Adicción
Una noche, Marcos quería continuar de fiesta. Sus amigos ya se habían ido a casa, pero su cuerpo le pedía más. Se conectó a una aplicación de citas y un usuario le propuso apuntarse a una sesión de «chemsex». Él, por entonces, no sabía qué era aquello y dijo «sí» sin dudarlo. En ese momento comenzó lo que en unos meses se convertiría en un infierno. «Nunca pensé en lo que me estaba metiendo. Hasta entonces, mi ocio había sido muy normal: discotecas, un poco de tonteo con las drogas en la universidad, lo típico... pero esto era diferente. Era placer absoluto, explica este madrileño de 40 años que durante seis estuvo enganchado a las fiestas de «drogas sexuales».
«Mezclar la euforia del consumo de un festival de estupefacientes y el sexo era un placer doble al que me fui enganchando sin darme cuenta. Lo que inicialmente eran encuentros puntuales, aislados, los fines de semana se convirtieron en algo salvaje, y es que el poder adictivo de las drogas que se consumen en el ‘’chemsex’' son muy potentes», explica ahora que ya ha conseguido desintoxicarse. En menos de un año, Marcos ya tenía un consumo muy problemático.
Para quienes no hayan escuchado nunca hablar de este concepto, las «chemsex» son drogas que se utilizan durante las relaciones sexuales, en pareja o grupo, y que potenciar el placer. Un cóctel molotov. Los estupefacientes que principalmente se consumen en estas prácticas son GHB (o éxtasis líquido), mefedrona y metanfetamina. Y aunque éstas son las que están más relacionadas con esta practica «drogosexual», también se consume durante su práctica el MDMA, popper, cocaína y fármacos para la disfunción eréctil como el tadalifo y sineldafil.
«El disparador, es decir, lo que te lleva a ser adicto a esta práctica es diferente para cada persona. Puede ser el estrés, problemas familiares, la responsabilidad, la soledad, la tristeza, la no aceptación de uno mismo... Eso sí, nunca llegas a autodiagnosticarte como un adicto. Hasta que llega un punto, como me ocurrió a mí, que pesaba que iba a morir».
Y es que, según relata Marcos, «hubo un momento de mi vida en que casi perdí el trabajo de ejecutivo que tenía en una empresa, la relación con mis amigos de toda la vida era casi inexistente... y tuvo que intervenir mi familia». Su vida giraba en torno a las fiestas de droga y sexo con una media de cuatro feces a la semana. Sesiones que se podían alargar hasta tres jornadas sin parar de consumir. «Te conviertes en un superviviente porque quieres mantener tu trabajo y tus relaciones, pero consumiendo entre semana. Iba al trabajo sin dormir y en ocasiones, en muy malas condiciones».
Eso sin tener en cuenta la cantidad de dinero que se dejó en esos seis años de adicción. «En una noche de ‘’chemsex’' te puedes gastar unos 400 euros. Incluso había ocasiones en las que recurría a la prostitución porque no conseguía nadie que se sumara a la fiesta. He llegado a gastarme en una sesión 1.500 euros. Realmente hablar de ‘’chemsex’' es un eufemismo para no reconocer que eres un yonqui», confiesa.
Llegó un momento en el que estaba al límite y decidió pedir ayuda. Ingresó en una clínica de desintoxicación y ante la escasez de expertos en esta adición, se las tuvo que ingeniar para encontrar un grupo de terapia donde pudiera poner fin a este infierno. Por suerte dio con la Asociación Apoyo Positivo que se convirtieron en su ángel de la guarda.
Reconectar con su vida social
Esta asociación ofrece desde 2016 terapias específicas para este tipo de personas adictas a las «chemsex» y, de hecho, ahora mismo, tienen lista de espera ante la alta demanda. Lorena Ibarguchi, coordinadora de este programa, explica a LA RAZÓN que en estos cinco años se ha duplicado el número de personas que les solicitan ayuda. Apoyo Positivo colabora con el Instituto de Adicciones del Ayuntamiento de Madrid y desde 2016 han atendido ya a 400 personas.
