Opinión

Y él en la calle

Nunca he intercambiado más de dos frases con él, no quiero implicarme, no puedo. El joven es amable, me llama corazón y lleva un vasito de plástico.

Paloma Pedrero
Paloma Pedrerolarazon

No sé cómo se llama él. A mí me parece que podría llamarse Javi o quizá Fernando. Sé que nada tienen que ver esos dos nombres, pero me parece Javi cuando sonríe y Fernando cuando está triste o apenas ha dormido. Nunca he intercambiado más de dos frases con él, no quiero implicarme, no puedo. El joven es amable, me llama corazón y lleva un vasito de plástico. Un detalle de buen gusto; dar monedas en la mano es humillante, mucho mejor es un recipiente aséptico donde él no vea cuánto has echado.

Ayer a las15:00 horas, con 38 grados, conseguí caminar los 200 pasos que separan mi portal del supermercado en el que él hace su jornada. No bajé a mi perrita porque pensé que Fernando no estaría a esas horas infernales para sostenérmela mientras compraba. Me equivoqué, allí estaba él, sonriente y con carita de Javi. Paré en seco. Qué hace aquí, se va a derretir, pensé. Inmediatamente comprendí que ese sería el lugar más fresco de su vida. El aire acondicionado que salía de la puerta del super cuando algún cliente salía o entraba era reconfortante.

«Hola corazón» –me dijo bajito, «¿y la perrita?». «Está abatida con este calor, tampoco sabía si estarías». «¿Puedes comprarme unos poquitos macarrones?» preguntó. «Sí», le contesté sin más. Y entré en el comercio lleno de delicias. Todo mi recorrido fue en pensar qué le compraba al chico. Yo pillando helados, cervezas, jamón serrano… ¡Y a él le iba a comprar unos macarrones crudos! Me dolía el alma y barajé posibilidades.

¿Y si le compró medio pollo asado? O tal vez mejor algo de fiambre… Al final, llena de una mezcla de culpa y firmeza, agarré un paquete de macarrones y lo metí en la cesta. En la fila de pagar lo vi esperándome sonriente. Me sentí el ser más mezquino de la tierra. Le di sus macarrones y algo de lo mío. No le pregunté su nombre.