Tribuna

¿Empatía? (no basta con ser empático)

►«La frustración es inevitable y necesaria. El mundo te puede decir no»

Dr. José Abad Almendariz Es Consejero Y Coordinador General de Lavinia Sociedad Cooperativa

Desde hace unos años hay un término que se repite reiteradamente y que tiene un gran prestigio: ¡empatía!, ¡hay que ser empáticos! Siempre hay que ponerse en el lugar del otro, incluso en la piel del otro. Se nos requiere para que seamos empáticos y solidarios, generosos. Casi se nos exige y, sin embargo, la relación con los demás es a través de pantallas y no nos despegamos del móvil. Vivimos absortos, incomunicados, en situación de aislamiento. Cosas del contradictorio vivir.

En sentido amplio, la empatía es, por encima de todo, una apertura al semejante. Nos lleva a interesarnos por el otro y a ser sensibles al daño o sufrimiento –y también a la alegría– que otra persona experimenta. Dicha sensibilidad suele conllevar, de algún modo, ayuda y alivio, aunque sólo se trate de presencia y escucha. Interesarte, escuchar y comprender es ayudar. En este sentido, refuta la idea de que somos seres egoístas, solipsistas. La empatía es la expresión mínima de relación entre humanos.

La empatía ideal –si se puede decir esto– consiste en captar al otro sin fusionarse con él, conservando un espacio propio de identidad. Pero esto, que parece sencillo, nunca está garantizado. Empatía es estar cerca del otro, pero sin ser uno con él.

Pero no hagamos de la empatía un ideal legendario. La empatía no siempre se debe dar y no siempre es beneficiosa. No siempre debe ser posible y, a veces, es una inestimable herramienta para la mente maquiavélica que simplemente simula empatía y donde las personas son un mero objeto de usar y tirar. Tampoco hay que olvidar que la empatía puede ser una poderosa herramienta para eludir la dualidad, de que, afortunadamente, somos distintos. Otras veces te sirve para evitar culpas ignotas o es una manera de animarte, puesto que hacer algo por alguien es una forma de salir del bajón de la vida cotidiana. También te puede hacer sentir fuerte y poderoso, en vez de indefenso y vulnerable. Por último, la empatía puede ser una manera de mitigar la inevitable soledad. Como decía Sartre: «Cuando uno se siente solo, estando solo, tiene malas compañías».

La empatía, pues, puede ser difícil y engañosa. El acceso a la vida interior de otras personas sólo es fácil en la ficción. Para precaverse contra las dificultades y los engaños de la empatía hay que dejarse llevar por la percepción externa y contrastarla con la nuestra propia. Tan aventurada y errónea puede ser una como la otra. Cuantas más perspectivas y contextos tengamos, mejor. En este sentido, es posible que otro me juzgue y valore más correctamente que yo mismo y me traiga más claridad.

Pero, ¿por qué se busca la empatía cognitiva y emocionalmente? ¿Mero orden social? ¿Altruismo? ¿Una manera de sentirse mejor? ¿Qué sucede en el momento en que sentimos que compartimos con otro su estado de ánimo? Suele ser un momento de júbilo pleno. Compartir empatía provee apoyo, cuidado, consuelo, legitimación, simpatía y, por tanto, una conexión que proporciona bienestar emocional.

Toda relación es una mezcla de momentos de convergencia de estados emocionales, momentos de divergencia y momentos en que buscamos reparar la divergencia. Así son las relaciones humanas: un trayecto permanente entre la soledad y la comunidad, buscando precarios compromisos que van del mutismo catatónico al enamoramiento sin límites, fusional; del cuidado a la indiferencia; del yo esmirriado, caniche y sumergido en el otro, al yo elefante que barre y ocupa todo el escenario; del egoísmo a la generosidad. La empatía nos hace humanos, pero la frustración empática es inevitable y necesaria. Y debemos aceptar que no se puede tener todo lo que se quiere y que el mundo te puede decir no.

Colocarnos en la perspectiva del semejante, sin confrontar los reclamos de este con la realidad, supone un claro e importante apoyo. Se opone a la indiferencia del otro y su efecto devastador. Malo es imponer, pero tan malo es complacer sin límites. Es decir, no basta con la empatía.

Mantener la diferencia y la semejanza con el otro en la interacción es el destino de las relaciones humanas. Pero hay un peligro de colapso de la dualidad cuando se dan relaciones rígidas, coaguladas, donde uno es el acusador y otro, el acusado, o bien uno es el crítico y otro, el criticado... Las temáticas pueden cambiar, pero la estructura siempre es la misma: me hacen, hago. Es decir, cada persona siente lo que el otro hace y no como alguien participando para crear una realidad. En esta relación complementaria, cada parte siente que su perspectiva de lo que está ocurriendo es la única cierta o que las dos propuestas son irreconciliables. Falla el reconocimiento de nuestra participación. En la empatía no lo hay, pero necesariamente debemos ser (no solamente) empáticos. Curiosamente, casi nadie se declara no empático, con lo cual, las relaciones entre personas deberían ser más fáciles y fluidas. Y no parece que lo sean. Incluso observamos frecuentemente cómo la empatía puede utilizarse como arma de reproche y agravio para decirle al contendiente sus imperfecciones morales, sus incumplimientos: ¡no eres empático! En fin, no basta con la empatía.