento (higiene y ventilación de espacios, distanciamiento social, el uso de mascarillas, el lavado de manos, la observación de las limitaciones e indicaciones sanitarias como respetar limitaciones de movilidad, etc.) se han revelado como una de las claves, junto con la celeridad en el desarrollo de vacunas, para evitar la multiplicación de contagios y las consecuencias, a menudo fatales, de contraer la enfermedad.

A pesar del incremento de los problemas psicológicos como consecuencia de la pandemia, del hecho de que la psicología es, por definición, una ciencia del comportamiento y de que este se ha demostrado esencial en la prevención de conductas de riesgo, la presencia de los y las profesionales de la psicología en el sistema nacional de salud, en los servicios sociales, en las escuelas o en las áreas de definición de políticas de salud pública, es totalmente anecdótico y no alcanza a cubrir las necesidades reales en materia de salud mental. De hecho, llegamos a la crisis sanitaria por Covid con unos servicios psicológicos absolutamente raquíticos que obligaron a poner en marcha servicios de atención psicológica extraordinarios para poder ofrecer una mínima atención para los colectivos más afectados.

En España, según datos del INE, se suicidan cerca de 10 personas al día y aunque el NICE o la OMS recomiendan los tratamientos psicológicos como los de primera elección para numerosos problemas de salud mental, según los últimos estudios realizados (CIVIO, 2021) tenemos la peor ratio de psicólogas y psicólogos por habitante de los países europeos que incluyen la asistencia psicológica en su Sanidad pública (5,13 por cada cien mil habitantes, frente a 20,54 de media europea) y frente a los países de la OCDE (5,13 por cada cien mil habitantes, frente a los 26 de estos países).

Nuestro país se ha convertido en uno de los mayores consumidores de psicofármacos del mundo, siendo que su uso indiscriminado y continuado durante largos periodos puede producir graves efectos secundarios y que su consumo potencia la cronificación, sobrecargando a los sistemas sanitarios con costes personales y económicos innecesarios. Hasta dos millones de personas consumen diariamente ansiolíticos, hipnóticos o sedantes.

Dado que los tratamientos psicológicos son más coste-eficientes frente al consumo de fármacos, que se siga optando por este tipo de tratamientos es algo que, desde el Consejo General de la Psicología y la Alianza por el Estado de Bienestar, no paramos de cuestionarnos y no podemos dejar de insistir en que una nueva pandemia no nos pille con la misma escasez de recursos psicológicos.