Religión

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Francisco clama por una Europa que atraviese las fronteras

Desde Eslovaquia el Papa alerta de corrupción y de una justicia «en venta»

El Papa, en la catedral de Saint Martin, Bratislava, en Eslovaquia
El Papa, en la catedral de Saint Martin, Bratislava, en EslovaquiaLUCA ZENNAROEFE

En muchos viajes acompañando a los Papas, he escuchado numerosos discursos de presidentes de los diversos países visitados. Pues bien, el que ayer por la mañana entonó la presidenta eslovaca Zuzana Caputovà ha sido, sin duda, uno de los mejores.

La elegante y atractiva abogada de 48 años y madre de dos hijas, elegida en 2019 al frente de su nación, supo encontrar los términos justos para trazar el significado de la visita de Francisco a este país «situado en el corazón de Europa».

«Le damos la bienvenida –dijo en una alocución en el jardín del Palacio Presidencial ante el gobierno y el Cuerpo Diplomático–no sólo como el representante de una de las más grandes familias espirituales del planeta y de sus valores sino además como el portador de la muy necesaria inspiración para el futuro de la humanidad…».

A partir de ahí, elogió a Jorge Mario Bergoglio por abanderar las alertas contra «el populismo nacionalista, el egoísmo, el fundamentalismo y el fanatismo», así como su lucha contra aquellos que «explotan la religión con fines políticos». Con estas premisas, la lideresa condenó la política de los polos opuestos y respaldó la apuesta por «la compasión».

En su primera jornada completa en la república eslovaca, Francisco respondió con otro discurso muy en sintonía con el que acababa de escuchar, deseando que Eslovaquia «reafirme su mensaje de integración y de paz, y Europa se distinga por una solidaridad que, atravesando las fronteras pueda volver a llevarla al centro de la historia». Resulta obvio subrayar el absoluto cambio de clima entre lo que sucedía ayer en Budapest durante el frío y protocolario encuentro del Papa con Viktor Orban y el de ayer por la mañana con la presidenta eslovaca. Aun así, Eslovaquia es terreno a conquistar por los postulados papales, en tanto que forma parte del llamado grupo de Visegrado junto con Polonia, Hungría y República Checa, que se han configurado desde hace décadas en una entente regional con tintes nacionalistas y reacios a la acogida de extranjeros. Cabe destacar además que el Papa no presentaba ningún indicio de cansancio después de la agotadora jornada de Hungría.

Sirviéndose del pan y la sal, dos símbolos de «la acogida eslava» y regalos que recibió a la entrada del palacio, el Pontífice hizo un llamamiento para que «nadie sea estigmatizado o discriminado».

«La mirada cristiana no ve en los más frágiles una carga o un problema, sino hermanos y hermanas a quienes acompañar o cuidar…», comentó, subrayando que «es necesario esforzarse para construir un futuro en el que las leyes se apliquen a todos por igual, sobre la base de la justicia que no esté nunca en venta». «Y para que la Justicia no permanezca como una idea abstracta sino que sea concreta como el pan –remarcó el Papa–, es necesario emprender una seria lucha contra la corrupción y que ante todo se fomente e imponga la legalidad». No en vano, el país ha visto caer a dos gobiernos por estas cuestiones en cuatro años.

A media mañana el Papa se dirigió a la catedral de San Martín. Allí le esperaban obispos, sacerdotes, religiosos, seminaristas y catequistas. Un templo abarrotado de fieles, muy por encima del número anunciado previamente. «En la vida espiritual y eclesial –les amonestó– existe la tentación de buscar una falsa paz que nos deja tranquilos, en vez del fuego del Evangelio que nos inquieta y nos transforma

Y si a la presidenta eslovaca le pidió amplitud de miras, a la Iglesia le exigió mayor maleabilidad. «Una Iglesia que no deja espacio a la aventura de la libertad, incluso en la vida espiritual, corre el riesgo de convertirse en un lugar rígido y cerrado», remarcó Francisco, con la mirada puesta en atraer a los jóvenes. Para el Papa argentino a las que calificó como «nuevas generaciones», «no les atrae una propuesta de fe que no les deje su libertad interior, una Iglesia en la que sea necesario que todos piensen del mismo modo y obedezcan ciegamente».

En el templo donde Beethoven dirigió por primera vez en el 1835 la Missa Solemnis, Francisco no se anduvo con rodeos en la partitura que perfila para los católicos eslovacos: «Los animo a hacerlas crecer libres de una religiosidad rígida», ha señalado. En este pentagrama, el Papa considera que no se puede aplicar «una simple repetición del pasado».