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Cómo evitar la víctima número 973
Es complejo establecer un perfil genérico de la mujer maltratada, pero sí existen ciertos rasgos comunes en todas ellas: de mediana edad, en estado de gestación y extranjeras
Es complejo establecer un perfil genérico de la mujer maltratada, pero sí existen ciertos rasgos comunes en todas ellas: de mediana edad, en estado de gestación y extranjeras. Todas comparten la visión del amor marcado por la posesión, la pertenencia y el control.
Si miramos hacia atrás y vemos el número tan elevado de víctimas directas, madres e hijos que sufren este tipo de violencia, nos resulta increíble que estos actos no hayan sido erradicados. ¿Qué podemos hacer para conseguirlo? ¿Cómo podemos identificar a una potencial víctima? En primer lugar, desde la perspectiva psicológica, hablar de víctimas consiste primero en identificar entre las que son directas (madres e hijos) y las indirectas ( familiares, amigos y la sociedad). Las primeras sufren de forma constante una convivencia marcada por la violencia, la inestabilidad y la imprevisión . La alerta por esta conducta no está vinculada a hechos externos y es la que más desestabilización psicológica produce. Para elaborar su perfil genérico debemos pensar que las tipologías demográficas no sirven. No podemos hablar de un determinado nivel cultural o socioeconómico. Sin embargo, sí sabemos que existen factores de riesgo que contribuyen porque colocan a la mujer en una situación de debilidad como la gestación de un bebé, el ser extranjera, tener discapacidad o ser consumidora de drogas, entre otras. Es complejo hablar de perfil psicológico de las víctimas directas. No se puede argumentar que una fémina con sintomatología obsesiva es más proclive a ser víctima de violencia de género que otra con sintomatología antisocial.
En la clasificación de «directas» están aquellas mujeres que han ido sufriendo una dinámica de violencia enmascarada en muchas ocasiones por atención posesiva y afecto con control. En resumen: «Me quiere mucho y por eso me trata así». Es decir, víctimas que han creído en el mensaje de amor y desamor marcado por la posesión, la pertenencia y el control.
Este tipo de relaciones y su trasmisión cultural es uno de los factores que generan más víctimas de violencia. Además, el compromiso en la pareja, la idea de no anteponer tus preferencias, tu vida frente a la del otro o la familia contribuye a entender que eres «una buena madre o esposa», así, si ofreces el sacrificio de tu bienestar por la unión del grupo familiar te conviertes en «una buena mujer».
El otro grupo, el de víctimas indirectas, se ven incluidos en una historia de violencia en la que, en gran medida, depende de quien seas familia o amigo, de él o de ella. La visión desde fuera de las conductas machistas son tamizadas por la interpretación de quien las mira sin una visión profesional y objetiva. «Ella tiene razón, está siendo dañada por su pareja, cómo puede ser...», dicen. Primero se produce incredulidad, después pensamos: «Vaya lío, ya se sabe, en los temas de pareja no nos podemos meter. Ahora están peleados y luego se arreglan». En tercer lugar llega el «qué moratón tiene, está demacrada, triste, no habla» y por último, llega la recomendación: « Tienes que hacer algo, así no».
Estas verbalizaciones se reproducen en aquellos que, siendo víctimas indirectas, se encuentran ante un grave problema de convivencia entre sus familiares o amigos. La claridad en la respuesta que le demos a la víctima de no aceptación de la violencia psicológica (amenazas, menosprecio, burla, gritos, golpes en las paredes) y violencia física (empujones, aproximación corporal amenazadora, bofetones), generará un gran apoyo a la víctima directa y le permitirá emitir una crítica clara de la conducta agresora.
Cuando hablamos de la sociedad como víctima indirecta, nos me refiero a que está vinculada a las relaciones y comportamientos de las personas que conforman su grupo. Lo que ocurre entre sus miembros genera una influencia positiva o negativa a nivel global y la respuesta que da la sociedad a sus miembros también provoca una reacción que debería limitar las conductas violentas.
La sociedad, como grupo, no debe ni puede admitir que sus integrantes estén centrados en daño, relación patológica y violencia. ¿Cómo se puede parar? ¿Qué puede hacer para limitar esta barbarie? ¿Con medidas judiciales? Está claro que no basta con esto, sirve de ayuda pero no es suficiente. ¿Con medidas sociales? Tampoco lo es, ayuda pero no resuelve. ¿Y las medidas preventivas y educativas, aquellas que se deberían desarrollar en centros escolares, a todos los niveles, adaptando los conceptos al desarrollo psicológico evolutivo de los niños, adolescente y jóvenes?
Creo que debemos realizar un esfuerzo para tomar en serio desde el ámbito de la prevención la violencia de género. Tal vez poner el acento en la educación podría dar resultados positivos a medio plazo.
Los medios de comunicación hacen un gran esfuerzo en este sentido, se encargan de visibilizar el machismo y la violencia que genera, son útiles para generar opinión pública en contra de la violencia sexista. Apostemos por la prevención a través de la educación. Interiorizar el rechazo a la violencia de género. Utilicemos el arma más poderosa para generar personas con conductas no violentas y no machistas. Apoyemos la educación y la cultura en este ámbito.
(*) Psicóloga forense de los juzgados de vigilancia penitenciaria de Madrid
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