Macro-incendios

Y después del fuego... ¿qué?

El postincendio es un momento muy delicado en el que hay que «escuchar» al suelo para saber qué es lo más conveniente. El intervencionismo por sistema puede ser muy perjudicial.

El incendio que se declaró este lunes en Bejís (Castellón) sigue activo. Miles de hectáreas han quedado destruidas
El incendio que se declaró este lunes en Bejís (Castellón) sigue activo. Miles de hectáreas han quedado destruidasBiel AliñoAgencia EFE

Más de 280.000 hectáreas han ardido en lo que llevamos de 2022 en relación con el auge de los super incendios y las olas de calor exacerbadas por la crisis climática. Aunque aún no se puede decir que “ha pasado lo peor”- todavía siguen activos algunos rebrotes del de Bejís (Castellón), que ha puesto de manifiesto la cruel virulencia de los incendios de sexta generación- llega el momento de implementar las medidas postincendio, de cuya pericia e idoneidad depende la recuperación de los suelos y del ecosistema quemado. ¿Qué sucede tras la extinción de un incendio forestal? ¿Cómo se gestionan los terrenos afectados? ¿Se ayuda a su regeneración? Estas y otras preguntas son las que hemos planteado a diversos expertos en una ciencia, la de suelo, a la que no siempre se escucha desde las Administraciones.

El primer mito que hay que desterrar es el de que reforestar es la panacea. “Los efectos de diferentes manejos postincendio en el ecosistema Mediterráneo en ocasiones han resultado ser más dañinos que el propio incendio”, señala a LA RAZÓN Jorge Mataix-Solera, profesor de Edafología en la Universidad Miguel Hernández, de Elche, y uno de los mayores expertos en el impacto de los incendios forestales sobre los suelos. “Se ha podido comprobar que, en general, la extracción de madera quemada provoca efectos perjudiciales en el suelo y en la recuperación de la vegetación, especialmente si se realiza con maquinaria pesada y en suelos frágiles y erosionables. Por tanto, sería un manejo que no recomendaríamos salvo causa muy justificada. De realizarse se recomienda cubrir el suelo con acolchados de astilla de madera para minimizar los impactos erosivos. Se ha podido verificar también que en muchos casos la no intervención es la mejor actuación, siempre que se haga un seguimiento de la recuperación, una gestión asistida para actuar si es necesario en algunos casos, proteger o mejorar las condiciones del suelo y vigilar cómo evoluciona la regeneración natural”, añade.

Para este experto, el suelo quemado es como un enfermo. “Es algo muy frágil, está desnudo. Depende de las temperaturas que se han alcanzado estará más afectado o menos, pero hay que evaluarlo con sus especificidades, hacer un buen diagnóstico de su situación, no hay medidas que sirvan igual para todo tipo de suelos”. “Los hay que son más resilientes y, en ellos, la intervención podría ser incluso contraproducente”, destaca.

Para Mataix-Solera no hay medidas “estrella”. “Las actuaciones pueden ir desde no hacer nada y dejar que la tierra cicatrice sin tocarla a proteger el suelo con un acolchado o mulch -que puede ser de paja o de astillas de madera- o alguna adición de material orgánico que mejore sus propiedades, aportes nutrientes, aumente el contenido de materia orgánica y reactive la actividad microbiológica del suelo”. “Que el terreno vuelva a las condiciones anteriores al incendio depende de si hacemos las cosas correctamente, ya que en ocasiones una actuación humana inapropiada postincendio puede ser más perjudicial que el propio fuego, como es el caso de la extracción de madera quemada utilizando maquinaria pesada y el arrastre de los troncos sobre un suelo frágil y vulnerable a la erosión”, explica.

