Nerea Camacho, Javier Ruesga y Elena Gallardo nacieron entre 1996 y 2010

¿Nuevos ninis o los gurús que nos sacarán de esta?

A los jóvenes la pandemia les ha truncado muchos sueños. Sienten frustración, incertidumbre y miedo por si la enfermedad se ceba con sus familiares, pero «son creativos y se mueven siguiendo la necesidad de cooperar y de cambiar continuamente»

Ni cien pandemias como esta robarían a Nerea Camacho, actriz de 24 años, las ganas de cumplir sus sueños. Su voz en el barrio madrileño de Malasaña, a primera hora del día, suena como agua para chocolate. Realismo mágico, pero muy necesario en plena crisis por el coronavirus. LA RAZÓN se ha citado allí con los talentos más jóvenes de la agencia Badelka Talent, para verificar in situ el estado anímico de la llamada generación Z, jóvenes nacidos entre 1996 y 2010. Junto a Nerea, Javier Ruesga, de 21 años, y Elena Gallardo, de 20. Todos cargan con las cuatro íes que les definen: internet, irreverencia, inmediatez e incertidumbre.

Así era la generación Z antes de la pandemia, según el investigador Iñaki Ortega, director de Deusto Business School, y así sigue siendo, pero con cada uno de esos rasgos más acentuados. Su calaña de internautas, ni buena ni mala, les sirvió para sobrellevar el confinamiento con mejor agrado que los adultos. Pero llegó la desescalada y sacaron a relucir su irreverencia y con ella su infinita capacidad para sacarnos de quicio: botellones, fiestas privadas, novatadas universitarias y revueltas en aquellos lugares donde se cerraron sus espacios, terrazas y discotecas… Realmente, hicieron lo que habrían hecho los jóvenes de cualquier otra época: socializar. «Sorprende que esto nos sorprenda», indica Ortega.

Saltaron las alarmas y hoy son la diana de un sinfín de preocupaciones: contagios masivos, rebrotes, caos educativo, futuro incierto, niveles inéditos de paro y falta de oportunidades en los recién graduados… Ahí asoma la incertidumbre que menciona el profesor de Deusto y que aboca a una nueva amenaza: la salud mental. «Esta será la cuarta ola del coronavirus», presagia el psicólogo Joan Ramón Soto después de analizar el impacto del confinamiento y de esas restricciones que truncan cualquier distintivo juvenil: primeros besos, abrazos, compartir plato o secretos a un milímetro de distancia. El Centro de Investigaciones Pew lo ratifica con otro dato: al 70% de los jóvenes a nivel mundial le angustia su salud mental. En concreto, la ansiedad y la depresión.

¿Realmente es así? Nerea, Jorge y Elena nos avanzan algo: el coronavirus les ha hecho darse de bruces con esa realidad que está más allá de las pantallas. «Acostumbrados a la velocidad de internet y la rapidez de Amazon en todas las facetas de su vida, han caído en la cuenta de que los tiempos reales son otros, que no todo se consigue a golpe de click y que la gente muere sin que llegue una cura definitiva. Han visto también que hay gente que les necesita y esto es positivo», detalla el profesor de Deusto.

Elena pasó el confinamiento con su tía Carmela, enferma de Alzheimer. La situación le hizo reflexionar sobre el valor de las cosas y en abril puso en marcha «Oye Alzheimer», una iniciativa que usa la música para favorecer la memoria emocional. «Pensar en los demás para mejorar nosotros está calando lenta pero profundamente», señala Ramón Soto. La joven actriz certifica que no es, ni del lejos, la persona que era hace un año. «La crisis me ha obligado a madurar, y me gusta. He visto solidaridad, mucha humanidad y conciencia social, aunque me decepciona ver lo rápido que olvidamos y volvemos a los seres egoístas que éramos. Ansío que esta situación cambie. Mientras, intento que nada me haga perder mis infinitas ganas de comerme el mundo y de sentirme completamente viva. No quiero que el miedo me defina».

También a Javier, uno de los protagonistas de «Campamento Albanta», el virus le ha llevado a recapacitar «sobre las bases tan débiles que nos sostienen». «Claro que tengo miedo, incertidumbre y pena. El estado de adversidad es una constante en nosotros, pero eso no me hace perder la ilusión por vivir y afrontar nuevos retos. Tampoco antes las cosas eran sencillas». Su desafío ahora es enfrentar ese nuevo orden de cosas y, si es preciso, reinventarse. Nerea, ganadora del premio Goya a la mejor actriz revelación por «Camino» con solo 12 años, acaba de abrir una tienda ropa.

