El legado de Benedicto XVI
Las encíclicas de la verdad
En sus casi ocho años de pontificado publicó «Deus caritas est» (2006); «Spe salvi» (2007) y «Caritas in veritate» (2009). La renuncia impidió que rematara «Lumen fidei», que firma Francisco, pero escrita a cuatro manos por los dos
Lo primero fue el amor. Su primera encíclica –la programática− fue titulada «Dios es amor», tomando el título de la primera carta de san Juan (8,4). Allí exponía cómo entre eros y ágape no hay un abismo. El amor humano (ascendente) y el divino (descendente) pueden ser complementarios. Pero para convertir el eros humano en verdadero ágape cristiano es necesaria una purificación. Como nuestro pobre corazón y como el oro en el crisol: al pasar por el fuego del dolor, las impurezas se queman y queda al final un oro de muchos quilates. Así es nuestro amor. En esta primera encíclica de 2005 nos explicaba también el Papa-profesor que amor, caridad y santidad forman una continuidad, un plano progresivo e inclinado. El amor humano puede convertirse en verdadera caridad cristiana –como veíamos−, hasta llegar a la santidad, que no es otra cosa que el amor total.
Estas ideas son completadas con la encíclica social «El amor en la verdad» (2009). Aparte de recordar el «grito de los pobres y de la naturaleza» –como dirá después el Papa Francisco−, lo interesante era que aquí el Papa Benedicto presentaba todos estos temas unidos. El medio ambiente y la bioética, la ética de las finanzas y la doctrina social de la Iglesia eran presentados aquí de modo inseparable. Juan Pablo II era aplaudido cuando hablaba de lo social y criticado por su ética sexual. Benedicto XVI presentaba entonces todos estos temas inseparablemente unidos. De manera que podemos hablar de esta como una «encíclica global». Pero sobre todo explicaba la complementariedad entre amor y verdad. El amor sin verdad degenera en la arbitrariedad y el sentimentalismo, tal como podemos constatar en la actualidad. La verdad sin amor resulta dura e inmisericorde. San Pablo hablaba de «decir la verdad con caridad» (Ef 4,15). Era este el lema que recorre esta tercera encíclica, complementaria de la primera.
El que había sido como prefecto el «guardián de la fe», se convirtió pues durante su pontificado en el «Papa del amor y la esperanza». Según afirmaban los descodificadores y deconstruccionistas del magisterio benedictino, era la segunda y relativa a la esperanza su encíclica más original. Salvados por la esperanza (Rm 8,24) es un canto sobre la gran esperanza, Jesucristo. Por encima de todas las pequeñas esperanzas que nos proponen las utopías y las ideologías, ciframos nuestra esperanza en Dios, que es el único que nos puede salvar. Llamaron entonces la atención las alusiones no solo a Nietzsche (un clásico en las encíclicas benedictinas), sino también a autores postmarxistas de la Escuela de Fráncfort. Benedicto XVI invocaba a Adorno y Horkheimer para recordar que la injusticia en este mundo clama por una justicia en el otro. Además, la explicación que ofreció del purgatorio como encuentro con Jesucristo convenció a propios y extraños. Esto la convirtió en una encíclica especialmente ecuménica. En fin, recordar las realidades últimas puso de moda hablar del más allá, incluso en las homilías dominicales.
La última encíclica fue «a cuatro manos». Tras un año dedicado a la fe, estaba prometida una encíclica dedicada a esta virtud teologal fundante, después publicada en 2013. En medio se interpuso nada menos que su renuncia y el Papa Francisco no dudó en hacerla suya y firmarla al principio de su pontificado, convirtiéndose así en su primer gran texto. El lenguaje y las ideas son, sin embargo, netamente ratzingerianos. Tras las encíclicas dedicadas al amor y la esperanza, completaba el tríptico con una dedicada a la fe. Exponía allí a esta como relación y conocimiento: cómo por medio de la confianza en Jesucristo obtenemos la confidencia que nos revela los más profundos misterios divinos. La fe es un conocimiento cooperativo, diríamos ahora, en el que participamos de la misma visión de Dios. Aquí entrarán pues uno de los temas típicamente benedictinos: la relación entre fe y razón. La inteligencia nos obliga a profundizar en nuestra fe, y la fe nos mueve a conocer más y más. Sin embargo, recordaban los dos Papas, no debemos olvidar que la fe es un don y que procede de la escucha (cf. Rm 10,17). Por eso decíamos que la fe es un conocimiento en red: un conocimiento solidario, nunca solitario. Esta nos viene siempre en la Iglesia y por medio del sacramento del bautismo. El ser conscientes de nuestros propios orígenes nos ayudará a redescubrir nuestra propia identidad. Esta fe está destinada además –concluye− para encarnarse en nuestras vidas y en nuestro mundo.
Benedicto XVI, el Papa teólogo, nos recordó que hemos de vivir de fe, esperanza y caridad. Un tríptico que, si somos capaces de profundizar en él y hacerlo vida de nuestra vida, puede transformar nuestra sociedad. Un buen legado que nos ha dejado para afrontar la parte del tercer milenio que nos queda por delante. Y por ello le estamos agradecidos.
