Investigación

La pandemia provoca una fuerte carga emocional en los menores

Los indicadores de su salud mental variaron desde que comenzó la crisis de la Covid

La actividad física al aire libre les proporciona incuestionable bienestar emocional
La actividad física al aire libre les proporciona incuestionable bienestar emocionalCristina BejaranoLa Razón

Desde marzo de 2020, cuando comenzó el confinamiento, uno de los sectores más afectados fue el de los menores de edad. De un día para otro dejaron de ver a sus amigos y amigas, a sus maestros, a sus abuelos y pasaron a estar 24 horas en su casa, compartiendo la tensión de trabajo en el hogar (o el desempleo) y el alud de información. De acuerdo con Laura Phillips, neuropsicóloga del Child Mind Institute de Inglaterra, «el cierre de escuelas ha sido perjudicial para la educación de los niños. Pero las escuelas no son sólo un lugar para aprender. Son lugares donde los niños socializan, se desarrollan emocionalmente y, para algunos, un refugio de una vida familiar problemática». El informe Salud Mental de Niños y Jóvenes en Inglaterra 2020 lleva analizando a más de 3.000 menores de entre 5 y 16 años en los últimos cuatro años. Sus últimos hallazgos señalan que uno de cada seis tiene un probable trastorno de salud mental, frente a uno de cada nueve tres años atrás. Las cifras en Latinoamérica son similares y en España, según un estudio realizado por expertos de la Universidad de Valencia y publicado en la Revista de Psicología Clínica con Niños y Adolescentes, uno de cada cuatro menores padece síntomas depresivos y de ansiedad debido a la pandemia de coronavirus.

El informe británico antes mencionado también señala que entre abril y septiembre hubo 285 denuncias de muertes infantiles e incidentes graves, que incluyen explotación sexual infantil, en el país. Esto significa un aumento de más de una cuarta parte en el mismo período del año anterior.

En España los incidentes domésticos aumentaron un 30%. Unicef por su parte alerta de un aumento en los abusos infantiles en el hogar. Para Vicki Bernadet, directora de la fundación que lleva su nombre, «tardaremos tiempo en tener una radiografía exacta de los casos perpetrados durante el confinamiento, entre otras cosas porque las denuncias de violencia sexual en la infancia a menudo las pone la víctima cuando ya es adulta. El aislamiento social provoca más contacto entre niños y sus padres y madres, que a menudo han perdido el trabajo y se han visto abocados a una gran inestabilidad económica e incertidumbre, con lo que la infancia vive con mayor tensión y, por tanto, mayor riesgo de violencia». A todo esto, como si fuera poco, hay que sumarle los efectos secundarios de la Covid.

Miedo a perder familiares, a contagiar a los abuelos, a enfermar… Básicamente a la incertidumbre de lo desconocido provocado en gran parte por el alud de información que reciben de sus mayores y de las noticias o las redes sociales.

¿Qué hacer en este escenario? Hay algunas intervenciones, vinculadas sobre todo al abuso, que requieren la acción inmediata de especialistas y de políticas de estado. De hecho, muchos países han creado sistemas de alerta y de contención para apoyar y hacer seguimiento de estos casos. Por ejemplo, docentes que han recibido cursos para detectar abusos en el hogar mediante conversaciones privadas y que dan espacio para que las víctimas puedan hablar. Pero hay otras medidas que padres y madres pueden llevar a cabo en el hogar para reducir el estrés y la ansiedad. Una de ellas es la actividad física que, dado los bajos riesgos de transmisión al aire libre y los claros beneficios para el bienestar físico y emocional, debería volver, al menos con ciertos parámetros de seguridad. La dosificación de las noticias que escuchen y la explicación de aquellas que sea inevitable que oigan también es fundamental para no promover la angustia.

También es de gran importancia hacerles saber que lo están haciendo muy bien: llevando mascarillas aún cuando les molesta, manteniendo las rutinas de higiene y respetando las distancias y las nuevas costumbres.

Obviamente será complejo responder a preguntas que tengan que ver con el futuro, por eso lo mejor es centrarse en el presente y hacer hincapié en lo positivo de su comportamiento. Y, finalmente, intentar mantener una rutina para que sepan y sientan que no todo ha cambiado, que tienen un «refugio» en el que todo se mantiene: un horario para el estudio, para el juego, para deporte, baño o la comida. Pero tardaremos años en ver las consecuencias que ha tenido la pandemia en la salud mental de los menores.