Opinión
La tristeza salió del armario
Fue la alargada pandemia, sobre todo, la que desató el que algunos valientes comenzaran a hablar en público de su mala salud mental. Empezaron algunos y luego fueron muchos. Los medios, siempre voraces, vieron que el tema interesaba y se pusieron a indagar. Hablar de lo que siempre ha estado en la vida de las gentes, depresión, adicciones, suicidios, soledades, dependencias, manías, pobreza, cansancio infinito, tristeza… está hoy de moda.
Y yo, neurótica confesa, me alegro. Y me pregunto, ¿qué porcentaje de seres humanos está pasando por un momento negro en este tiempo? No hay estadística, pero me jugaría algo a que más de la mitad de la población está de duelo. Una pequeña muestra sirve a menudo para sacar alguna certeza. El otro día, día helado, salí temprano a la calle y observé a los viandantes. Desde mi perspectiva, tan parcial como afectuosa, esas mujeres y hombres caminaban encogidos, no miraban a nadie, tenían mucha prisa y no sonreían. No hace falta hablar con alguien para sonreír, un simple pensamiento bonito o divertido nos lo regala y, aunque no nos veamos la boca por la mascarilla, en los ojos brilla una luciérnaga delatora. Pero no, en las calles de las ciudades hay mucha luz navideña y poca humana. Hay calor de estufas y poco corazón.
Porque, queridos, cuando se está mal, cuando se tiene miedo, o no se tiene fuerza, o los ingresos escasean, o no te hablas con la familia, o no amas a tu cónyuge, o tus hijos andan enloquecidos; o no tienes ni salud, ni dinero, ni amor, que muchos hay de esos, de dónde vas a sacar la sonrisa o la luz.
Es imposible. Lo que quieres, lo que quieren tantas de nuestras personitas es que les curen, que les ayuden a levantarse, que les echen una amabilidad. La balanza tira hacia la tristeza social. Pero llega la oh, feliz Navidad, y sus comercios.
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