Ciencia
El trabajo me vuelve loco
La ciencia aún no entiende bien cómo afecta la actividad laboral a nuestra salud mental
La ciencia aún no entiende bien cómo afecta la actividad laboral a nuestra salud mental.
Al menos un 16% de los trabajadores españoles sufre algún tipo de trastorno afectivo (depresión, ansiedad, estrés postraumático o síndromes similares) por culpa de su trabajo. El dato, obtenido de encuestas realizadas en todos los sectores laborales, no es más que una media. Algunos informes aseguran que la prevalencia de la enfermedad mental en el puesto de trabajo está entre el 8 y el 24%. El mayor número de casos se da entre el personal administrativo (18-26,7%), los trabajadores no cualificados (21,9%) y los operarios de maquinaria (21%). El problema de la salud emocional en la oficina o la fábrica está empezando a llamar la atención de las autoridades sanitarias. Esta semana, la revista «The Lancet» ha publicado un duro editorial al respecto: «Ante la evidencia de que el puesto de trabajo puede ser igualmente una bendición o una fuente de enfermedad se hace más necesario que nunca un abordaje de la situación que vaya más allá del mero enfoque médico».
Sin embargo, el problema no es nuevo. En el año 1700 el médico de Capri Bernardino Ramazzini publicó el primer manual destinado a la patología del trabajo: De Morbis Artificum Diatriba. Era la primera vez que un científico estudiaba y describía cómo las condiciones ambientales y los riesgos asociados a distintas actividades económicas cotidianas suponían un riesgo para la salud. Ramazzini pasó a la historia por su propuesta de añadir una pregunta al método de las tres preguntas hipocráticas clásicas. Los seguidores de Hipócrates solían iniciar las evaluaciones médicas con tres cuestiones: ¿Qué le pasa? ¿Desde cuándo? ¿A qué se lo atribuye?. El doctor de Capri propuso añadir ¿En qué trabaja?
Hoy sabemos que 300 millones de personas sufren depresión y ansiedad y existe más certeza científica de que en una parte muy considerable de los casos la condición está relacionada con el trabajo (su práctica insatisfactoria, su ausencia, el miedo a su pérdida...). Recientemente, un grupo de investigación del Reino Unido, comisionado por la primera ministra Theresa May, ha elaborado el que probablemente sea el informe europeo más serio sobre la materia. Uno de cada cuatro empleados británicos ha pasado alguna vez por un episodio de patología mental en el trabajo. La pérdida de productividad, el absentismo y los costes añadidos para las empresas derivados alcanzan los 40.000 millones de libras. Cada año, 300.000 británicos pierden o abandonan su empleo por este motivo. Sin contar la intangible cantidad de ciudadanos que se ven incapaces de encontrar empleo debido a su salud mental. Al sistema sanitario inglés le cuesta 20.000 millones de libras atender a estos pacientes. En el resto de países de nuestro entorno las cosas no son muy diferentes.
La ingeniera de software Madalyn Parker, diseñadora web en la empresa Olark de chats online, se convirtió en modelo a seguir el pasado verano cuando decidió enviar a todos sus compañeros el siguiente mensaje: «Colegas, me voy a tomar dos días de descanso para enfocarme en mi salud mental. Volveré la semana que viene, espero que más fresca». Su supervisor contestó agradeciendo el mensaje, concediendo el descanso a la empleada y advirtiendo de que cuidar la salud afectiva es obligación de toda empresa... Madalyn ofrece hoy conferencias sobre cómo prevenir la depresión en la oficina.
Pero no existe un corpus científico suficientemente universal como para abordar el problema con garantías. Y, aunque lo hubiera, como alerta «The Lancet», las soluciones exceden el mero enfoque clínico: empresas, sindicatos, centros de formación... la sociedad ha de mentalizarse. En un porcentaje elevado de los casos es el trabajador el que se autosomete a la presión laboral que termina siendo patológica.
Hay algunas pistas a seguir. La Organización Médica Colegial y la Fundación Galatea han editado una Guía de Salud del MIR que destaca signos de alarma: absentismo repetido, desmotivación, disminución del rendimiento, desobediencia, conflictividad interpersonal, irritabilidad, tendencia a la soledad y falta de decisión... Pero ¿han de ser los médicos quiénes detecten estos síntomas? Teniendo en cuenta que la mayoría de los centros de trabajo carecen de personal sanitario propio, ¿no parece esta guía más un sistema de evaluación laboral de supervisores a supervisados? ¿Qué diferencia hay entre padecer una patología laboral y ser sencillamente un mal empleado?
En la mayoría de los casos, la decisión de consultar a un médico depende del propio trabajador. Y eso dificulta la prevención. Cuando se va al médico suele ser tarde. En los manuales de atención psiquiátrica general, se suele decir que el índice de morbilidad oculta ronda el 60% (6 de cada 10 enfermos mentales están sin diagnosticar). En el ámbito laboral el índice puede ser mayor. Sea como fuere, desde 2010 la Organización Internacional del Trabajo incluye los trastornos mentales y del comportamiento en la lista de enfermedades laborales reconocibles. De hecho, en el epígrafe 2.4.1 de su lista aparece el síndrome de estrés postraumático derivado de un estresor grave en el trabajo. Es el único síndrome mental que está diferenciado por su causa concreta (trabajar en condiciones de extremo daño potencial).
Está empezando a estudiarse la incidencia que la patología laboral puede tener en otras colaterales como el abuso del alcohol y las drogas o el deterioro de las relaciones. Según encuestas del Plan Nacional sobre Drogas, en España el 10% de los trabajadores bebe en exceso.
Aún queda mucha tarea. Los manuales de diagnóstico y estadística de enfermedades mentales DSM (la biblia de los diagnósticos psiquiátricos) siguen siendo vagos a la hora de catalogar patologías laborales. Suelen identificar con facilidad los trastornos derivados del exceso de estrés, del riesgo de accidente o de los abusos en el entorno laboral. Pero no son finos a la hora de detectar si existe algún tipo de patología propia del día a día en el trabajo. Puede que no exista o puede, simplemente, que el trabajo nos vuelva locos, sin darnos cuenta.
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