Agencia Espacial Europea

Ícaro, la estrella más lejana

El hallazgo se produjo cuando los científicos estaban estudiando una supernova

Imagen tomada del telescopio Hubble. NASA
Imagen tomada del telescopio Hubble. NASAlarazon

La luz de las estrellas es poderosa, viaja a una velocidad insuperable por la vastedad del cosmos, iluminando regiones lejanísimas desde su punto de origen. Pero no es eterna. A medida que el observador se aleja de la estrella, la luz de ésta se vuelve feble, borrosa, débil... invisible. Es prácticamente un milagro contemplar estrellas aisladas que estén a más de 100 millones de años luz de distancia. Por eso, cuando los astrónomos se adentran en las más largas distancias del universo y analizan objetos que están más allá, mucho más allá, de esos 100 millones de años luz, lo hacen mediante la observación de otros cuerpos celestes más brillantes. Las galaxias, por ejemplo, que iluminan con la luz de miles de millones de estrellas juntas. O las supernovas, que a veces son más luminosas incluso que una galaxia y cuya luz puede llegar a observarse momentáneamente en todo el universo.

Por eso, resulta tan sorprendente la noticia publicada ayer en «Nature Astronomy» de la mano de un equipo de investigadores de la Universidad de California en Berkeley (EE UU). Gracias a una rara combinación de factores cósmicos se ha logrado obtener la imagen de la estrella más lejana jamás vista, mucho más lejana de lo que podría pensarse que una estrella seguiría siendo visible: nada menos que a 9.000 millones de años luz. Esa es una distancia 100 veces más grande de la que hasta ahora había permitido contemplar una estrella solitaria. El hallazgo, que evidentemente tiene implicaciones en el conocimiento de cómo evolucionó el cosmos en sus primeros momentos de formación, ha sido posible gracias a una mezcla de casualidad, conocimiento científico y sabia utilización de las tecnologías modernas de observación del cielo. Y eso que el telescopio utilizado para observar el astro es ya un viejo veterano de la astronomía: el telescopio espacial Hubble.

El equipo de astrónomos dirigido por Patrick Kelly, que en la actualidad es profesor de la Universidad de Minnesota, halló la estrella durante un ciclo de observaciones en 2016. En realidad estaban tratando de monitorizar una supernova que ya había sido descubierta por ellos mismos un par de años antes en la constelación de Leo, en 2011. La supernova en cuestión se llamaba SN Refsdal, en honor al astrofísico noruego Sjur Refsdal, un pionero en el uso de las lentes gravitacionales. Y de hecho, los autores del hallazgo estaban usando lentes gravitacionales para escudriñar el cosmos.

Una lente gravitacional es un habilidoso truco usado por los astrónomos. Los objetos cósmicos muy masivos pueden hacer que se curve la luz emitida por astros que están detrás de ellos. El fenómeno es similar, aunque a escala gigantesca, al efecto de una lupa: la luz atraviesa la lente y se genera una imagen más cercana de los objetos que hay detrás. Una lente gravitacional es una lupa cósmica que acerca los objetos celestes más lejanos. Suelen ser grupos de galaxias tan masivos que producen ese efecto sobre los astros que hay detrás de ellos desde la perspectiva del observador. Apuntando un telescopio hacia una de esas lentes se puede ampliar hasta 50 veces la imagen de un astro. Pero en este caso la ampliación fue mucho mayor: hasta 2.000 veces.

Con esa gran lupa fueron capaces de identificar un objeto peculiar. Se trataba de una estructura celeste que bien podría ser una supernova o un cúmulo galáctico pero que, dada la capacidad de ampliación de la lente gravitacional, también podría ser algo más pequeño. Así que los expertos decidieron analizar el espectro de la luz que les llegaba de él. De ese modo, obtuvieron la sorpresa de que se trataba de una estrella solitaria. En concreto, una estrella supergigante azul de tipo espectral B, es decir, mucho más grande, masiva y brillante que nuestro Sol pero aún demasiado pequeña como para ser observada sin la ayuda de una lente gravitacional. Los datos posteriores confirmaron la tesis inicial. Aquel objeto aparentemente tan brillante era una estrella mediana aumentada hasta 2.000 veces por el efecto de la lente. Es como si estuviéramos viendo una hormiga con tamaño de dinosaurio gracias a una lupa. Con el análisis de su brillo se determinó que su distancia, al menos, era de 14.400 millones de años luz de la Tierra: récord absoluto en la historia de las estrellas lejanas.

Al astro descubierto le pusieron el nombre de Ícaro aunque su nombre técnico es MACS J1149 Lensed Star 1 (LS1). Con ese nombre científico pasará a la historia y podrá volver a ser estudiada una y otra vez para arrojar nuevos datos sobre la formación del universo primitivo, la distribución de materia y el origen de los astros más brillantes del cosmos.

Eso sí, el nombre de Ícaro tampoco ha sido cuestión de azar. Según narra la leyenda griega, el hijo de Dédalo, Ícaro, desoyendo las advertencias de su padre que le había creado unas alas adheridas a sus hombros con cera, quiso volar lo más lejos posible, que para los griegos era el Sol. El calor derritió la cera e Ícaro cayó. Hoy, tras el descubrimiento de esta nueva estrella, la leyenda terminaría a 9.000 millones de años luz.