Ciencias humanas
El cerebro libra una batalla para que hagamos deporte
Debe vencer el impulso ancestral de ahorrar esfuerzos para asegurar la supervivencia
Investigadores suizos, belgas y canadienses han descubierto que el cerebro debe realizar un esfuerzo suplementario cuando queremos hacer deporte o alguna actividad física, lo que explica que muchas veces preferimos quedarnos en el sofá en vez de ir a correr.
Estos investigadores, de las universidades de Ginebra, Lovaina (Bélgica) y British Columbia (Canadá), estudiaron la actividad neuronal de un grupo de personas que debían decidir entre desarrollar una actividad física o permanecer en reposo.
Observaron que en el momento de la decisión el cerebro solicita importantes recursos para librarse del sedentarismo y de la tendencia a minimizar el esfuerzo físico, provocando un combate interior entre el deseo de no hacer nada y el de iniciar una actividad física, informa Tendencias 21.
Estos resultados, que se publican en la revista Neuropsychologia, se corresponden con la idea según la cual nuestros antepasados debían evitar los esfuerzos físicos innecesarios con la finalidad de aumentar las posibilidades de supervivencia, algo que no ocurre en las sociedades modernas.
En la actualidad, alrededor del 30% de los adultos y el 80% de los adolescentes no alcanzan el nivel mínimo de actividad física diaria recomendada por la Organización Mundial de la Salud para mantenerse en buena forma.
Estudios anteriores han demostrado que existe un desnivel entre la intención de hacer deporte y el inicio de una actividad física. Es decir, muchas veces decidimos practicar un deporte, pero luego nos quedamos en casa.
Esto se debe a que dentro de nuestra personalidad se enfrentan, por un lado, el sistema de control basado en la razón (debo hacer deporte para estar en buena forma) y el sistema biológico, que evita la incomodidad y la fatiga aparejadas a la actividad física. Cuando surge este conflicto, domina generalmente el sistema biológico y nos quedamos en casa. Lo que pasa en el cerebro explica este resultado frecuente.
Explicación cerebral
Los investigadores lo descubrieron estudiando la actividad neuronal de 28 personas que querían hacer deporte cada día, sin que lo consiguieran siempre. Les colocaron 64 electrodos para seguir su actividad cerebral con la ayuda de un electroencefalógrafo.
Durante el experimento, los participantes debían jugar con un maniquí, que debían acercar o alejar de imágenes de actividad física o de sedentarismo, en diferentes momentos del experimento.
Los investigadores midieron el tiempo que empleaban para acercarse o alejarse de las imágenes y constataron que los participantes invertían 32 milisegundos menos cuando alejaban al maniquí del sedentarismo, que cuando lo acercaban.
Los participantes huyen más deprisa del sedentarismo porque siguen el impulso racional de mantenerse en forma, y para ello hacen un esfuerzo adicional con la finalidad de escapar del impulso biológico que les lleva a minimizar los esfuerzos físicos.
Más actividad cerebral
Los investigadores observaron que la actividad eléctrica asociada a dos zonas específicas del cerebro, la corteza prefrontal medial, y el córtex fronto-central, era mucho más elevada cuando los participantes tenían que elegir la vida sedentaria. Estas dos zonas cerebrales representan respectivamente el combate entre la razón y la biología a la hora de decidir si hacemos deporte o nos quedamos en el sofá.
Esta tendencia biológica al sedentarismo es ancestral, señala Boris Cheval, uno de los investigadores, en un comunicado : “la minimización del esfuerzo ha sido fundamental para la especie humana a lo largo de la evolución. Esta tendencia a la economía y la conservación de los recursos aumentaba las expectativas de vida y de reproducción”, añade.
Sin embargo, en la actualidad las sociedades modernas han convertido esta optimización energética en algo caduco, sin sentido. Por este motivo, nuestras sociedades deben organizarse mejor para promocionar el esfuerzo físico en los lugares públicos y evitar tentaciones como las escaleras eléctricas o los ascensores, según Cheval.
“Habría que modificar los espacios públicos para reducir las oportunidades de los individuos de asociarse espontáneamente a los comportamientos que minimizan el esfuerzo físico”, concluye. Sería una forma de corregir el mecanismo cerebral ancestral que todavía condiciona nuestra necesidad de actividad física cotidiana.
Más información en Tendencias 21
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