Espacio

La vida en Trappist-1

Si alguno de los nuevos planetas está habitado, sus seres serían células subterráneas y fluorescentes

Recreación de cómo sería uno de los planetas habitables descubiertos por la NASA
Recreación de cómo sería uno de los planetas habitables descubiertos por la NASAlarazon

Si alguno de los nuevos planetas está habitado, sus seres serían células subterráneas y fluorescentes

Posiblemente, si un Homo antecessor, de los que habitaban tranquilamente en lo que hoy llamamos Sierra de Atapuerca hace unos 800.000 años hubiera decidido salir de viaje en una nave espacial de las que hoy tenemos con dirección a Trappist-1 (el sistema solar anunciado anteayer a bombo y platillo por la NASA), a día de hoy todavía no habría llegado. Y es que el astro está lejos, muy lejos: a 40 años luz de distancia. Es cierto que en térmicos cósmicos eso no es nada, es nuestra vecindad más cercana, pero desde la perspectiva de la única especie inteligente de momento descubierta en el cosmos, nosotros, es una barbaridad.

Resulta curioso que la pregunta que más se ha oído desde que supimos de la existencia de Trappist-1 sea «¿podremos visitarlo alguna vez?». El ser humano es así, se ha empeñado en superar sus propias fronteras, en colonizar espacios cada vez más grande desde que salió de su África natal hace un millón de años. Primero colonizamos nuevos territorios dentro de África, luego conquistamos nuevos continentes dentro de la Tierra, luego salimos para poner un pie en la Luna... y, a decir verdad, llevamos un montón de tiempo sin darnos una alegría de ese tipo. Parece que la Luna ha sido nuestro tope, Marte se nos atraganta y mirar más allá nos da vértigo. Tenemos ganas de viajar aunque sea a Trappist-1. Pero siento enfriar los ánimos diciendo que no lo vamos a hacer. Decir «nunca» en ciencia es una temeridad. Pero si hay algo cercano al concepto «nunca» es la idea de poder subirnos a una nave y viajar 40 años luz en un periodo de tiempo razonable como para que lo pueda hacer un viajero y volver a casa por Navidad.

Lo cierto es que esas distancias aún están lejos del alcance de los proyectos de ingeniería que hoy manejamos. Incluso de los propulsores iónicos con electrodos de alto voltaje y alimentación de xenon que llevaba la sonda Deep Space 1 (una de las cosas más ambiciosas que ha creado el ingenio humano) o de los futuros propulsores con energía solar.

Así que quizás sea más razonable contentarnos con imaginar qué nos queda por descubrir en ese fascinante sistema solar recién descubierto. Porque en eso sí que podemos aventurar un montón de alegrías próximamente. Para empezar, porque desconocemos mucho de esos planetas y queremos saberlo todo.

El hallazgo de la cohorte de exoplanetas se ha producido con telescopios relativamente pequeños (de unos 60 centímetros, nada que ver con los 10 metros que tiene por ejemplo el ojo del Gran Telescopio Canarias) y aún así los resultados son asombrosamente buenos. ¿Qué podríamos ver con herramientas mucho más potentes, con telescopios que próximamente se construirán de decenas de metros o con telescopios espaciales como el futuro James Webb?

La ciencia quiere determinar si en alguno de esos planetas se ha dado el paso definitivo que todavía no hemos presenciado en ningún otro salvo el nuestro: dejar de ser una roca en la zona de habitabilidad de su sol para convertirse en una roca ¡h-a-b-i-t-a-d-a!

Para ellos habría que determinar si alguna de ellas tiene atmósfera y detectar en esa atmósfera las trazas químicas de cierta actividad biológica, por ejemplo la huella del metano. James Webb podría hacerlo.

Si realmente llegara ese día: ¿qué tipo de vida podemos esperar encontrarnos? Solo tenemos algunas pistas sobre su aspecto. Por ejemplo, sabemos que los planetas están bañados en gran cantidad de radiación ultravioleta de alta energía, porque así es lo que dicta la condición de su pequeña enana fría de su estrella de referencia. Si Trappist-1 es una estrella muy activa, y el flujo de radiación X parece indicar que lo es, la luz ultravioleta que emite puede ser capaz de esterilizar cualquier intento de vida que se pose en alguno de sus planetas. Para que la vida sobreviva a esas condiciones, debería existir una atmósfera con ozono protector como la que nosotros tenemos. Si no existe esa capa la probabilidad de encontrar vida es menor. Pero no es imposible. Podría existir actividad biológica enterrada bajo las rocas, por ejemplo, a resguardo de las radiaciones solares.

También podría vivir algún organismo en las profundidades de un mar al que no llegan los rayos UV. Por último, podrían existir seres que hubieran desarrollado una estrategia de defensa contra la radiación, por ejemplo algún tipo de biofluorescencia. Así que, aunque no podamos visitarlos quizás podremos imaginar cómo serían nuestro vecinos: bacterias subterráneas o subacuáticas, escondidizas, torpes y fluorescentes... si existen.