
La opinión de Paloma Pedrero
Cándido Moreno, el compilador
Mi amigo, hombre espiritual por encima de todo, veía en mis adentros a una mística, razón por la que me coronó como embajadora del amor cósmico

Al poco de comenzar a escribir en este Diario querido, hace veintisiete años, me enviaron una carta de un señor llamado Cándido. El amable caballero, residente en Galicia, me adjuntaba una recopilación de algunos artículos míos, fotos o noticias, subrayando aquello que más le había interesado. También, por supuesto, en cuartilla escrita a mano, unas letras en la que me pedía permiso para utilizar dichos documentos en un libro que estaba escribiendo.
Cándido me contó que era profesor, pero que su pasión era leer periódicos, todos los que podía, y recortar aquello que más le llegaba al alma; que La Razón era uno de sus favoritos por lo que algunos de mis compañeros estarían en ese libro que él combinaría con sus reflexiones y memorias. Le contesté, claro, antes la costumbre general, algo que desgraciadamente se ha perdido, era la de responder las cartas que te llegaban.
Al poco tiempo, el caballero me envío su libro con una dedicatoria radiante que encendía el ánimo. Ahí comenzó una relación epistolar aún presente en la que Cándido Moreno, autor de veintiséis interesantes libros recopilatorios, fue integrándome en ellos. Incluso solicitándome algún prólogo, visitando Madrid con su esposa para conocerme y nombrándome embajadora del amor cósmico. Título que sigo ostentando en su universo personal. Mi amigo, hombre espiritual por encima de todo, veía en mis adentros a una mística, razón por la que me coronó con ese inmerecido título.
Cada cierto tiempo Cándido me telefonea, también a mi hijo, al que conoció en aquel viaje de hace veinte años. Solo quiere saber cómo estoy, cómo va mi teatro, qué tal la vida. Me dice que voy a recibir pronto su último libro y que espera que me guste. Es breve la llamada, y acaba recordándome que sigo siendo su embajadora del amor cósmico. Me alegra.
Ayer me llamó y, sin decírmelo, sentí que quería despedirse. Dejó caer que era una fecha propicia y que quería saber si le recordaría. Siempre, le dije a mi viejo lector. Quedarás en mi corazón, Cándido.
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