Opinión

La importancia de llamarse...

La abuela de Hazia, Rosa María Manteiga
La abuela de Hazia, Rosa María ManteigaEUROPA PRESSEUROPA PRESS

¿Recuerdan la magistral obra de teatro del genial Oscar Wilde titulada «La importancia de llamarse Ernesto»? El título lo deja claro: los nombres son capitales para las personas y hasta pueden marcar sus destinos. Sobre todo, si se trata de nombres con connotaciones peyorativas. Es una broma que te llamen Caín (y hay tres en España), pudiendo llamarte Abel. O que te llamen Judas, cuando les cuesta el mismo trabajo llamarte Jesús… Más allá de los nombres determinados por las personas que los dotaron de sentido positivo o negativo, hay algunos que se ponen de moda o se eligen sin cabeza y suponen una condena para quienes los portan. Aquellos famosos padres que hace unos años bautizaron a su hija con el nombre de Dolores, apellidándose él Fuertes y ella De Barriga, hace pensar que no consideraron, ni por asomo, las penurias que pasaría la niña cuando llegara al colegio. En cuanto al archifamoso Kevincosner de Jesús, supongo que a estas alturas se habrá acostumbrado a las mofas y befas de unos cuantos. Y también que, a partir de esos casos, los registros se blindaron ante ciertas peticiones excéntricas y se negaron a poner nombres de malvados como Hitler u Osama Bin Laden, ridículos como loco o caca, de marcas comerciales, acrónimos o apellidos a modo de nombre, que perjudicasen a sus propietarios. ¿Lo hubiera hecho el de Hazia (semilla en euskera), que acaba de rechazar una jueza de Gasteiz? Pues, hombre, teniendo en cuenta que en algunos contextos se entiende más como «semen» que como «semilla», tal vez. Las infancias son largas y duras con cualquier nombre y conviene no ponérselo difícil a los niños por empecinarse en uno extravagante, que no hace a la persona, pero puede determinar cómo se la recibe.