Excepto por la voracidad de los incendios actuales, no hay nada de lo que pasa ahora que no se haya estudiado y analizado previamente. “Existen grupos de investigación en el postincendio en España desde hace más de tres décadas, y lo que hacemos es aplicar lo que los ecosistemas nos han ido enseñando. Por ejemplo, algo que suele pasar en el suelo de áreas quemadas, en determinadas zonas, es la aparición de biocostras, en muchos casos dominadas por musgo, y esos pequeños musgos están haciendo un gran papel en estos primeros estadíos de la recuperación del ecosistema, que es sujetar el suelo, y reactivarlo. Donde veamos que está apareciendo ese musgo, hay que dejarlo y evitar actuaciones que lo puedan dañar”.

Y es que los incendios forestales son procesos de una gran complejidad, tanto ecológica como socialmente, que requieren un análisis e interpretación de la información antes y después de cada caso. No es lo mismo un incendio sobre los suelos rojos (terra rosa) del Mediterráneo- que suelen ser menos susceptibles a la erosión, tienen mayor agregación y no repelen tanto el agua- que sobre los de Galicia.

De eso sabe mucho Cristina Fernández, técnico del Centro de Investigación Forestal del Lourizan (CIFL), en Pontevedra, cuyo grupo de trabajo tiene mucha experiencia en las especificidades del suelo de la zona. “Desde el punto de vista de la restauración nosotros tenemos unas características distintas. Hacemos investigación sobre ecología del fuego, con una metodología aplicada, y hemos hecho muchos trabajos sobre la perdida de sedimentación en el suelo de Galicia y sobre que técnicas son mejores para reducirla”, destaca. De hecho, su investigación es única en Europa. “Hemos desarrollado una metodología muy práctica para ser funcionales y rápidos, que pueda ser ejecutada en campo en pocos días, pero que está fundamentada en ciencia”, añade.

De hecho, Galicia es la única comunidad autónoma que tiene este tipo de metodología científica incluida en su Plan de prevención y defensa contra los incendios forestales (PLADIGA). “Empezamos a trabajar en ella en 2015, aunque el momento que marcó un antes y un después en los incendios forestales en la región y que evidenció la necesidad de trabajar con una metodología multidisciplinar fueron los de 2006 (un conjunto de 1970 incendios forestales - 37 de ellos grandes- que arrasaron Galicia -sobre todo Pontevedra y La Coruña- en menos de 15 días). “Uno de los principales objetivos que tenemos desde entonces es la mitigación de los riesgos de erosión. Lo primero que se hace es analizar los efectos del fuego con un sistema específico de nivel de daño, ya que afecta a toda la superficie de la misma manera. En los lugares donde hay erosión, se aplica mulching (acolchado) con paja agrícola para cubrir, conservar y proteger ese suelo”.

Este proceso de estabilización de emergencia a suele desarrollarse entre unos meses hasta un año después del incendio. A partir de ahí­- y siempre dependiendo de las características del suelo de la zona- se pueden poner en marcha otras medidas. “Aproximadamente pasado un año del incendio es cuando se toma la decisión de continuar con la vegetación de la zona, dado que la mayoría de los ecosistemas en España están adaptados al fuego y suelen regenerarse por si solos, o, por ejemplo, aumentar las franjas de vegetación alrededor de los ríos o, en caso de que sea necesario, cambiar de especies”, explica la técnico.

Selvicultura preventiva

Más peligroso que un incendio sobre un bosque es que vuelva a suceder año tras año. De evitar esto se encarga la selvicultura preventiva, una ciencia respetuosa con las leyes del fuego, y del bosque. «Vivimos en un país donde los incendios son habituales, por lo que tenemos que pensar en el siguiente incendio y planificar el paisaje pensando en eso. Intentando diseñar la planificación del paisaje para que los incendios sean controlables. Somos algo infantiles como sociedad, queremos que la masa forestal esté ahí como un decorado, para verla cuando vamos de vacaciones, pero eso no es realista», destaca Fernández. Mataix-Solera coincide: «las zonas quemadas pueden servir para tener bosques mucho más resistentes en 30-40 años si sabemos gestionar bien la recuperación pensando no solo en el corto plazo».