Ciencias humanas

Mamá es una neandertal y papá un denisovano

La adolescente vivió hace 50.000 años en Siberia y su secuencia genética demuestra que nació de una neandertal y un denisovano.

Fotografía facilitada por el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de los trabajos de excavación en la galería este de la cueva Denisova (Siberia, rusia) donde se encontró en 2008 el hueso de la mano que pertenece a una nueva especie de homínidos. Efe.
Fotografía facilitada por el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de los trabajos de excavación en la galería este de la cueva Denisova (Siberia, rusia) donde se encontró en 2008 el hueso de la mano que pertenece a una nueva especie de homínidos. Efe.larazon

La adolescente vivió hace 50.000 años en Siberia y su secuencia genética demuestra que nació de una neandertal y un denisovano.

La llaman Denny y fue una niña de 13 años (una mujer adulta, realmente, según los parámetros de su tiempo) con unos padres muy peculiares. Su tiempo: unos 50.000 años. Sus padres: una mujer neandertal y un hombre denisovano. Es decir, los padres de Denny pertenecían a dos especies humanas diferentes. Por eso, Denny, cuyos huesos han sido desenterrados 50.000 años después de su muerte en una cueva de Rusia, es un individuo único para la ciencia: el primer fruto conocido del cruce de dos especies humanas distintas.

La publicación en la revista «Nature» de los datos genéticos extraídos de los huesos de Denisova 11 (nombre técnico de Denny) supuso ayer un shock para la comunidad paleontológica. Desde hace décadas sabemos, o más bien intuimos, que las distintas especies de homininos (nuestros antecesores directos y sus parientes más cercanos) que convivieron en Europa hace unos cuantos cientos de miles de años pudieron hibridarse. Se sabe que mantuvieron contactos sexuales entre ellas generando descendencia, como puede ocurrir entre lobos y chacales o entre distintas especies de osos en libertad. Pero nunca se había obtenido un ejemplar de algún individuo hijo de esas relaciones.

Los restos de la hibridación entre especies habían quedado, hasta ahora, reservados a la genética. El estudio de los genomas del Homo sapiens (nosotros), el neandertal y el denisovano (una especie de hominino descrita más recientemente a partir de unos pocos fósiles hallados en Siberia) permitía afirmar que hubo cierto intercambio de genes entre ellos. De hecho, todas las razas humanas actuales, excepto los subsaharianos, presentan alguna traza de genes neandertales, lo que sugiere que buena parte de nosotros procedemos de ancestros que nacieron de padres de ambas especies.

En el caso que ahora nos ocupa, la evidencia genética demuestra que neandertales y denosivanos nacieron como especies separadas de un tronco común hace unos 390.000 años, pero que desde entonces siguieron manteniendo encuentros sexuales e intercambiando material genético. Lo que no está claro es si esos intercambios fueron regulares y continuados o simplemente accidentales y distantes en el tiempo.

El hallazgo de Denny podría ayudar a despejar esa duda. Hace más de 50.000 años una mujer neandertal y un hombre denisovano tuvieron sexo y procrearon a la niña cuyos huesos son, ahora, tan valiosos para la ciencia. El puzle de furtivos encuentros en la evolución humana cuenta, pues, con una nueva pieza para escribir la historia de nuestros ancestros. Poco a poco, vamos conociendo la secuencia de los hechos.

En la Europa de hace casi 400.000 años, una rama de hominino procedente de la primera migración del género Homo fuera de África se dividió en dos especies. La muy conocida por nosotros de los neandertales (de los que tenemos numerosos restos que nos han permitido definir a la especie como un hominino evolucionado, sensible, creador de arte y muy similar a nosotros) y la especie de los denisovanos. De ésta, solo tenemos unos cuantos fragmentos de un dedo, un par de dientes y poco más... Esas dos especies convivieron y se cruzaron entre sí.

Hace unos 50.000 años, al escenario europeo que ocuparon llegó una segunda migración de África. En este caso, de Homo sapiens (nuestros abuelos directos). Y durante un tiempo indeterminado, las tres especies pudieron convivir.

Sabemos por la genética comparativa que neandertales y humanos se cruzaron. Y la evidencia más directa somos usted y yo. Ahora, gracias a Denny, también sabemos que denisovanos y neandertales lo hicieron con eficacia, pues también tuvieron descendencia. ¿Cuánta?

Eso es otro misterio. Aunque se sabe que el padre de esta niña híbrida, Denny, a su vez, debía de tener ancestros hibridados, no es fácil determinar el grado de cohabitación de especies tan antiguas. Pudiera ser que formaran clanes conjuntos, grupos más o menos perdurables de los que surgieran descendencias estables. O simplemente que se cruzaran esporádicamente cuando dos familias se encontraron fortuitamente en el mismo territorio.

Si observamos el comportamiento animal veremos que las especies que se cruzan en estado salvaje no suelen generar grupos estables. De una manada de lobos puede desprenderse un par de individuos macho que terminen por azar encontrando un grupo de chacales y compitiendo con ellos por las hembras. Pero no se generan fácilmente familias interespecie.

Lo más probable es que entre nuestros ancestros ocurriera lo mismo. Por desgracia solo tenemos unos pocos restos de denisovanos procedentes, todos de la misma cueva. Estudiar otros lugares, otros terrenos, otros hábitats y comprobar si en ellos también proliferaban los cruces podría ser una pista fundamental para entender realmente cuál fue la relación entre todas las especies que compartían Europa en aquella época.

Pero el hallazgo de ayer es todo un paso de gigante: es el primer ejemplo de híbrido de dos especies humanas de primera generación. Y hay que recordar que hace solo una década, plantear que dos especies de hominino pudieran hibridarse era considerado una herejía científica.

«Es sorprendente que hayamos encontrado a este niño neandertal-denísova», reconoció Svante Pääbo, autor principal del estudio. «Quizá los neandertales y los denisovanos no tuvieron muchas oportunidades para conocerse, pero cuando lo hicieron, debieron de aparearse con mucha más frecuencia de lo que pensábamos», sentenció Pääbo en declaraciones para la revista «Nature».