Entrevista

Sergio Maldonado, el médico del dolor, que sufre dolor crónico: «Lo peor no es su intensidad, sino lo insidioso que es»

Sergio Maldonado renunció a la incapacidad por ayudar a calmar el dolor de otros

Sergio Maldonado
Sergio MaldonadoROBERTO RUIZROBERTO RUIZ

En plena pandemia de la Covid-19, cuando el confinamiento todavía restringía nuestros movimientos, la vuelta a casa de Sergio Maldonado en su moto tras 24 horas de guardia en el Hospital Universitario Marqués de Valdecilla, en Santander, lo cambió todo. El fuerte golpe de un coche lo derribó hasta echarle más allá de la cuneta, provocándole una lesión medular que dejó sin movilidad sus piernas, inertes. «Desde el primer momento comprobé que no sentía las extremidades inferiores y antes de llegar de vuelta al hospital, pero esta vez como paciente, y no como médico, intuí lo peor», recuerda.

La paradoja pone el vello de punta, pues Maldonado es el responsable de la Unidad de tratamiento del dolor crónico del hospital cántabro, siendo él mismo el vivo reflejo de lo que significa vivir con dolor. El camino hasta volver a su rutina no ha sido sencillo, pues pasó «casi dos años de calvario, con siete cirugías y más de nueve meses en el Hospital de Parapléjicos de Toledo, donde me enseñaron a ser autónomo e independiente». Con el alta bajo el brazo y con la convicción de haber acertado al rechazar la invalidez laboral que le ofrecieron, Maldonado es ahora, si cabe, un mejor médico para abordar el dolor.

¿Cómo cambió su vida laboral al regresar tras el accidente?

A nivel efectivo, sigo haciendo el 100% de mi trabajo en la Unidad del Dolor. La única diferencia es que antes hacía guardias de anestesia durante 24 horas en el área materno-infantil y eso lo he descartado, porque no tengo la resistencia física suficiente y no estoy en plena forma como para salir corriendo si un paciente lo requiere.

¿Qué sintió cuando el dolor se adueñó de usted?

Descubrí en mis propias carnes lo que muchas veces me contaban mis pacientes, y es la sensación del dolor neuropático y su gran intensidad, que abruma y aturde.

¿Cómo se vive con dolor?

Hay que luchar porque no se convierta en el protagonista de tu vida. Encerrarse por si el dolor empeora lo único que hace es magnificar el sufrimiento. Personalmente, volver a trabajar en el hospital me salvó, aunque me suponga un agotamiento físico fuerte, pero claramente me compensa mucho más que haberme jubilado con menos de 50 años. Me ayuda a no pensar constantemente en el dolor y me ha permitido sentirme activo, útil... En nuestra vida hay dolor, pero no todo es eso y debemos potenciar las otras cosas que sí podemos hacer. En mi caso, mi hija y mi mujer son mi núcleo.

¿Ha cambió la percepción que tenía como médico?

Esto me ha ayudado a empatizar mucho más y los pacientes se sienten entendidos, porque yo no les oculto que también sufro dolor, que necesito tratamiento o que recibo infiltraciones.

¿Qué es lo peor que conlleva el dolor crónico?

Su propia característica de crónico, es decir, que no nos abandona. No es un sufrimiento de gran intensidad, pero sí insidioso y agotador al pensar que esto no es pasajero. Cuando al paciente le hablo así, se reconoce en mis palabras y se siente más reconfortado.

¿La incomprensión es uno de los grandes hándicaps?

Absolutamente, porque es algo invisible. La tensión arterial se mide o la fiebre se cuantifica, pero el dolor es una percepción subjetiva, algo muy personal que resulta difícil de comprender por los demás. Por eso, cuando entran a la consulta y se sienten entendidos, no tanto por mi labor de médico, sino por esa empatía, se crea una confianza clave en el abordaje del dolor, pues se sienten mucho mejor al pensar, ¡por fin alguien que me entiende!

¿El dolor está infravalorado?

Sí, sin duda, y esto ocurre en todos los niveles, tanto en la esfera familiar, como social o sanitaria. En la valoración de la intensidad del dolor siempre se ha tendido a pensar que el paciente magnifica sus síntomas. Como es un enemigo invisible, se infravalora.

¿En nuestro país hacemos un buen abordaje o hay grietas?

Es un tema dispar, porque cada comunidad afronta el tratamiento del dolor de una manera distinta. Tenemos provincias muy punteras incluso a nivel investigador, como por ejemplo Cataluña, que se lleva la palma en lo bien que hace las cosas. Y, sin embargo, hay terapias que se realizan en muy pocos hospitales. Pero si hacemos una media, España no queda en mal lugar y no tenemos nada de qué avergonzarnos, pues aquí todo es a coste cero, algo inédito en otros países.

¿Qué innovaciones anhela que lleguen para mejorar su dolor y el de sus pacientes?

El dolor neuropático es un campo en el que creo que pronto se va a ver una evolución. No sé si vendrá de fármacos derivados de las células madre como intención reparativa de la lesión nerviosa o en forma de terapias inmunológicas en las que busquemos la regulación del sistema nervioso central.

Como médico y como paciente, ¿qué consejo daría a quienes se enfrentan al dolor?

No volver a rumiar los pensamientos del pasado en torno a lo que pudo haber sido y no fue, pues ya no podemos cambiarlo. Y tampoco caer en la ansiedad por el futuro que nos espera, ya que ambas cosas nos impiden disfrutar del presente. En el día a día hay que convivir con nuestras circunstancias y seguir viviendo a pesar del dolor, disfrutando de todo lo que tenemos y lo que sí podemos hacer.