
Salud
Muere James Harrison, el hombre cuya "sangre mágica" salvó a 2,4 millones de bebés
Fue uno de los mayores donantes del mundo: conocido como "brazo de oro", su plasma poseía un anticuerpo único que se usó para desarrollar un fármaco que combatía malformaciones durante el embarazo

Muere James Harrison, a los 88 años, un hombre australiano conocido como "brazo de oro" por ser uno de los mayores donantes de sangre del mundo. Se le atribuye el logro de haber salvado la vida de 2,4 millones de bebés a través de sus donaciones de plasma sanguíneo, que llevó a cabo durante seis décadas. Harrison, un empleado jubilado del Departamento de Ferrocarriles de Nueva Gales del Sur, falleció mientras dormía en una residencia de ancianos al norte de Sídney (Australia), el pasado el 17 de febrero, según notificó su familia en un comunicado recogido por AP.
Conocido por tener "sangre mágica" -un apelativo otorgado por el Servicio de Donaciones de Sangre de la Cruz Roja Australiana-, Harrison poseía un anticuerpo único conocido como Anti-D, que se usó para desarrollar una inyección del mismo nombre que ayuda a combatir la enfermedad hemolítica del recién nacido. En esta patología, la sangre de una mujer embarazada comienza a atacar a las células sanguíneas del feto que lleva en el vientre, pudiendo provocar anemia grave, malformaciones cardíacas y cerebrales o, en algunos casos, la muerte.
A pesar de su miedo a las agujas, Harrison realizó 1.173 donaciones desde que cumplió 18 años, en 1954, hasta que los médicos le obligaron a retirarse en 2018, a los 81 años. El australiano fue reconocido por el Guinness World Records en 2005 como la persona que había donado más plasma sanguíneo en el mundo, título que ostentó hasta 2022, cuando fue superado por un estadounidense.
Según informa la Cruz Roja Australiana, Harrison se comprometió a convertirse en donante en cuanto alcanzara la mayoría de edad tras someterse a una importante operación de pulmón cuando tenía 14 años, que requirió la transfusión de 13 litros de plasma sanguíneo a su cuerpo. Por aquel entonces, aún no sabía que la suya no era una sangre cualquiera. Al cumplir la mayoría de edad, empezó a donarla y siguió haciéndolo cada dos semanas hasta que ya no pudo hacerlo más por motivos de salud.
No está claro cómo su sangre llegó a ser tan rica en anti-D, pero algunos informes dicen que tuvo que ver con la transfusión masiva de sangre que recibió cuando era adolescente. «Después de aquella cirugía, su padre, Reg, le dijo que sólo estaba vivo porque la gente donaba sangre», dijo Jarrod Mellowship, nieto de Harrison, así que «el día que cumplió 18 años, comenzó a donar».
La hija de Harrison, Tracey Mellowship, dijo en su memorial que su padre estaba «muy orgulloso de haber salvado tantas vidas, sin ningún coste ni dolor». «Siempre decía que no duele, y que la vida que salvas puede ser la tuya», afirmó. La propia Mellowship necesitó el tratamiento de la vacuna anti-D y la esposa de Jarrod Mellowship (el nieto) también necesitó el tratamiento cuando nacieron tres de sus cuatro hijos. «Le hacía feliz saber que muchas familias como la nuestra existían gracias a su bondad», señaló Tracey.
Antes de que se desarrollaran las intervenciones anti-D, a mediados de la década de 1960, uno de cada dos bebés diagnosticados con enfermedad hemolítica moría. En Australia hay menos de 200 donantes de anti-D, pero se calcula que ayudan a unas 45.000 madres y sus bebés cada año, según el Servicio de Sangre de la Cruz Roja Australiana, también conocido como Lifeblood.
Los investigadores esperan que los anticuerpos anti-D producidos en laboratorio puedan utilizarse algún día para ayudar a mujeres embarazadas de todo el mundo.
«La creación de una nueva terapia ha sido durante mucho tiempo un 'santo grial'», declaró David Irving, director de investigación de Lifeblood, durante el reconocimiento a Harrison. En la actualidad, hay escasez de donantes comprometidos con la donación regular, capaces de producir anticuerpos en calidad y cantidad suficientes.
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