No son la excepción. A los jóvenes la pandemia les ha truncado muchos sueños, sienten frustración, incertidumbre por el futuro y miedo por si la enfermedad se ceba con sus familiares más vulnerables, pero al hablar con ellos despuntan otras cuantas peculiaridades que Ortega suma al abecé de esta generación: «Son creativos y se mueven siguiendo la necesidad de cooperar y de cambiar continuamente». La generación Z está deseando alzar la voz y cambiar el mundo. Los patrones que han heredado no les sirven y sus monstruos ahora son diferentes a los de las generaciones anteriores. Este grupo representa a más del 25 por ciento de la población mundial. Solo en España, son unos ocho millones. Es habitual verlos en primera línea en la defensa del medio ambiente y el feminismo o en casi cualquier lucha que se precie. «La solidaridad es para ellos un valor importante y la pandemia ha nutrido su conciencia social», opina el profesor de Deusto.

«Si las oportunidades no les fallan –añade–, tomarán el relevo en los próximos años y será una oportunidad importante para toda la sociedad. El reto se alcanzará si ayudamos a los Z a encontrar un entorno educativo, social y cultural que facilite la puesta en práctica de sus capacidades para que lideren el siglo XXI y lo conviertan en el mayor espacio de paz y prosperidad». Tienen a su disposición herramientas suficientes para cambiar su entorno o el destino al que pudieran estar llamados: «Además, están desarrollando tolerancia a la frustración y dominan a la perfección los parámetros de la nueva economía y de la nueva sociedad».

No es ningún secreto que manejan con extraordinaria habilidad cantidades ingentes de datos muy diferentes entre sí. Tampoco su desconfianza hacia el sistema educativo tradicional, pero esto les enseña a ser autodidactas y a no depender tanto de padres y docentes para adquirir conocimiento. Utilizan fuentes dispares y, además, de manera inmediata. Todo ello significa, según el investigador de Deusto, que pueden estar preparados para ocupar las nuevas profesiones e integrarse en entornos de trabajo multiculturales y globales. No obstante, sobre ellos se cierne también la amenaza de sufrir autismo digital o los nuevos delitos vinculados a internet, como el ciberbullying, la ciberpornografía o los retos suicidas. «Son excepcionales, pero están ahí».

A pesar de su empeño por salir adelante, la juventud escuece más que nunca. Tal vez por la falta de consideración que han transmitido algunas de sus conductas, aunque de ningún modo puedan representar el rostro de esos ocho millones que forman la generación Z. En este punto, cedemos la palabra al virólogo José Antonio López Guerrero: «Desde el principio, se sintieron eximidos a causa de mensajes fallidos que les hicieron despreciar el riesgo y el daño potencial del virus, tanto en los adultos como en ellos mismos. Todavía siguen necesitando mensajes claros y un lenguaje que les haga sopesar bien sus impulsos y deseos antes de actuar». A pesar de ello, Fernando Simón insiste en su discurso: «Las personas que fallecen son realmente frágiles».

Hay mucho que hablar. ¿Acaso los padres somos el mejor ejemplo? ¿Hemos generado valores superiores que guíen a nuestros hijos? ¿El poder público hace algo para frenar esa posible cuarta ola que podría afectar especialmente a sus cerebros? Antes de enjuiciar la supuesta irresponsabilidad juvenil, el sociólogo Sergio Fernández Riquelme nos invita a plantearnos estas cuestiones no vaya a ser que descubramos que, si muchos o pocos son irresponsables ante esta crisis, sea debido a que hemos fomentado, permitido o favorecido estas conductas.

Los Z no se van a dejar amilanar y en esto se alejan de sus predecesores más inmediatos, los milenials, esos jóvenes que la revista Time definió en 2013 como «perezosos, narcisistas y mimados». Así tituló en su portada: «Me, Me, Me Generation» (Generación Yo, me, mi, conmigo). Según varias encuestas, la pandemia ha generado en ellos unas tasas de ansiedad superiores a cualquier otro sector de la población. Durante el confinamiento consumieron más alcohol, más drogas y más ansiolíticos que nadie. El sociólogo estadounidense David Grusky confía en que la generación Z haya podido aprender de sus errores, aunque los motivos para la desesperanza de los milenials son bien conocidos. Uno de cada seis ha perdido su trabajo, en todo el mundo. En España, el paro alcanza al 40% de los milenials, a pesar de creer pueden aportar todo lo que pide el mercado laboral: formación, creatividad, flexibilidad y capacidad para adaptarse.