DEUS CARITAS EST
¿Qué más se puede decir sobre el amor que no se haya dicho ya? La Iglesia lleva veinte siglos proclamando este mandamiento nuevo de Jesucristo y, sin embargo, parece ser que todavía necesitamos que nos lo recuerden. En este mundo cruel y apasionante al mismo tiempo, en el que el crecimiento económico es cada vez más desigual; donde todavía mueren de hambre seis millones de niños al año, y entre 36 y 53 millones son eliminados… En un mundo en fin en el que incluso se mata en nombre de Dios, ni la Iglesia ni cualquier persona de más o menos buena voluntad pueden callar. De este modo, podríamos subtitular esta primera encíclica de Benedicto XVI parafraseando el título de una famosa novela latinoamericana: El amor en los tiempos del cólera.
Benedicto XVI quería liderar así un frente común para defender el amor, la vida, la familia, la justicia y la caridad en un mundo bienintencionado, pero en ocasiones algo olvidadizo. El texto (en alemán e italiano originalmente, de 25 páginas, con párrafos más breves de los que solía emplear Juan Pablo II) consta de dos partes: una dedicada al amor, divino y humano, y otra a la caridad, como norma de conducta obligada en la Iglesia. Lo privado nos lleva de modo inmediato a lo público. En su primera encíclica, Benedicto XVI citaba sin complejos a Nietzsche, Descartes, Virgilio, Platón, a sus queridos san Agustín o Teresa de Calcuta. Pero sobre todo se acudía allí al inagotable Cantar de los cantares, a san Juan (el evangelista del amor) y al resto de la Biblia. Venía a recordar allí que esa «revolución del amor» propuesta por Cristo todavía no ha conseguido triunfar del todo en nuestro pequeño mundo. El amor es una revolución pendiente, también para los cristianos.
SPE SALVI
Benedicto XVI tomaba el título de la carta de Pablo a los romanos, «en la esperanza fuimos salvados» (8,24). Se preguntaba el Papa alemán: ¿qué tipo de esperanza cabe en este mundo? Frente a los «sin Dios», el cristiano se apoya en aquel que le da toda esperanza. Así, constituye «un elemento distintivo de los cristianos el hecho de que ellos tienen un futuro»: su vida «no acaba en el vacío» (n. 2). Esta esperanza tiene su fundamento en el Dios revelado en Jesucristo, y no en un mesías humano (cf. n. 4). Está basada en ese Jesús que, en los antiguos sarcófagos cristianos, era representado como filósofo y pastor, es decir, como camino, verdad y vida (cf. Jn 14,6). Criticaba así las utopías políticas y terrenales que ponen todas sus esperanzas en este mundo. La encíclica sobre la esperanza mostraba las desilusiones vividas por la humanidad en los últimos tiempos, como por ejemplo el marxismo, que «ha olvidado al hombre y ha olvidado su libertad».
Tener un fundamento firme nos garantiza la fidelidad y la paciencia, hermana pequeña de la esperanza, como escribió Paul Claudel. «El creyente necesita saber esperar soportando pacientemente las pruebas para poder «alcanzar la promesa» (cf. Hb 10,36)» (n. 8). Esta fe fundamenta toda esperanza y toda espera en la vida eterna, seguía explicando Benedicto XVI. Hay mucha vida más allá. Describía así el futuro cristiano con una fuerza y una poesía que estimulan la imaginación y la inteligencia: «Sería el momento de sumergirse en el océano del amor infinito, en el que el tiempo –el antes y el después– ya no existe. Podemos únicamente tratar de pensar que este momento es la vida en sentido pleno, sumergirnos siempre de nuevo en la inmensidad del ser, a la vez que estamos desbordados simplemente por la alegría» (n. 12).
CARITAS IN VERITATE
La tercera encíclica de Benedicto XVI quería coincidir con el 40º aniversario de la Populorum progressio, la encíclica social de Pablo VI publicada en 1967. La complejidad de la redacción y los continuos retoques que sufrió el borrador inicial explican que no saliera a la luz hasta dos años después. Entonces la crisis había puesto a la economía y los problemas sociales en el centro de la atención internacional. «Si se hubiera publicado antes, se habría dicho que era profética, ya que habla de una crisis que entonces no se vislumbraba», comentó el cardenal Martino.
En efecto, la ambición de la encíclica parecía no conocer límites: pretendía superar el esquema ideológico del mundo actual. Ross Douthat comentaba entonces en «The New York Times»: «¿Por qué la preocupación por el medio ambiente no incluye ser pro-vida? [...] ¿Por qué la oposición a la guerra de Irak debe implicar aceptar cualquier cosa en el campo de la bioética? ¿Por qué el apoyo al libre comercio requiere defender también la pena de muerte?». Más allá de estas preguntas, el contenido de la nueva encíclica resultaba más complejo. El título – «El amor en la verdad»– resultaba ya significativo: verdad y amor son igualmente necesarios y complementarios. «Sin la verdad, la caridad es relegada a un ámbito de relaciones reducido y privado. Queda excluida de los proyectos y procesos para construir un desarrollo humano de alcance universal, en el diálogo entre saberes y operatividad» (n. 4). Amor y verdad se complementan recíprocamente. Había que inyectarlos a nuestro sufrido mundo. La encíclica de Benedicto XVI afirmaba que «la sociedad tiene necesidad de verdad y amor». Por eso «la mayor contribución que la Iglesia puede hacer al desarrollo es anunciar a Cristo», la Verdad encarnada, muerta y resucitada por amor. Fue él quien dijo: «La verdad hace libres» y «amaos los unos a los otros» (cf. Jn 8,31; 13,34).
Pablo Blanco Sarto Universidad de Navarra pblanco@unav.es
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