Historia
Almanzor, saqueador de Santiago
En el año 997 demostró su incontestable poderío con un ataque contra la ciudad gallega.
En el año 997 demostró su incontestable poderío con un ataque contra la ciudad gallega.
¡El azote del año mil! Muerte, saqueo, destrucción, captura de miles de civiles para ser conducidos a una vida miserable en la Córdoba califal... Las últimas décadas del siglo X coinciden con uno de los periodos de mayor apocamiento de los pequeños e indefensos reinos cristianos de la Península frente a un Califato de Córdoba omnipotente, belicoso y abrumador, en su apogeo político y militar. La peor pesadilla de los reinos cristianos se había hecho realidad, tanto es así que la obra literaria de mayor éxito en el periodo fueron los célebres Beatos, que no son otra cosa que copias del «Libro del Apocalipsis», un texto que prometía el castigo de los impíos –léase, musulmanes– y la rehabilitación de los justos. Paradójicamente, el apogeo del Estado andalusí no coincidió con el de la institución califal, ocupada por entonces por un rey joven y débil, Hisham II, cuya incapacidad abrió las puertas para que otros personajes de la corte se hicieran con las riendas del poder. Ese fue el caso de Almanzor, hayib o chambelán del rey (una suerte de primer ministro) que devino en verdadero autócrata, gobernador de facto del Califato desde la década de 970 hasta su muerte, en 1002. Pero gobernar en nombre del califa contrariaba el orden natural de las cosas, y Almanzor debía excusarse, justificar la asunción de tan vasto poder. Esto nos lleva a la más notoria de las características de su gobierno: las innumerables, constantes y violentas incursiones militares que lanzara, año tras año, sobre los intimidados reinos cristianos con los que hacía por entonces frontera: León, Pamplona y los condados catalanes (estos últimos feudatarios de la Francia carolingia, aunque progresivamente independientes de aquella).
Botín de guerra
Estos ataques, denominados aceifas, tenían como finalidad la obtención de botín de guerra (a menudo en forma de prisioneros) y el debilitamiento de los reinos cristianos (por efecto de la ruina y sustracción de sus recursos). Pero, en el caso de Almanzor, cumplían una función adicional: le brindaban un enorme prestigio militar, lo que le permitía presentarse ante la sociedad andalusí como «espada del islam»: su garante, guerrero y defensor. Solo así podía excusar la asunción irregular del poder en al-Ándalus, y explican la frenética actividad militar que caracteriza su mandato, en el curso del cual llegó a sumar hasta un total de 56 aceifas dirigidas (en contraste, por ejemplo, con los años de gobierno del padre de Hisham II, en los que reinó una paz relativa entre cristianos y musulmanes). De modo que durante las últimas décadas del siglo X los reinos cristianos peninsulares vivieron una pesadilla vuelta realidad, y la insólita causa de ello era, en gran medida, la necesidad de justificar un gobierno ilegítimo. Es más, estas correrías musulmanas alcanzaron tal grado de atrevimiento que llegaron a atentar no solo contra las poblaciones de frontera y ciudades más pobladas de los reinos cristianos (como León o Barcelona) sino que, además, buscaron la humillación de los cristianos mediante el ataque a lo que hasta la fecha había sido el soporte de la resistencia: la confianza en el credo religioso. El saqueo de Santiago Así, en el año 997, Almanzor emprendió su cuadragésimo octava campaña militar contra la ciudad de Santiago de Compostela, lugar en el que, como es bien sabido, los cristianos reconocían la tumba del apóstol Santiago. Al su llegada, el 10 de agosto, el hayib encontró la ciudad deshabitada y sus ocupantes fugados en previsión de ser tomados prisioneros, lo que le permitió saquearla a placer. Según las fuentes musulmanas, arrasó la ciudad y destruyó el monasterio, pero respetó la tumba del apóstol. Pero antes de irse tomó las campanas del santuario, que se llevó consigo a Córdoba, a modo de trofeo, para que sirviesen de lámparas en la mezquita de Córdoba, el recinto sagrado de la fe contraria. Almanzor murió de enfermedad el año 1002, y fue sucedido consecutivamente por sus dos hijos. Pero el primero murió pronto y el segundo carecía de la habilidad y pericia de su padre en asuntos de gobierno, por lo que su liderazgo solo sirvió para catalizar la ruina del Califato en su conjunto. Pocos años después, en 1031, este se dividía en innumerables reinos Taifas, infinitamente más débiles. Paradójicamente, la irregular asunción del poder por Almanzor supuso el periodo de mayor fortaleza del Califato pero plantó, a un tiempo, las semillas de su ruina. La fortuna sonreiría en adelante a los reinos cristianos, que tomarán la iniciativa e iniciarán una reconquista que será ya imparable. Empieza la época del Cid; pero esa es ya otra historia.
Para saber más
«Almanzor»
Desperta
Ferro Antigua y Medieval N.º 52
68 páginas
7 euros
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