Religión

Grito papal en Nochebuena: “¡Cuántas guerras...!”

Francisco preside la primera Misa del Gallo sin restricciones tras la pandemia, condenando a los promotores de los conflictos que “devoran a sus vecinos y hermanos”

Recuperar el sentido original de la Navidad. Rebuscando «entre adornos y regalos, después de todo el consumismo que envolvió el misterio que celebramos». Este fue el empeño del Papa ayer, durante la tradicional Misa del Gallo celebrada en la basílica de San Pedro. El templo epicentro del catolicismo colgó el cartel de completo después soportar dos años de restricciones pandémicas de aforo y mascarillas. Eso sí, si el coronavirus llevó a adelantar la eucaristía que da el pistoletazo de salida a la Navidad hasta las siete y media de la tarde, Francisco ha decidido mantener ese mismo horario ya sin mascarillas. No en vano, fue Benedicto XVI quien rompió con la costumbre de convocar la celebración a medianoche, ya que en diciembre de 2009 ya comenzó a celebrarla a las diez.

Más allá de los horarios, el pontífice argentino optó por no presidir la misa debido a las limitaciones de su maltrecha rodilla. Concelebró con un sacerdote más y cumplió con uno de los gestos más entrañables de la liturgia cristiana: la adoración a la imagen del Niño Jesús. Con la solemnidad de las ceremonias vaticanas que otorga el propio templo, y el coro de la Capilla Sixtina, el Coro Guía y el organista de la Santa Sede, la universalidad de la Iglesia no solo estuvo representada por los lectores y por la propia diversidad representada en los asistentes a la ceremonia, sino también por unos arreglos florales que procedían de países tan dispares como India, Congo, Filipinas, México, El Salvador y Corea.

De la misma manera, el Santo Padre también tomó la palabra para entonar una homilía en la que volvió a lanzar un grito en favor de la paz frente aquellos que hoy «devoran del mismo a sus vecinos, a sus hermanos». «¡Cuántas guerras! Y en tantos lugares, todavía hoy, la dignidad y la libertad se pisotean», lamentó el Papa, con su mirada puesta directamente en Ucrania, a la que alude prácticamente en todas sus alocuciones desde hace diez meses, pero también con el corazón latiendo por todas esas otras guerras olvidadas en otras latitudes como Siria o Yemen. Será hoy, durante la bendición Urbi et Orbi del día de Navidad, cuando Francisco aumente todavía más los decibelios de su ruego para que cese toda violencia en el planeta, a sabiendas de que en ninguno del más de medio centenar de conflictos abiertos hoy en el planeta se ha declarado un alto el fuego navideño.

De ahí que trajera a su plegaria de forma genérica a «las principales víctimas de la voracidad humana», que «son siempre los frágiles, los débiles». «Pienso en todos los niños devorados por la guerra, la pobreza y la injusticia», compartió un pontífice que comparó a esos pequeños con el Hijo de Dios, «un niño en el pesebre del descarte y del rechazo». «En Él, niño de Belén, está cada niño», aseveró Francisco, que se sirvió de esta identificación para adentrarse en una renovada contemplación de la realidad: «Sí, esta es la invitación a mirar la vida, la política y la historia con los ojos de los niños».

Así, el Papa argentino se mostró convencido de que «en el pesebre de rechazo e incomodidad, Dios se acomoda, llega allí, porque allí está el problema de la humanidad, la indiferencia generada por la presa voraz de poseer y consumir». Frente a «la voracidad en el consumo» que se constata en «una humanidad insaciable de dinero, de poder y de placer», el Santo Padre puso la mirada principalmente en «los más pequeños, los pobres, los ancianos».

A partir de ahí, subrayó la necesidad de recobrar «la cercanía, la pobreza y lo concreto». Estas tres ideas vertebraron una alocución en la que buscó interpelar a los que le escuchaban desde sus bancos en la basílica: «El pesebre de Navidad, primer mensaje de un Dios niño, nos dice que Él está con nosotros, nos ama, nos busca. Ánimo, no te dejes vencer por el miedo, por la resignación, por el desánimo».

En esta misma línea, Francisco echó la vista atrás hasta aquel Belén de Judá de hace más de dos mil años para traérselo al presente y desvelar que «el clima de entonces fue semejante al que rodea hoy la Navidad» en un momento en el que todos estaban «ocupados, preparándose para un importante evento, el gran censo, que exigía muchos preparativos». Entre tanto bullicio, el pontífice instó a los presentes a buscar, como los pastores, en medio de la noche, «modo con el que Dios nace en la historia para hacer renacer la historia». Precisamente en su homilía echó mano de uno de los referentes históricos de la Iglesia más reciente, a quien el propio Francisco tiene especial devoción: san Óscar Romero. Considerado el gran santo de la América contemporánea, el pontífice citó al arzobispo mártir salvadoreño, para reivindicar que «la Iglesia apoya y bendice los esfuerzos por transformar estas estructuras de injusticia y solo pone una condición: que las transformaciones sociales, económicas y políticas redunden en verdadero beneficio de los pobres». «No es verdaderamente Navidad sin los pobres. Sin ellos se festeja la Navidad, pero no la de Jesús», añadió de su cosecha Francisco, para insistir a renglón seguido: «Hermanos, hermanas, en Navidad, Dios es pobre. ¡Que renazca la caridad!». Es más, llegó a sentenciar que «Jesús, que nace pobre, vivirá pobre y morirá pobre; no hizo muchos discursos sobre la pobreza, sino la vivió hasta las últimas consecuencias por nosotros».

Para rematar su alocución, el Papa se detuvo en el que es otro de los pilares de su pontificado, en lo que parecía más bien un recado tanto para los líderes eclesiales como para los teólogos. «El pesebre nos habla de lo concreto», sentenció con una referencia directa a la máxima bergogliana que habla de que «la realidad es superior a la idea». Desde esta perspectiva, Jorge Mario Bergoglio apuntó que el Dios encarnado apunta que «no son suficientes las teorías, los pensamientos hermosos y los sentimientos piadosos». Para Francisco, «desde su nacimiento hasta su muerte, el hijo del carpintero abrazó la aspereza del leño, la rudeza de nuestra existencia. No nos amó con palabras, no nos amó en broma». Todo este argumentario le permitió defender al pontífice argentino en su novena Nochebuena romana que Dios «no se conforma con apariencias»: «Él, que se hizo carne, no quiere solo buenos propósitos. Él, que nació en el pesebre, busca una fe concreta, hecha de adoración y de caridad, no de palabrería y exterioridad», enfatizó.