Desescalada
La nueva normalidad no tendrá coches de choque
Los feriantes recuerdan al Gobierno que no están incluidos en ninguna fase de la desescalada y que hay más de 32.000 familias que dependen de que se reabra la actividad.
No tiene la culpa Valle-Inclán, pero su retrato esperpéntico de la feria en «Divinas palabras» ilustra cómo se percibe todavía a este colectivo. Aún hoy, los feriantes tienen que callar muchas bocas, como si acaso ellos ganaran su sueldo exponiendo en un carromato a niños enanos e hidrocefálicos como hacía la familia de Laureaniño «El idiota». En la feria de Valle se muestra lo peor de la condición humana del siglo XX. En la de Sonia Escobar, la realidad del XXI. Casada y madre de seis hijas, decidió seguir la tradición familiar y ahora tiene su propio puesto de comida. San Isidro marcaba el pistoletazo de salida para su negocio, que se instala en los pueblos de la Comunidad de Madrid y Ávila cuando están en fiestas. Su marido la acompaña en algunas. Pero Francisco Javier recorre más plazas con sus coches de choque hasta que acaba la temporada. Sus hijas prefieren no acompañarles. La mayor estudia con una beca deportiva en Estados Unidos y el resto cursa la ESO en el instituto de Méntrida (Toledo). «Yo, cuando tenía su edad, estaba deseando que me dieran las vacaciones de verano para irme con mis padres a hacer la temporada. Ellas prefieren ver a sus amigas». Añade Sonia que le gustaría que alguna continuara con la saga familiar, pero las chicas ya tienen claro a qué dedicarse. «Una quiere ser inspectora de la policía científica, ‘CSI’ ha hecho mucho daño. La feria es algo que normalmente se hereda, pero a la vista está de que no siempre es así», comenta entre risas. La mayoría de feriantes como Sonia y Francisco Javier son autónomos, aunque pocos durante todo el año porque no pueden permitírselo, así que solo se dan de alta de abril a octubre. «La feria puede dar para vivir, pero en invierno debes buscarte un trabajo temporal para no agotar las ganancias del verano, somos como hormiguitas», aseguran. El año pasado por estas fechas este matrimonio ya habría trabajado en las celebraciones de al menos cinco pueblos, Leganés, Coslada, Getafe, Alcorcón y San Fernando.
Pero el coronavirus les ha impedido abrir sus negocios como a otros muchos españoles. Con la diferencia de que la reanudación de su actividad no está contemplada en ninguna fase de la desescalada, aunque hay 32.000 familias en el país que viven directamente de la feria. «Siempre hemos sido los grandes olvidados, considerados ciudadanos de segunda, y eso que nosotros pagamos impuestos como cualquiera», se queja esta madre que ve peligrar el futuro familiar. «No sé cómo se plantea el verano, pero esta incertidumbre me mata, desde hace muchos meses no entran ingresos y estamos ya al límite», advierte. Fernando Piqueras, el presidente de la Asociación Cultural de la Comunidad de Madrid (Acufcam), alerta de que el 70% de los asociados están en una situación muy precaria y que necesitan una respuesta urgente por parte de la Administración. «Nos hemos reunido con la consejería de Economía del Ayuntamiento y vamos a hacerlo próximamente con el gobierno autonómico. Como todas las fiestas se han anulado hasta noviembre, les hemos planteado abrir en parques cerrados, sin verbenas y con control de aforo. Pero, de momento, solo son propuestas». Pese a que Piqueras está convencido de que abrir así no sería rentable, «estamos dispuestos a asumir ese riesgo». Él es partidario de dar un margen a la negociación, pero entiende que otros compañeros hayan decidido ir al Congreso a manifestarse. «La gente ya se ha visto obligada a echarse a la calle para protestar y eso que siempre hemos sido un colectivo muy silencioso, nos dedicamos a dar alegría y no queremos que repercuta en nuestra actividad». Por eso nunca han exigido nada.
En el peor momento
El coronavirus pilló a los feriantes en el peor momento, cuando ya habían realizado la inversión en seguros multirriesgo y de responsabilidad civil, que pueden rondar los 6.000 euros, y un enorme gasto en reparaciones y puesta a punto de las atracciones, para lo que en algunos años piden incluso préstamos. «La mayoría ya empezaba la temporada muy justito, con el añadido de que a una buena parte no le dio tiempo a darse de alta en el Régimen General de Trabajadores Autónomos antes del Estado de Alarma, por lo que no ha podido acogerse a ninguna ayuda», alerta el presidente de Acucfam. «Si no nos dan trabajo ni alternativas, nos tendrán que ayudar, porque somos muchas familias las que dependemos de esto», añade. Aunqur Piqueras puede respirar tranquilo porque cuenta, al menos, con los 600 euros que le da la Administración por el cese de la actividad. Tiene una atracción y dos churrerías en las que trabajan sus hijas. Como el negocio le iba bien, pudo contratar a cuatro personas, a las que despidió cuando comenzó la crisis sanitaria. Ahora, que en breve volverá la «nueva normalidad», ha repescado a Valentín, el chico que lo mismo corta los tickets en los coches de choque, que los repara y pinta. También ayuda a José Mari a poner en marcha su tren de la bruja. Este feriante no funciona como autónomo, sino como empresa familiar con sus hermanos y cuñados, que han podido acogerse a los Ertes. «La incertidumbre nos mata, no sabemos si vamos a poder montar o no, pero el año está perdido, porque los gastos que esto genera ya estaban hechos. No vamos a poder seguir mucho más así, tenemos que movernos como sea». Estos días están todos reunidos en la nave que tiene Fernando en Yeles (Toledo), matando el tiempo haciendo pequeñas ñapas con la esperanza de que el coronavirus termine por marcharse y permita un verano con ferias. «Estoy deseando hacer mi pollo loco», tercia Sonia para animar la conversación. Asegura esta mujer que su bocadillo es famoso en todas las fiestas de Madrid, que lo mismo es capaz de recuperar una resaca que levantar el ánimo al alma más triste de la feria. «Pues pollos locos para todos», ríe José María.
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