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Un tsunami de gas modifica nuestra visión de la galaxia

El nuevo mapa de la galaxia Un equipo de astrónomos publica las primeras representaciones de la ola de Radcliffe que, pese a su tamaño, había pasado inadvertida hasta la fecha. Es tan grande que el brillo que ahora vemos en uno de sus extremos salió cuando el ser humano empezaba a inventar los primeros recipientes de cerámica

Es un tsunami cósmico. Una ola de tamaño inimaginable en medio del disco de nuestra galaxia que había pasado inadvertida hasta ahora. Tiene 9.000 años luz de longitud y 400 de anchura. Es tan grande, que el brillo que ahora vemos en uno de sus extremos salió del extremo contrario cuando en la Tierra el ser humano empezaba a inventar los primeros recipientes de cerámica. Esa luz ha viajado de un lado a otro del tsunami galáctico al mismo tiempo que los habitantes del planeta se civilizaban.

Ahora, un equipo internacional de astrónomos, utilizando datos extraídos por la misión Gaia de la Agencia Espacial Europea, ha arrojado las primeras representaciones de esta gigantesca y monolítica estructura gaseosa (la más grande jamás vista en la Vía Láctea) que se ha bautizado como la ola de Radcliffe y que, al contrario de lo que ocurre con los tsunamis, no es heraldo de destrucción, sino todo lo contrario: esta estructura de billones de kilómetros es una guardería galáctica, una efervescente región de nacimiento de estrellas. El descubrimiento contradice la visión que desde hace más de un siglo los astrónomos tenían de estas guarderías de estrellas: se pensaba que eran una suerte de anillo expansivo en lugar de lo que son: un filamento continuo, ondulante, inmenso; una especie de serpiente que se extiende por encima y por debajo del disco de la galaxia.

«Nadie podría haber imaginado que vivimos cerca de una ola gaseosa como ésta», ha declarado Alyssa Goodman, una de las codirectoras del estudio. Ha hecho falta toda la potencia del telescopio Gaia (lanzado en 2013 para medir con exactitud la posición, la distancia y el movimiento de las estrellas) combinada con las más modernas herramientas de mapeado 3D de la galaxia para revelar al monstruo hasta ahora invisible o, la menos, para dar una idea de su verdadero tamaño. «La mera existencia de esta ola de gas nos obliga a repensar la forma tridimensional de nuestra galaxia», admite la astrónoma.

Desde tiempos de investigadores como Gould y Herschel (entre los siglos XVIII y XIX) la ciencia es conocedora de las nubes de gas brillantes que forman un arco proyectado sobre el cielo y que albergan el embrión de miríadas de estrellas. Y durante todo este tiempo los cálculos han sugerido que se trataba de anillos que giran con la galaxia. Ahora, sabemos que no es más que un masivo filamento ondulante de proporciones inusitadas. Es como si de lo que hasta ahora interpretábamos como un anillo brillante en lontananza, se hubiera revelado solo la iluminada cabeza calva de un inmenso gigante. Con el agravante de que hemos vivido cerca de él, sin darnos cuenta: el Sol solo está a 500 años luz de distancia del punto más cercano de la ola. Estaba ahí, delante de nuestras narices, y no lo habíamos visto.

De hecho, los expertos creen que nuestro sistema planetario interactúa de cierta manera con el gigante: como si estuviéramos surfeando la ola.

Y esa ola, con más de 800 millones de estrellas observadas, tras cinco años de observaciones astronómicas, 2 millones de horas de procesamiento informático y 10 años de trabajos estadísticos puede estar a punto de cambiar nuestra visión de la galaxia en la que vivimos.

Detección de oxígeno

Y no es las única revolución astronómica con la que vamos a comenzar este 2020 que parece querer mirar a las estrellas muy a menudo. Porque casi al mismo tiempo que la misión Gaia nos ayudaba a entender mejor nuestra galaxia, un avance tecnológico de nuevo cuño viene a prometernos que pronto entenderemos mejor la vida fuera de la Tierra. Un equipo de la Universidad de California en Riverside ha presentado una nueva técnica que podría formar parte del arsenal tecnológico del futuro telescopio espacial James Webb que tiene previsto partir hacia las alturas en 2021 un cazador de moléculas que revele la presencia de oxígeno en la atmósfera de un planeta y, por ende, su posible habitabilidad.

Desde hace décadas, sabemos que el cosmos puede estar preñado de planetas que circulan alrededor de estrellas similares a la nuestra. Solo en nuestra galaxia las probabilidades de que algunos de estos planetas alberguen condiciones propicias para la vida son inmensas. Pero no tenemos ninguna certeza para asegurarlo. Entre otras razones, porque la gran distancia que nos separa de estos mundos exóticos hace imposible su observación.

De manera inducida, un posible indicio de la presencia de vida presente o pasada en un planeta lejano es la cantidad de oxígeno en su atmósfera. El oxígeno es una huella de actividad vital (una «biofirma», tal como la denominan los técnicos). Si observamos nuestra atmósfera, la huella de oxígeno es una evidencia brutal de la actividad frenética de animales, plantas, algas, bacterias…

Pero capturar oxígeno en las atmósferas de planetas lejanísimos tampoco es sencillo. La nueva estrategia propone centrar la mirada en la señal que emiten las moléculas de oxígeno al colisionar entre sí. La imagen espectral que estas colisiones provocan puede ser como la huella dactilar de un sospechoso en el escenario de un crimen. Porque, por desgracia, igual que no todos los presentes en el escenario son criminales, no todas las atmósferas cargadas de oxígeno son indicadoras de vida. La interacción de la energía emitida por una estrella y el agua de un planeta puede producir procesos de evaporación y descomposición que aumenten el rastro del gas en la atmósfera. Un telescopio poco preparado para encontrar la diferencia podría arrojar falsos positivos y dar por habitado un planeta realmente yermo.

El heredero del Hubble

Si el futuro telescopio espacial James Webb incorpora herramientas para la detección de estas huellas post-colisión, es probable que estemos más preparados que nunca para encontrar otros posibles mundos habitados.

El año 2020 ha comenzado, pues, con sorpresa para los astrónomos y estudiantes de astronomía: puede que ni la galaxia ni los exoplanetas vayan a ser ya nunca habitados como hasta ahora.

El telescopio espacial James Webb es un observatorio en órbita que surcará el cosmos a partir de 2021 fruto de la colaboración de 17 países y tres agencias espaciales (la europea, la estadounidense y la canadiense). Será el sucesor de una de las herramientas astronómicas más importantes de la historia de la ciencia: el mítico Hubble. Ofrecerá una resolución y sensibilidad sin precedentes, y permitirá una amplia gama de investigaciones astronómicas y cosmológicas.

Con nuevas herramientas de detección molecular del oxígeno, promete convertirse en la mejor opción para demostrar si existe vida fuera de la Tierra.

Registrada la mayor colisión de estrellas de neutrones

Otro hallazgo de este año lo han anunciado científicos de los observatorios LIGO y Virgo: el detector de Livingston (EE UU) ha registrado ondas gravitacionales procedentes de la fusión de dos estrellas de neutrones, informó ayer la agencia Sinc. La masa del sistema binario que causó este evento, llamado GW190425, es unas 3,4 veces superior a la del Sol, y se trata por tanto de la mayor colisión estelar detectada hasta la fecha.