«A las personas que se ponen en contacto con nosotros les hacemos en primer lugar una evaluación y un plan personalizado de atención psicológica. Muchos llegan a esta adicción en busca de sensaciones nuevas, pero los que tienen un consumo problemático presentan también alguna dificultad a nivel sexual. Hay gente que no tiene relaciones sexuales sin sustancias», desvela Ibarguchi. En sus sesiones practican atención psicológica, social, intervención psiquiátrica así como sexológica y luego realizan también actividades o terapias grupales, talleres de regulación emocional y otras de ocio para que las personas que han dejado de tener redes sociales retomen ese vínculo social.
«Se generan espacios saludables y se fomenta la creación de nuevas redes. El tiempo de recuperación es variable, hay gente que está muchos años en tratamiento porque su adicción es crónica. Otros vienen por una situación más puntual y en una etapa más temprana del trastorno, por lo que puede conseguir los objetivos terapéuticos en meses», asegura esta psicóloga clínica.
En cuanto al perfil de las personas que acuden a estas terapias, según el estudio de Aproximación a las «Chemsex» en España, el 74,5% han nacido en nuestro país. Entre los factores que pueden incrementar la vulnerabilidad ante el consumo de sustancias con fines sexuales se encuentra el lugar de residencia. Concretamente, una mayor prevalencia de consumo de drogas relacionadas con el sexo se ha relacionado con residir en grandes ciudades (23,35%).
Un amplio porcentaje de encuestados para este estudio, un 61,9%, señalaron residir en la Comunidad de Madrid, un 11% en Andalucía y un 10,1% en Cataluña. El perfil de edad del usuario de «Chemsex» que determinó esta investigación es el de un hombre entre los 25 y 44 años.
Daños cognitivos
«Lo que ocurre con las drogas que se consumen en esta práctica es que son más adictivas, tal es el caso de la metanfetamina, y por lo tanto, puede generar más problemas por la forma de consumo y provocar daños a nivel cognitivo», afirma la terapeuta. Además, apunta que la pandemia también ha influido negativamente en estos problemáticos hábitos pues «ha generado un efecto rebote ya que las personas han desarrollado más síntomas de ansiedad y depresión que ha conllevado a un mayor consumo».
Marcos, que ahora colabora como voluntario en Apoyo Positivo en las terapias con personas que se encuentran en la situación que él vivió en primera persona, asevera que lleva «cuatro años limpio», y que el camino no ha sido nada fácil. «Hoy no reconozco a la persona que fui durante seis años. Si soy sincero, llegó en un momento que no me daba un año de vida si seguía a ese ritmo. Es más, cuando ingresé en la clínica me dijeron que si no paraba me daría un ictus, un paro cardíaco o un brote psicótico», relata el madrileño.
Lo que más le preocupa a Marcos es que está notando que cada vez hay más jóvenes que se suman a la moda del «chemsex» y, es más, muchos universitarios y treintañeros comienzan a conocer el sexo a través del consumo de drogas, «y eso es algo muy peligroso. Creo que no se le da la importancia que tiene a esta problemática, ya que siguen siendo temas tabú y que hasta que no explota no se toman medidas». Es más, en este cóctel de sexo y drogas, la mayoría de las relaciones son sin protección, con los riesgos extra que estas prácticas conllevan.
A él le costó retomar su vida de «preadicto»: «Tuve un tiempo de abstinencia sexual porque mis circuitos estaban asociados a sexo y estupefacientes. Una vez que pude disociar, mi vida sexual, personal, familiar y de relaciones consiguieron volver a ser normales».
Antes de concluir nuestra entrevista, Marcos nos cuenta que esta misma tarde tiene una «sesión espejo» con jóvenes adictos a las «chemsex»: «Creo que les es útil comprobar que se puede salir de este agujero a través de mi experiencia. Una cosa es sentarse frente a un profesional y otra ante un ex adicto que durante años vivió enganchado al sexo y las drogas. Porque aunque no se vea la salida, se puede y aquí estoy para demostrarlo».