Maltrato

¿Por qué la violencia familiar y de género sigue entre nosotros?

Descubrí el maltrato a las mujeres en 1988 en mi trabajo médico-forense en Zaragoza al comprobar con la moderna informatización que eran numerosas las denuncias puestas en el Juzgado por mujeres

Las ayudas irán destinadas a mujeres con pocos recursos económicos
Las ayudas irán destinadas a mujeres con pocos recursos económicosJUNTA DE ANDALUCÍAJUNTA DE ANDALUCÍA

La violencia es un acto humano, profundamente inhumano siempre, pero más aún cuando se dirige hacia aquellos a los que hemos querido o decimos querer, o con los que convivimos y estamos llamados a ayudar, proteger y cuidar. Estos días de fiestas y de bonitas palabras nos han traído la realidad de la muerte de varias mujeres cruelmente asesinadas que culminan otro año negro, a pesar de una legislación específica y completa y de los abundantes recursos, que prometían remediar este problema ya desde el principio del siglo XXI, lo cual no se ha cumplido.

Descubrí el maltrato a las mujeres en 1988 en mi trabajo médico-forense en Zaragoza al comprobar con la moderna informatización que eran numerosas las denuncias puestas en el Juzgado por mujeres; al hablar con ellas aparecía un sufrimiento callado durante años que poco a poco se fue haciendo visible. Desde entonces ha sido una de mis áreas de trabajo y sobre todo de preocupación.

Los cambios en el código penal fueron señalando con precisión una violencia del hombre contra la mujer como consecuencia de de una relación derivada de una estructura patriarcal, machista, dominante, desigual e injusta que se hizo visible cuando Ana Orantes contó en televisión los malos tratos y humillaciones que sufría por parte de su marido; el orgullo de éste no pudo soportar la pérdida de su imagen social y pasó a la venganza prendiendo fuego al domicilio testigo de las vejaciones. No tengo espacio para resumir todo lo que he escrito y dicho como producto de estos 35 años de entrevistar y estudiar a mujeres cuya situación de violencia llegaba a los Juzgados en forma de denuncia.

Pero desde el principio entendí que, aunque oír a la víctima, conocerla, comprender sus necesidades y los apoyos y recursos que precisaba para salir de su situación, reestructurar su vida y encontrarse a sí misma, era importante, quedaba incompleto sin el estudio de la “unidad familiar”: víctima, agresor e hijos. El agresor es un hombre con una manera de ser, de sentir, de percibir el entorno y responder al mismo. El maltratador no niega su conducta, la explica, la justifica y suele culpar a la mujer.

En mis publicaciones he descrito los modelos más comunes de personalidad y la conducta masculina asociada a estos. Aquí quiero destacar que, simplificando, puede tratarse de un hombre de perfil psicorígido, de alta autoestima, buena imagen social, dominante, que ha impuesto sus normas, exige sumisión y aísla a la mujer familiar y socialmente; o, pueda tratarse de un hombre inestable emocionalmente, inseguro, sensible, dependiente…

Cuando la mujer decide romper la relación, para el hombre los sentimientos son destructivos: la pérdida, las medidas aparejadas respecto a los hijos (si los hay), medidas económicas, rechazo social, nueva reestructuración vital, judicialización, etc. Cuando la situación avanza este hombre va experimentando frustración. En el primer perfil rasgos como el odio, el resentimiento, el rencor pueden unirse a la ansiedad y el deseo de venganza, que llegados a cierto nivel pueden conducir a quitarle la vida a la mujer o derivar la agresión hacia los hijos, buscando un dolor permanente. En el segundo caso, este hombre, dependiente, que no acepta la pérdida, que le entristece y angustia, acaba experimentando un nivel de depresión que puede llevarlo a no ver otra salida para su vida que quitarle la vida a la mujer y quitársela a sí mismo.

Estos sentimientos están también de base en el asesinato de los hijos. Adicciones a alcohol o drogas agravan estas situaciones. Todo lo dicho justifica que durante muchos años venga propugnando la necesidad de que, ante una denuncia por maltrato es prioritario la exploración médico-psicológica completa del agresor; determinar su personalidad, oír sus vivencias sobre la relación y la ruptura, sus expectativas respecto a su nueva vida y una vida diferente.

En este trance, la seguridad de la víctima es esencial y su vida va a depender de que la exploración haya demostrado riesgo para ella; en ese caso, aparte de las medidas judiciales indicadas, deberá recibir el apoyo médicopsicológico que necesite para elaborar el drama familiar desde la realidad y las soluciones más favorables para todos. El segundo pilar que considero muy importante para prevención de la violencia estaría en la existencia de “Equipos de intervención familiar”, serían equipos médico-psicológicos que actuarían en los casos de rupturas familiares, a menudo en parejas o matrimonios jóvenes con hijos pequeños en los que los problemas más graves se generan tras la decisión de ruptura cuando los hijos pueden convertirse en un instrumento para causar daño al otro; este procedimiento agrava el ambiente, destroza a los hijos y puede enconarse hasta límites que acaben en ataques graves y hasta mortales.

Las rupturas emocionales y familiares siempre son traumáticas y hay casos y personas que necesitan, para superarlas favorablemente, de un apoyo médico-psicológico, específico y personalizado, con el que en este momento no se cuenta. Hemos avanzado mucho y se emplean muchos recursos en cosas importantes, pero estos dos aspectos, que son de suma importancia, siguen sin atenderse.

*María Castellano Arroyo es catedrática de Medicina Legal y académica de número de la Real Academia Nacional de Medicina de España.